Y entonces él la abrió, posicionándose él mismo, y empujó dentro de ella. Sus hinchados tejidos ardieron con su entrada. Él pellizcó el clítoris al mismo tiempo, el toque necesario que ella había estado esperando, y ella gritó, sacudiendo sus caderas contra él cuando las ondas de sensación explotaron a través suyo, mientras su útero tenía espasmos en torno a su gruesa e imponente polla.
Él canturreó de deleite, moviendo la mano a sus pechos mientras se deslizaba dentro y fuera de ella muy, muy lentamente. Su polla gruesa y sus dedos sobre sus pezones nunca dejaron que la excitación muera.
– No pensé que alguna vez hicieras el amor de la manera normal, -susurró ella con voz ronca.
Él le acarició el cuello. Sus dientes se cerraron sobre su hombro en un ligero mordisco. Luego suavemente lamió la picadura. -¿Ya extrañas estar atada?
Involuntariamente, su coño se apretó alrededor de él, dándole la respuesta que nunca se hubiera atrevido a decir.
– Ah. -Sus dientes blancos destellaron en su rostro oscuro, y se apoderó de una muñeca, la puso sobre su cabeza, y luego agregó la otra. Una gran mano fácilmente presionó sus muñecas al colchón. -Esto debería funcionar.
– ¿Sin restricciones? -Se las arregló para preguntar, dándose cuenta de que no había visto ninguna.
– No hay ninguna. No traigo subs aquí arriba.
Pero ella estaba aquí, llegó a pensar, y luego él aumentó la fuerza y la velocidad de los empujes entre sus piernas.
Se sentía invadida e indefensa sin poder hacer nada. Con los brazos sujetos, no podía contralar a su cuerpo. Ella no tenía que tomar decisiones, no tenía nada que hacer excepto sentir. Cada sensación quemaba a través suyo, el deslizamiento de su eje abriéndola exquisitamente, su dura mano impidiéndole moverse, la otra jugando con sus senos, tironeando y pellizcando los pezones sólo al borde del dolor. Sólo al punto donde cada toque aumentaba su ahora devastadora necesidad.
Entonces, abandonando sus pechos, puso la mano debajo de una de sus rodillas, empujando su pierna hacia arriba, abriéndola más. Comenzó a golpear con fuerza dentro de ella, y el latido entre sus piernas se convirtió en abrumador. Su orgasmo explotó, duro y rápido, una llama incandescente disparada a través de su cuerpo. Ella gimió mientras se estremecía a su alrededor, mientras su rodilla temblaba en el duro agarre de su mano.
Y entonces su agarre se apretó más mientras él gruñía su propia liberación, las sensaciones de su polla sacudiéndose en su interior la hizo jadear.
– Ah, pequeña, -murmuró. Dejó caer sus muñecas, envolvió sus brazos alrededor de ella, tirándola con fuerza contra él, todo su peso sobre ella y así y todo tan satisfactorio, su cálido aliento agitando su pelo. El olor del sexo llenaba la habitación. Ella pasó los dedos por su pelo grueso, presionando un beso en su hombro húmedo.
Cuando él comenzó a retirarse, ella agarró su trasero, curvando sus dedos en la dura curva del músculo, y mantuvo su pelvis contra la suya. -No te vayas.
Él la besó, dulce y lento, antes de retirarse. -Yo vuelvo, mascota.
Un momento en el baño, y él estaba de vuelta, tirando de ella por encima suyo. Al parecer era una de sus posiciones favoritas. Jugaba con sus nalgas, acariciando y apretando, los movimientos hacían que su sensible clítoris frotara contra él hasta que se retorcía en su agarre.
Él se rió entre dientes. -Puedes volverte a dormir ahora si quieres, -le susurró, colocándole la cabeza contra su hombro. Su olor almizclado la envolvía, su brazo yacía apretado en la espalda y una mano aún le agarraba el trasero. Ella bostezó, deslizándose dentro del sueño y la seguridad.
Cuando se despertó, acostada de espaldas, lo encontró a su lado, apoyado sobre un codo, observándola con esos ojos plateados. Ella estaba repantingada sin el cobertor, desnuda ante su mirada. Intentó inútilmente aferrarse a la sábana, pero su mano cayó sobre la de ella.
– Déjame mirar, -murmuró, liberándola después de besarle los dedos.
El calor subió desde su pecho a su cara, y supo que se había sonrojado por la forma en que sus ojos se arrugaron. Ella frunció el ceño. -Eres un mandón.
– Sí, yo soy, -estuvo de acuerdo, amablemente. -Y no es una lástima que casualmente te guste eso.
Después de ponerse un condón, rodó por encima de ella y se deslizó dentro con un empuje duro. Ella jadeó cuando la sorpresa de la entrada repentina reverberó a través de su sistema.
– Muy bien, mascota. -Descansando sobre sus antebrazos, le enmarcó el rostro con sus manos cálidas, obligándola a mirarlo. -Ahora que tengo tu atención, puedes decirme qué pasaba antes.
Su mirada era adusta, sus manos inflexibles. Su pesado cuerpo la clavaba en el colchón mientras su polla la empalaba. No habría forma de escapar, ni mental ni físicamente.