Читаем La Ciudad maldita полностью

— Usted mismo debe comprender, señor Saari, que la investigación no considera satisfactoria su declaración. Ela Stremberg desapareció sin dejar huella, y la última persona que la vio fue usted, señor Saari. El Edificio Rojo, que ha descrito aquí con tanto detalle, no existe en la calle de los Papagayos. La descripción del Edificio Rojo que usted ofrece es inverosímil, ya que contradice las leyes más elementales de la física. Finalmente, como hemos podido averiguar. Ela Stremberg vivía en una zona muy alejada de la calle de los Papagayos. Por supuesto, este detalle no constituye una prueba en contra suya, pero da lugar a otro tipo de sospechas. Me veo obligado a retenerlo hasta aclarar una serie de circunstancias. Le ruego que lea el acta y la firme.

Eino Saari, sin decir palabra, se aproximó a la mesa y, sin leer nada, firmó cada página del acta. El lápiz le temblaba en las manos, su fina mandíbula colgaba y también temblaba. Después volvió al taburete arrastrando los pies, se sentó sin fuerzas y entrelazó las manos.

— Quiero subrayar de nuevo, señor juez de instrucción, que al declarar… — la voz se le quebró y tragó en seco otra vez —. Que al declarar me daba cuenta de que estaba aportando elementos en mi contra. Hubiera podido inventar algo, mentir. En general, hubiera podido no tomar parte en la búsqueda, nadie sabía que yo había ido a acompañar a Ela.

— Esta declaración suya está de hecho incluida en el acta — dijo Andrei, con voz indiferente —. Si no es culpable, no tiene nada que temer. Ahora lo conducirán a la celda de detención preventiva. Aquí tiene papel y lápiz. Puede colaborar con la investigación y ayudarse a sí mismo si enumera, de la forma más detallada posible, las personas que hablaron con usted sobre el Edificio Rojo, cuándo lo hicieron y en qué circunstancias. Con la mayor cantidad de detalles: nombre, dirección, fecha exacta, hora del día, dónde se encontraba, de qué hablaba, con qué objetivo, en qué tono. ¿Me ha entendido?

Eino Saari asintió y, sin emitir sonido, dijo: «Sí».

— Estoy seguro de que se enteró de todos los detalles relativos al Edificio Rojo en alguna otra parte — prosiguió Andrei, mirándolo fijamente a los ojos —. Es probable que usted mismo no lo haya visto. Y le recomiendo encarecidamente que recuerde quién le contó todos esos detalles, cuándo y en qué circunstancias. Y con qué objetivo.

Apretó el timbre para llamar al agente de guardia, y se llevaron al saxofonista. Andrei se frotó las manos y grapó el acta al expediente, pidió té caliente y llamó al siguiente testigo. Estaba satisfecho de sí mismo. De todos modos, la imaginación y el conocimiento de la geometría elemental le habían sido útiles. El mentiroso de Eino Saari había sido desenmascarado según todas las leyes de la ciencia.

El siguiente testigo, más exactamente, la siguiente. Matilda Husakova (sesenta y dos años, teje en casa, viuda), parecía ser un caso mucho más simple, al menos a primera vista. Era una anciana potente, con una cabecita pequeña, totalmente canosa, mejillas rojas y ojos pícaros. No parecía haber dormido mal, ni estaba asustada, sino por el contrario, al parecer estaba muy contenta con aquella aventura. Había comparecido en la fiscalía con su cestita, madejas de lana de varios colores y un juego de agujas de hacer punto, y cuando entró al despacho se trepó enseguida al taburete, se puso las gafas y comenzó a tejer.

— Señora Husakova, en nuestro departamento se sabe que hace un tiempo, entre sus amistades, usted comentó un suceso que le había ocurrido a un tal Frantisek, que al parecer entró en lo que llaman el Edificio Rojo, tuvo allí dentro diferentes aventuras y logró salir con bastante trabajo. ¿Es verdad eso?

La anciana Matilda soltó una risita burlona, agarró una de las agujas con gesto hábil, acercó la otra y comenzó a hablar, sin apartar los ojos de la labor.

— Sí, no lo niego. Lo he comentado varias veces, pero quisiera saber cómo se han enterado ustedes. Creo que no conozco a ningún juez de instrucción…

— Debo decirle — le comunicó Andrei, en tono de confianza —, que en este momento se lleva a cabo la investigación relacionada con el denominado Edificio Rojo, y estamos muy interesados en establecer contacto con alguna persona que haya estado dentro del edificio.

Matilda Husakova no lo escuchaba. Pensativa, se puso el tejido sobre las rodillas y miró a la pared.

— ¿Quién habrá podido informar de eso? — balbuceaba —. ¡No me lo esperaba! — Negaba con la cabeza —. Incluso aquí hay que tener cuidado con lo que uno dice, a quién se lo dice. Con los alemanes no podíamos abrir la boca. Vengo aquí, y es lo mismo.

— Perdóneme, señora Husakova — la interrumpió Andrei —. En mi opinión, está enfocando las cosas incorrectamente. Por lo que sé, usted no ha cometido delito alguno. La consideramos una testigo, una colaboradora nuestra, que…

— ¡Ay, jovencito! ¿Colaboradora, yo? La policía es igual en todas partes.

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