Lo suficientemente psicólogo como para conocerse a sí mismo y saber que él no quería que ella se vaya. Todo lo contrario, de hecho. Ya se había dado cuenta de que quería volver a verla, aunque sus pensamientos no habían ido más allá de disfrutar con ella en el club. Pero a medida que la noche fue avanzando, sus intenciones habían cambiado. Y cuando ella lo había vendado, calentándolo con su preocupación, él supo que estaba condenado. Quería más de ella que unas cuantas noches en el club. Ella despertaba sentimientos en él que no había sentido en mucho tiempo.
Con dedos suaves, le empujó un mechón húmedo de pelo de la frente. Se había lavado el maquillaje corrido de la cara en el baño. ¿Sabía ella cómo esos rastros de lágrimas, esas pruebas de vulnerabilidad, podrían tirar de un Dom? Probablemente ni se diera cuenta de lo bonita que estaba ahora, las mejillas encendidas por el calor, sus labios suaves y besables.
Después de que estuvo medio dormida en el agua, la sacó, la secó y la metió en su cama, disfrutando de la forma en que inconscientemente se enroscó dentro de él, suavemente en contra de su lado.
Él se despertó antes del amanecer con la luz de la luna entrando por la ventana. Se veía perfecta, él decidió, su cabello dorado desparramado sobre las almohadas oscuras, sus curvas redondeadas le daban vida a su cama. Sacudió la cabeza, desconcertado por su presencia. La pequeña habitación de abajo era donde llevaba a sus mujeres, ellas no eran invitadas aquí a su casa.
Pero a diferencia de las otras, ella no había presionado por una invitación. Él la había querido aquí. Infierno, probablemente la habría arrojado por encima del hombro y llevado al estilo de las cavernas si no hubiera estado de acuerdo. Era una mezcla fascinante: inteligencia pura, mente lógica y prudencia que ocultada a la pasión debajo. La forma en que sus inseguridades se mezclaban con esa naturaleza afectuosa era entrañable. La lealtad hacia su hermana, su coraje… Ella era extraordinaria, ¿no?
Incluso Galahad le había dado su aprobación.
Pasó una mano por la piel satinada sobre su hombro desnudo y se sintió completamente duro. Había estado con una media erección toda la noche, desde que ella había gritado de placer en la sala de médicos, pero ella había necesitado tiempo para recuperarse, y entonces lo que sea que le había molestado se había interpuesto entre ellos.
Ahora, sin embargo… Él deslizó el cobertor hacia abajo, desnudándola. La luz de la luna brillaba sobre sus pechos, dejando tentadoras sombras debajo. Su cintura curvada dejaba sus exuberantes caderas inclinadas hacia afuera.
La oscuridad entre sus muslos lo llamaba. Sus manos trazaron su cuerpo, tocando suavemente, sus dedos tentados a acariciar los suaves pechos. Sus pezones eran puntos de piedra. Su respiración acelerada. El olor de su excitación flotó hacia él justo cuando ella abría sus ojos.
Ella sentía su cuerpo caliente y necesitado.
Parpadeando, frunció el ceño al recordar el club, el Maestro. Un jacuzzi. Ella había tenido tanto sueño. ¿Estaba en la cama de él?
Sus pechos fueron levantados por unas manos duras, y gimió cuando las intensas sensaciones la recorrieron.
– ¿Señor?
– No llegamos aún a la parte sexual, -dijo el maestro Z. -Puedes decirme que me detenga si lo deseas.
Su cara estaba encima de ella, la luz de la luna ensombreciendo sus duros rasgos. Él sonrió sólo un poquito. Ella estaba dejándolo, recordó. No iba a hacer esto otra vez. El corazón le dolía de sólo pensarlo. Podría llamar a esta última vez una manera de despedida, ¿no?
– No te detengas, -susurró.
Él tomó un condón de la mesita de noche y se cubrió. -Ahora, abre las piernas para mí, gatito. -Su voz era profunda y áspera.
Sus piernas se separaron.
– Buena chica. -Su mano tocó entre sus muslos. Ella ya estaba mojada, incrementándose más a medida que sus dedos difundían la humedad. Un dedo acarició su clítoris, enviando disparos de fuego a través de ella.
Ella se tensó, el calor aumentaba rápidamente como si él ya hubiera avivado el fuego. Levantó sus caderas hacia la mano sin pensarlo. Él se rió entre dientes y sintió sus mejillas arder. ¿Cómo la afectaba de esta manera? Nunca había sido tan desinhibida antes.
– Me gusta la forma en que reaccionas a mis manos sobre ti, -le susurró, besándola profundamente, concienzudamente, su lengua sumergiéndose en ella, incluso mientras acariciaba su abertura de abajo. Los ataques simultáneos dejaron a su cuerpo temblando de necesidad. Liberó su boca sólo para pasar a sus pechos, chupando un pezón, luego el otro, convirtiéndolos en puntos duros, y el tirón de su boca le hizo apretar su núcleo.
Sus dedos continuaron su lento deslizamiento sobre su clítoris, por alrededor y por arriba, hasta que cada toque la acercaba más, hasta que los músculos de sus muslos estuvieron apretados y temblorosos.