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Por supuesto que no. Levantando la barbilla y quitando al Maestro de su mente, ella sonrió y entabló conversaciones con los miembros a su alrededor. Extrañas conversaciones a veces. Un hombre tenía largas cadenas atadas a su cinturón. Con tops de red y short de látex, dos hombres, obviamente gay, ¿o podrían ser bi?, le echaron un vistazo para un trío. Una mujer, en látex ceñido de color rojo y guantes a juego hasta los codos, dueña de una librería con la que era divertido hablar, pero su caliente mirada era desconcertante.

Cuando la mujer se alejó, Jessica miró alrededor de la habitación. Sus nervios se habían calmado. Debería continuar explorando dado que su doméstico mundo seguramente no incluía nada como este lugar. ¿Por qué encontraba algunas de estas cosas tan… excitantes?

Sintiéndose molesta mientras admitía eso, ella necesitaba una respuesta. Nunca había sido de esconder la cabeza en la arena, después de todo.

Y esta vez había estaba preparada para idiotas. También podía usar el nombre del Maestro Z como una herramienta de conjuro: No te metas conmigo o el Maestro Z te hará desaparecer. Sí, eso podría funcionar.

Sonriendo, se bajó del taburete de la barra y se marchó. Recibió dos propuestas más en los primeros cincuenta metros; un hombre que merecía una segunda mirada. Tenía esa misma confianza, fuerza, que el Maestro Z y Gabe. Pero de alguna manera, el Maestro hacía que cada hombre en la habitación pareciera débil, incompleto. Pensó en la forma en que la miraba… toda su atención sobre ella, no en la música o en otras personas o en la planificación de la noche o incluso en su siguiente frase. Ser el foco de esa intensidad era embriagador.

Y entonces, por supuesto, llegó la pregunta que ella realmente no quería en su mente: ¿Cómo sería tener toda esa atención sobre ella en la cama?

Parpadeó y reorientó su propia atención al aquí y ahora, no a visualizar al Maestro sin ropa, con sus grandes manos envueltas alrededor de sus muñecas y con su boca…

Argh. Detente. Mira. Camina. En uno de los bien iluminados sectores, una persona estaba amarrada en lo que debería ser la cruz de San Andrés que el idiota le había mencionado. Esta vez la persona encadenada era un hombre cuya jefa lo estaba azotando en lugares horribles. Totalmente consternada, Jessica miró por un momento, apretando sus piernas por la reacción. No, ella no quería ver esto, de ninguna manera. Apresurándose a seguir adelante, sólo podía pensar una cosa, Esta gente está loca.

Pasó a dos mujeres hablando juntas en un sofá. La mujer en un ajustado traje negro le estaba diciendo a la otra:

– Tu palabra de seguridad es banana. ¿Puedes recordar…?

¿Y qué sería una palabra de seguridad?

Cuanto más lejos iba de la entrada, más cambiaba la iluminación, acrecentando su inquietud. Ah, algunos de los apliques de la pared tenían parpadeantes bombillas rojizas.

Al final de la habitación, abriendo las puertas dobles conducía a un ancho pasillo. Mucha gente estaba arremolinándose en torno a ese lugar, y los ruidos hacían que el de estómago de Jessica se retorciera: gritos, el sonido de un látigo, ruegos. Demasiado intenso. Ella no iría por ese pasillo.

No es que pudiera escapar de todos los sonidos incómodos. Mientras se dirigía hacia el otro lado de la habitación, agudos gritos resaltaban por encima del murmullo de la conversación. En una zona acordonada, un hombre corpulento, con los brazos tatuados estaba azotando a una pequeña morena atada a una mesa tipo caballete. La pobre mujer estaba gritando:

– ¡Para! Para, por favor, ¡detente! -Él no se detuvo. La gente se quedaba detrás de las cuerdas, sin hacer nada. Malditos sean.

La furia quemó a través de ella como un reguero de pólvora. Su hermana había sido golpeada de esa manera durante su matrimonio, Jessica había sospechado el abuso, pero no había actuado. Lo haría esta vez.

Aproximándose detrás del hombre, le quitó el látigo de la mano.

– ¡Imbécil pervertido, déjala, o te voy a mostrar lo que se siente!

El rostro de bulldog del hombre se puso rojo, y dio un paso adelante, luego se detuvo, las manos cerrándose en puños a su lado. Volviéndose a los espectadores, espetó:

– Tráiganme un custodio. -Girando hacia Jessica, le arrebató el látigo.

Jessica le dio un puñetazo en la cara, derribándolo, sacudiéndose a sí misma. Además de las clases de karate en la universidad, nunca había golpeado a nadie. Pero, hey, el golpe había funcionado.

La breve emoción desapareció mientras él lentamente se ponía de pie. No del todo. Su boca se secó. Ella retrocedió un paso, su corazón golpeando contra sus costillas.

Los ojos del hombre estaban desorbitados, su puño se elevó mientras daba un paso adelante.

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