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—Pues espero que siga bien después de enfrentarse con éstos —comentó Charlie en tono grave, mirando por encima del cercado—. No me he atrevido a decirle a mi madre lo que le esperaba en la primera prueba, porque ya le ha dado un ataque de nervios pensando en él... —Charlie imitó la voz casi histérica de su madre—: «¡Cómo lo dejan participar en el Torneo, con lo pequeño que es! ¡Creí que iba a haber un poco de seguridad, creí que iban a poner una edad mínima!» Se puso a llorar a lágrima viva con el artículo de El Profeta. «¡Todavía llora cuando piensa en sus padres! ¡Nunca me lo hubiera imaginado! ¡Pobrecillo!»

Harry ya tenía suficiente. Confiando en que Hagrid no lo echaría de menos, distraído como estaba con la compañía de cuatro dragones y de Madame Maxime, se volvió en silencio y emprendió el camino de vuelta al castillo.

No sabía si se alegraba o no de haber visto lo que le esperaba. Tal vez así era mejor, porque había pasado la primera impresión. Tal vez si se hubiera encontrado con los dragones por primera vez el martes se habría desmayado ante el colegio entero...

aunque quizá se desmayara de todas formas. Se enfrentaría armado con su varita mágica, que en aquel momento no le parecía nada más que un palito, contra un dragón de quince metros de altura, cubierto de escamas y de pinchos y que echaba fuego por la boca. Y tendría que burlarlo, observado por todo el mundo: ¿cómo?

Se dio prisa en bordear el bosque. Disponía de quince minutos escasos para llegar junto a la chimenea donde lo aguardaría Sirius, y no recordaba haber tenido nunca tantos deseos de hablar con alguien como en aquel momento. Pero entonces, de repente, chocó contra algo muy duro.

Se cayó hacia atrás con las gafas torcidas y agarrándose la capa.

—¡Ah!, ¿quién está ahí? —dijo una voz.

Harry se apresuró a cerciorarse de que la capa lo cubría por completo, y se quedó tendido completamente inmóvil, observando la silueta del mago con el que había chocado. Reconoció la barbita de chivo: era Karkarov.

—¿Quién está ahí? —repitió Karkarov, receloso, escudriñando en la oscuridad.

Harry permaneció quieto y en silencio. Después de un minuto o algo así, Karkarov pareció pensar que debía de haber chocado con algún tipo de animal. Buscaba a la altura de su cintura, tal vez esperando encontrar un perro. Luego se internó entre los árboles y se dirigió hacia donde se hallaban los dragones.

Muy despacio y con mucho cuidado, Harry se incorporó y reemprendió el camino hacia Hogwarts en la oscuridad, tan rápido como podía sin hacer demasiado ruido.

No le cabía ninguna duda respecto a los propósitos de Karkarov. Había salido del barco a hurtadillas para averiguar en qué consistía la primera tarea. Tal vez hubiera visto a Hagrid y a Madame Maxime por las inmediaciones del bosque: no eran difíciles de ver en la distancia. Todo lo que tendría que hacer sería seguir el sonido de las voces y, como Madame Maxime, se enteraría de qué era lo que les reservaban a los campeones. Parecía que el único campeón que el martes afrontaría algo desconocido sería Cedric.

Harry llegó al castillo, entró a escondidas por la puerta principal y empezó a subir la escalinata de mármol. Estaba sin aliento, pero no se atrevió a ir más despacio: le quedaban menos de cinco minutos para llegar junto al fuego.

—«¡Tonterías!» —le dijo casi sin voz a la Señora Gorda, que dormitaba en su cuadro tapando la entrada.

—Si tú lo dices... —susurró medio dormida, sin abrir los ojos, y el cuadro giró para dejarlo pasar.

Harry entró. La sala común estaba desierta y, dado que olía como siempre, concluyó que Hermione no había tenido que recurrir a las bombas fétidas para asegurarse de que no quedara nadie allí.

Harry se quitó la capa invisible y se echó en un butacón que había delante de la chimenea. La sala se hallaba en penumbra, sin otra iluminación que las llamas. Al lado, en una mesa, brillaban a la luz de la chimenea las insignias de «Apoya a CEDRIC

DIGGORY» que los Creevey habían tratado de mejorar. Ahora decía en ellas:

«POTTER APESTA DE VERDAD.» Harry volvió a mirar al fuego y se sobresaltó.

La cabeza de Sirius estaba entre las llamas. Si Harry no hubiera visto al señor Diggory de la misma manera en la cocina de los Weasley, aquella visión le habría dado un susto de muerte. Pero, en vez de ello, Harry sonrió por primera vez en muchos días, saltó de la silla, se agachó junto a la chimenea y saludó:

—¿Qué tal estás, Sirius?

Sirius estaba bastante diferente de como Harry lo recordaba. Cuando se habían despedido, Sirius tenía el rostro demacrado y el pelo largo y enmarañado. Pero ahora llevaba el pelo corto y limpio, tenía el rostro más lleno y parecía más joven, mucho más parecido a la única foto que Harry poseía de él, que había sido tomada en la boda de sus padres.

—No te preocupes por mí. ¿Qué tal estás tú? —le preguntó Sirius con el semblante grave.

—Yo estoy...

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