– Detente. -La convincente voz del Maestro Z. El hombre se detuvo, y Jessica respiró aliviada. Todos se volvieron cuando el Maestro entró en la zona acordonada. Él la miró, luego al hombre. -Acláralo, Maestro López.
– Estábamos en medio de una escena, y ésta loca llegó bramando a través de la multitud, gritando, agarró mi látigo, y maldita si no me asestó un puñetazo. -Frotándose su enrojecida barbilla, los labios del hombre se curvaron un poco. -Es casi gracioso, pero aún así, ella arruinó nuestra escena.
La mirada del Maestro Z volvió hacia ella y se estremeció ante la implacable mirada de sus ojos.
– Jessica, explícate.
– Ella estaba gritando y chillando, “Alto, alto”, y él la estaba azotando. Nadie estaba haciendo nada. -Sintiéndose como una niña teniendo un berrinche, levantó el látigo. -Se lo quité a él.
– ¿Cuál es la palabra de seguridad de tu sumisa? -El Maestro le preguntó al imbécil.
– Púrpura.
– ¿Ella la utilizó, o la palabra de seguridad del club?
– No. No estaba ni cerca. Hemos estado juntos tres años, y sólo la ha usado dos veces. Soy muy cuidadoso con eso, Z.
– Sé que lo eres. -El Maestro Z se volvió hacia ella, las cejas juntas en el ceño fruncido. -¿Realmente leíste alguna de las reglas que firmaste?
Jessica se ruborizó, miró hacia abajo.
– Eh… no.
– Lo siento por eso, y siento aún más que serás castigada por algo que pensaste que era una buena obra.
CAPÍTULO 04
Su boca se abrió. ¿Castigada?
– Pero…
– Una escena está planeada de antemano, Jessica, y es muy esperada. Además, cada sub tiene lo que llamamos una palabra de seguridad, una palabra que utiliza si tiene demasiado miedo o el dolor va más allá de lo que puede soportar. La palabra de seguridad nunca, nunca es
Jessica se lamió los labios secos.
– ¿Estás diciendo que en realidad no quiere ser salvada? Ella… pero mírala otra vez, está toda colorada.
La gente afuera de la cuerda se echó a reír.
– Si yo tomo un látigo y comienzo a golpearte con él, sí, eso sería abuso, y sería doloroso. -El Maestro Z le quitó el látigo de la mano. -Sin embargo, cuando alguien es excitado, en el contexto de un momento sexual, entonces el dolor puede aumentar la respuesta y el placer de una persona. Ambos disfrutan de esta actividad. Su placer, y la escena que ellos habían planeado, quedó arruinado por ti.
Sentarse en la entrada parecía mucho más atractivo, y ella estaría yendo hacia allí ahora mismo, Maestro Z o no Maestro Z.
Ahora en libertad, la mujer azotada se unió al matón. Todo el cuerpo de la pequeña mujer temblaba, y el hombre pasó un brazo alrededor de ella, disonantemente tierno, teniendo en cuenta la forma en que había ejercido ese látigo.
Jessica respiró hondo, mirándola.
– Lo siento mucho. Pensé que estabas siendo lastimada, y bueno… Por favor, perdóname.
El Maestro Z alzó las cejas hacia el hombre.
– No, Z, lo siento. Puedo ver que es una de tus mascotas, y que ella no lo hizo a propósito, pero arruinó nuestra escena. -Besó la parte superior de la cabeza de la mujer. -Arruinó la noche para nosotros. Tenemos reglas en el club para esto, y quiero que se cumplan.
– Estás en todo tu derecho, Maestro Smith. -El Maestro Z suspiró y apretó la muñeca de Jessica con una firme mano antes de continuar: -Este es mi veredicto. Voy a disciplinarla, permitiéndote participar. Me detendré cuando esté satisfecho de que tanto el castigo como el arrepentimiento hayan sido alcanzados. Dado que es una recién llegada y no está acostumbrada al estilo de vida, eso debe tenerse en cuenta para la intensidad y duración.
El Maestro Smith frunció el ceño, y luego su cara se despejó.
– Supongo que así se hará.
El Maestro se volvió, hizo señas a una camarera, y señaló el banco donde se habían ejecutado los azotes.
– Limpia esto, por favor.
Una botella de spray y toallas de papel proviniendo de una pequeña repisa en la pared, y la camarera rápidamente limpió el banco.
¿Qué quiso decir con el
– Escucha, me disculpé, y me voy a ir ahora.
Su agarre no se aflojó.
– Jessica…
– Tú
Trató de darle un puñetazo.
Apenas sonriendo, él atrapó su puño con una dura mano. Cuando ella tiró con fuerza de su mano, la soltó, se puso detrás de ella, y le aprisionó los brazos a sus costados.
Levantándola, la puso frente al banco.
– No es un látigo, -dijo suavemente, como si estuviera continuando una conversación. Podía sentir su cuerpo todo a lo largo del suyo, y a pesar del miedo, lo percibía.