Se despertó tarde. La noche fue de sobresaltos, atravesada por sueños fugaces e inquietantes, una reunión del consejo escolar a la que faltaban todos los profesores, un pasillo sin salida, una cinta de vídeo que se negaba a entrar en el aparato, una sala de cine con la pantalla negra y en la que se exhibía una película negra, una guía telefónica con el mismo nombre repetido en todas las líneas que él no conseguía leer, un paquete postal con un pescado dentro, un hombre que llevaba una piedra a la espalda y decía, Soy amorreo, una ecuación algebraica con rostros de personas donde deberían estar las letras. El único sueño que consiguió recordar con alguna precisión era el del paquete postal, pero no fue capaz de identificar el pescado, y ahora, apenas despierto, se tranquilizaba a sí mismo pensando que, por lo menos, rape no sería, porque el rape no cabría dentro de la caja. Se levantó con dificultad, como si un esfuerzo físico excesivo e inusual le hubiese agarrotado las articulaciones, y fue a la cocina.
a beber agua, un vaso lleno bebido con la avidez de quien hubiera cenado un menú salado. Tenía hambre, pero no le apetecía prepararse el desayuno. Volvió al dormitorio para enfundarse la bata y se dirigió a la sala. La carta a la productora estaba sobre el escritorio, la última y definitiva de las numerosas tentativas que llenaban hasta el borde el cesto de los papeles. La releyó y le pareció que estaba bien, no se limitaba a pedir el envío de una fotografía firmada del actor de quien también, como de paso, se solicitaba la dirección de su residencia. En una alusión final, que Tertuliano Máximo Afonso no tenía reparo en considerar un golpe imaginativo y estratégico de primer orden, insinuaba algo así como la urgente necesidad de un estudio sobre la importancia de los actores secundarios, tan esencial para el desarrollo de la acción fílmica, según la autora de la carta, como la de los pequeños cursos de agua afluentes en la formación de los grandes ríos. Acreditaba Tertuliano Máximo Afonso que este metafórico y sibilino remate de la misiva eliminaría completamente la posibilidad de que la empresa la reenviara a un actor que, aunque en los últimos tiempos haya visto su nombre en los títulos de crédito iniciales de las películas en que participaba, no por eso dejaba de pertenecer a la legión de los considerados inferiores, subalternos y accesorios, una especie de mal necesario, una inoportunidad irrecusable que, según opinión del productor, siempre pesa demasiado en los presupuestos. Si Daniel Santa-Clara llegase a recibir una carta redactada en estos términos, lo más natural sería que comenzase a pensar muy seriamente en reivindicaciones salariales y sociales equiparables a su contribución como afluente del Nilo y de las Amazonas cabezas de cartel. Y si esa primera acción individual, habiendo comenzado por defender el simple bienestar egoísta del reivindicante, acabara multiplicándose, ampliándose, expandiéndose en una copiosa y solidaria acción colectiva, entonces toda la estructura piramidal de la industria del cine se vendría abajo como otro castillo de naipes y nosotros gozaríamos de la suerte inaudita, o mejor aún, del privilegio histórico de testificar el nacimiento de una nueva y revolucionaria concepción del espectáculo y de la vida. No hay peligro de que tal cataclismo venga a suceder. La carta firmada con el nombre de una mujer llamada María Paz será desviada a la sección idónea, ahí un empleado llamará la atención del jefe para la ominosa sugestión contenida en el último párrafo, el jefe hará subir sin pérdida de tiempo el peligroso papel a la consideración de su inmediato superior, en ese mismo día, antes de que el virus, por inadvertencia, pueda salir al exterior, las pocas personas que del caso tuvieran conocimiento serán instantemente conminadas a guardar silencio absoluto, de antemano recompensado por adecuados ascensos y sustanciales mejoras de salario. Quedará por decidir qué hacer con la carta, si dar satisfacción a las peticiones de fotografía firmada y de información sobre la residencia del actor, de pura rutina lo primero, algo insólito lo segundo, o simplemente proceder como si nunca hubiera sido escrita o se hubiese extraviado en la confusión de correos. El debate del consejo de administración sobre el asunto ocupará todo el día siguiente, no porque fuera difícil conseguir una unanimidad de principio, sino por el hecho de que todas las consecuencias previsibles fueran objeto de demorada ponderación, y no sólo ellas, también lo fueron algunas otras que más parecían haber sido generadas por imaginaciones enfermas. La deliberación final será, al mismo tiempo, radical y hábil. Radical porque la carta será consumida por el fuego al final de la reunión, con todo el consejo de administración mirando y respirando de alivio, hábil porque satisfará las dos peticiones de manera que garantice una doble gratitud de la peticionaria, la primera, de rutina como quedó dicho, sin ninguna reserva, la segunda, En atención a la consideración particular que su carta nos ha merecido, fueron éstos los términos, pero resaltando el carácter excepcional de la información prestada. No quedaba excluida la posibilidad de que esta María Paz, conociendo un día a Daniel Santa-Clara, ahora que va a tener su dirección, le hable de su tesis sobre los ríos afluentes aplicada a la distribución de papeles en las artes dramáticas, pero, tal como la experiencia de comunicación ha demostrado abundantemente, el poder de movilización de la palabra oral, no siendo, en lo inmediato, inferior al de la palabra escrita, e incluso, en un primer momento, quizá más apta para arrebatar voluntades y multitudes, está dotada de un alcance histórico bastante más limitado debido a que, con las repeticiones del discurso, se le fatiga rápidamente el fuelle y se le desvían los propósitos. No se ve otra razón para que las leyes que nos rigen estén todas escritas. Lo más seguro, por tanto, es que Daniel Santa-Clara, si un encuentro tal llega a producirse y si una cuestión tal fuese suscitada, no prestase a las tesis afluenciales de María Paz nada más que una atención distraída y sugiriera transferir la conversación hacia temas menos áridos, séanos disculpada una tan flagrante contradicción, considerando que era de agua de lo que hablábamos y de los ríos que la llevan.Анна Михайловна Бобылева , Кэтрин Ласки , Лорен Оливер , Мэлэши Уайтэйкер , Поль-Лу Сулитцер , Поль-Лу Сулицер
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