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Ella repitió los versos siguientes.

«La respuesta está donde empieza la región de las montañas de arena y acaba la de los toros, la sangre, el mar y la verbena.» El país de los toros, la sangre, el mar y la verbena podría ser España, y la región de las montañas de arena podría ser Marruecos, el Magreb, Arabia. Donde acaba España y empieza Marruecos podría ser el estrecho de Gibraltar, pero no puedo ir ahora tan lejos en busca de la respuesta. Claro que Marruecos y Magreb empiezan por «ma», Arabia lo hace por «ara», y España acaba en

«ña». Y si me lo hace, si se da maña, no, si me araña... ¿qué animal no me gustaría besar?»

—¡La araña!

La esfinge pronunció más su sonrisa. Se levantó, extendió sus patas delanteras y se hizo a un lado para dejarlo pasar.

—¡Gracias! —dijo Harry y, sorprendido de su propia inteligencia, echó a correr.

Ya tenía que estar más cerca, tenía que estarlo... la varita le indicaba que iba bien encaminado. Si no encontraba nada demasiado horrible, podría...

Llegó a una bifurcación de caminos.

—¡Oriéntame! —le susurró a la varita, que giró y se paró apuntando al camino de la derecha. Giró corriendo por él, y vio luz delante.

La Copa de los tres magos brillaba sobre un pedestal a menos de cien metros de distancia. Harry acababa de echar a correr cuando una mancha oscura salió al camino, corriendo como una bala por delante de él.

Cedric iba a llegar primero. Corría hacia la copa tan rápido como podía, y Harry sabía que nunca podría alcanzarlo, porque Cedric era mucho más alto y tenía las piernas más largas...

Entonces Harry vio algo inmenso que asomaba por encima de un seto que había a su izquierda y que se movía velozmente por un camino que cruzaba el suyo. Iba tan rápido que Cedric estaba a punto de chocar contra aquello, y, con los ojos fijos en la copa, no lo había visto...

—¡Cedric! —gritó Harry—. ¡A tu izquierda!

Cedric miró justo a tiempo de esquivar la cosa y evitar chocar con ella, pero, en su apresuramiento, tropezó. La varita se le cayó de la mano, mientras la araña gigante entraba en el camino y se abalanzaba sobre él.

¡Desmaius! —volvió a gritar Harry.

El encantamiento dio de lleno en el gigantesco cuerpo, negro y peludo, pero fue como si le hubiera tirado una piedra: el bicho dio una sacudida, se balanceó un momento y luego corrió hacia Harry, en lugar de hacerlo hacia Cedric.

¡Desmaius! ¡Impedimenta! ¡Desmaius!

Pero no servía de nada: la araña era tan grande, o tan mágica, que los encantamientos no hacían más que provocaría. Antes de que estuviera sobre él, Harry sólo vio la imagen horrible de ocho patas negras brillantes y de pinzas afiladas como cuchillas.

Lo levantó en el aire con sus patas delanteras. Forcejeando como loco, Harry intentaba darle patadas: su pierna pegó en las pinzas del animal, y sintió de inmediato un dolor insoportable. Oyó que Cedric también gritaba «¡Desmaius!», pero sin más éxito que él. Cuando la araña volvió a abrir las pinzas, Harry levantó la varita y gritó:

¡Expelliarmus!

Funcionó: el encantamiento de desarme hizo que el bicho lo soltara, pero eso supuso una caída de casi cuatro metros de altura sobre la pierna herida, que se aplastó bajo su peso. Sin detenerse a pensar, apuntó hacia arriba, a la panza de la araña, tal como había hecho con el escreguto, y gritó «¡Desmaius!»

al mismo tiempo que Cedric.

Combinados, los dos encantamientos lograron lo que uno solo no podía: el animal se desplomó de lado, sobre un seto, y quedó obstruyendo el camino con una maraña de patas peludas.

—¡Harry! —oyó gritar a Cedric—. ¿Estás bien? ¿Cayó sobre ti?

—¡No! —respondió Harry, jadeando.

Se miró la pierna: sangraba mucho; tenía la túnica manchada con una secreción viscosa de las pinzas. Trató de levantarse, pero la pierna le temblaba y se negaba a soportar el peso de su cuerpo. Se apoyó en el seto, falto de aire, y miró a su alrededor.

Cedric estaba a muy poca distancia de la Copa de los tres magos, que brillaba tras él.

—Cógela —le dijo Harry sin aliento—. Vamos, cógela. Ya has llegado.

Pero Cedric no se movió. Se quedó allí, mirando a Harry. Luego se volvió para observarla. Harry vio la expresión de anhelo en su rostro, iluminado por el resplandor dorado de la Copa. Cedric volvió a mirar a Harry, que se agarraba ahora al seto para sostenerse en pie.

Cedric respiró hondo y dijo:

—Cógela tú. Tú mereces ganar: me has salvado la vida dos veces.

—No es así el Torneo —replicó Harry.

Estaba irritado: la pierna le dolía muchísimo, y tenía todo el cuerpo magullado por sus forcejeos con la araña; pero, después de todos sus esfuerzos, Cedric había llegado antes, igual que había llegado antes a pedirle a Cho que fuera su pareja de baile.

—El primero que llega a la Copa gana. Y el primero has sido tú. Te lo estoy diciendo: yo no puedo ganar ninguna competición con esta pierna.

Cedric se acercó un poco más a la araña desmayada, alejándose de la Copa y negando con la cabeza.

—No —dijo.

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