Harry se sirvió comida (casi había olvidado lo que era sentirse de verdad hambriento) y se sentó con Ron y Hermione. No podía concebir tanta felicidad: tenía de nuevo a Ron de su parte, había pasado la primera prueba y no tendría que afrontar la segunda hasta tres meses después.
—¡Jo, cómo pesa! —dijo Lee Jordan cogiendo el huevo de oro, que Harry había dejado en una mesa, y sopesándolo en una mano—. ¡Vamos, Harry, ábrelo! ¡A ver lo que hay dentro!
—Se supone que tiene que resolver la pista por sí mismo —objetó Hermione—.
Son las reglas del Torneo...
—También se suponía que tenía que averiguar por mí mismo cómo burlar al dragón —susurró Harry para que sólo Hermione pudiera oírlo, y ella sonrió sintiéndose un poco culpable.
—¡Sí, vamos, Harry, ábrelo! —repitieron varios.
Lee le pasó el huevo a Harry, que hundió las uñas en la ranura y apalancó para abrirlo.
Estaba hueco y completamente vacío. Pero, en cuanto Harry lo abrió, el más horrible de los ruidos, una especie de lamento chirriante y estrepitoso, llenó la sala. Lo más parecido a aquello que Harry había oído había sido la orquesta fantasma en la fiesta de cumpleaños de muerte de Nick Casi Decapitado, cuyos componentes tocaban sierras musicales.
—¡Ciérralo! —gritó Fred, tapándose los oídos con las manos.
—¿Qué era eso? —preguntó Seamus Finnigan, observando el huevo cuando Harry volvió a cerrarlo—. Sonaba como una banshee. ¡A lo mejor te hacen burlar a una de ellas, Harry!
—¡Era como alguien a quien estuvieran torturando! —opinó Neville, que se había puesto muy blanco y había dejado caer los hojaldres rellenos de salchicha—. ¡Vas a tener que luchar contra la maldición
—No seas tonto, Neville, eso es ilegal —observó George—. Nunca utilizarían la maldición
—¿Quieres un trozo de tarta de mermelada, Hermione? —le ofreció Fred.
Hermione miró con desconfianza la fuente que él le ofrecía. Fred sonrió.
—No te preocupes, no le he hecho nada —le aseguró—. Con las que hay que tener cuidado es con las galletas de crema.
Neville, que precisamente acababa de probar una de esas galletas, se atragantó y la escupió. Fred se rió.
—Sólo es una broma inocente, Neville...
Hermione se sirvió un trozo de tarta de mermelada y preguntó:
—¿Has cogido todo esto de las cocinas, Fred?
—Ajá —contestó Fred muy sonriente. Adoptó un tono muy agudo para imitar la voz de un elfo—: «¡Cualquier cosa que podamos darle, señor, absolutamente cualquier cosa!» Son la mar de atentos... Si les digo que tengo un poquito de hambre son capaces de ofrecerme un buey asado.
—¿Cómo te las arreglas para entrar? —preguntó Hermione, con un tono de voz inocentemente indiferente.
—Es bastante fácil —dijo Fred—. Hay una puerta oculta detrás de un cuadro con un frutero. Cuando uno le hace cosquillas a la pera, se ríe y... —Se detuvo y la miró con recelo—. ¿Por qué lo preguntas?
—Por nada —contestó rápidamente Hermione.
—¿Vas a intentar ahora llevar a los elfos a la huelga? —inquirió George—. ¿Vas a dejar todo eso de la propaganda y sembrar el germen de la revolución?
Algunos se rieron alegremente, pero Hermione no contestó.
—¡No vayas a enfadarlos diciéndoles que tienen que liberarse y cobrar salarios!
—le advirtió Fred—. ¡Los distraerás de su trabajo en la cocina!
El que los distrajo en aquel momento fue Neville al convertirse en un canario grande.
—¡Ah, lo siento, Neville! —gritó Fred, por encima de las carcajadas—. Se me había olvidado. Es la galleta de crema que hemos embrujado.
Un minuto después las plumas de Neville empezaron a desprenderse, y, una vez que se hubieron caído todas, su aspecto volvió a ser el de siempre. Hasta él se rió.
—¡Son galletas de canarios! —explicó Fred con entusiasmo—. Las hemos inventado George y yo... Siete sickles cada una. ¡Son una ganga!
Era casi la una de la madrugada cuando por fin Harry subió al dormitorio acompañado de Ron, Neville, Seamus y Dean. Antes de cerrar las cortinas de su cama adoselada, Harry colocó la miniatura del col acuerno húngaro en la mesita de noche, donde el pequeño dragón bostezó, se acurrucó y cerró los ojos. En realidad, pensó Harry, echando las cortinas, Hagrid tenía algo de razón: los dragones no estaban tan mal...
El comienzo del mes de diciembre llevó a Hogwarts vientos y tormentas de aguanieve.
Aunque el castillo siempre resultaba frío en invierno por las abundantes corrientes de aire, a Harry le alegraba encontrar las chimeneas encendidas y los gruesos muros cada vez que volvía del lago, donde el viento hacía cabecear el barco de Durmstrang e inflaba las velas negras contra la oscuridad del cielo. Imaginó que el carruaje de Beauxbatons también debía de resultar bastante frío. Notó que Hagrid mantenía los caballos de Madame Maxime bien provistos de su bebida preferida: whisky de malta sin rebajar.