Читаем FILOSOFAL.PDF полностью

Las luces se encendieron y, horrorizado, Harry se dio cuenta de que aquella cosa fofa y grande era la cara de su tío. Tío Vernon estaba acostado en la puerta, en un saco de dormir, evidentemente para asegurarse de que Harry no hiciera exactamente lo que intentaba hacer. Gritó a Harry durante media hora y luego le dijo que preparara una taza de té. Harry se marchó arrastrando los pies y, cuando regresó de la cocina, el correo había llegado directamente al regazo de tío Vernon. Harry pudo ver tres cartas escritas en tinta verde.

—Quiero... —comenzó, pero tío Vernon estaba rompiendo las cartas en pedacitos ante sus ojos.

Aquel día, tío Vernon no fue a trabajar. Se quedó en casa y tapió el buzón.

—¿Te das cuenta? —aexplicó a tía Petunia, con la boca llena de clavos—. Si no pueden entregarlas, tendrán que dejar de hacerlo.

—No estoy segura de que esto resulte, Vernon.

—Oh, la mente de esa gente funciona de manera extraña, Petunia, ellos no son como tú y yo —dijo tío Vernon, tratando de dar golpes a un clavo con el pedazo de pastel de fruta que tía Petunia le acababa de llevar.


El viernes, no menos de doce cartas llegaron para Harry. Como no las podían echar en el buzón, las habían pasado por debajo de la puerta, por entre las rendijas, y unas pocas por la ventanita del cuarto de baño de abajo.

Tío Vernon se quedó en casa otra vez. Después de quemar todas las cartas, salió con el martillo y los clavos para asegurar la puerta de atrás y la de delante, para que nadie pudiera salir. Mientras trabajaba, tarareaba De puntillas entre los tulipanes y se sobresaltaba con cualquier ruido.


El sábado, las cosas comenzaron a descontrolarse. Veinticuatro cartas para Harry entraron en la casa, escondidas entre dos docenas de huevos, que un muy desconcertado lechero entregó a tía Petunia, a través de la ventana del salón. Mientras tío Vernon llamaba a la oficina de correos y a la lechería, tratando de encontrar a alguien para quejarse, tía Petunia trituraba las cartas en la picadora.

—¿Se puede saber quién tiene tanto interés en comunicarse contigo? —preguntaba Dudley a Harry, con asombro.


La mañana del domingo, tío Vernon estaba sentado ante la mesa del desayuno, con aspecto de cansado y casi enfermo, pero feliz.


—No hay correo los domingos —les recordó alegremente, mientras ponía mermelada en su periódico—. Hoy no llegarán las malditas cartas...

Algo llegó zumbando por la chimenea de la cocina mientras él hablaba y le golpeó con fuerza en la nuca. Al momento siguiente, treinta o cuarenta cartas cayeron de la chimenea como balas. Los Dursley se agacharon, pero Harry saltó en el aire, tratando de atrapar una.

—¡Fuera! ¡FUERA!

Tío Vernon cogió a Harry por la cintura y lo arrojó al recibidor. Cuando tía Petunia y Dudley salieron corriendo, cubriéndose la cara con las manos, tío Vernon cerró la puerta con fuerza. Podían oír el ruido de las cartas, que seguían cayendo en la habitación, golpeando contra las paredes y el suelo.

—Ya está —dijo tío Vernon, tratando de hablar con calma, pero arrancándose, al mismo tiempo, parte del bigote—. Quiero que estéis aquí dentro de cinco minutos, listos para irnos. Nos vamos. Coged alguna ropa. ¡Sin discutir!

Parecía tan peligroso, con la mitad de su bigote arrancado, que nadie se atrevió a contradecirlo. Diez minutos después se habían abierto camino a través de las puertas tapiadas y estaban en el coche, avanzando velozmente hacia la autopista. Dudley lloriqueaba en el asiento trasero, pues su padre le había pegado en la cabeza cuando lo pilló tratando de guardar el televisor, el vídeo y el ordenador en la bolsa.

Condujeron. Y siguieron avanzando. Ni siquiera tía Petunia se atrevía a preguntarle adónde iban. De vez en cuando, tío Vernon daba la vuelta y conducía un rato en sentido contrario.

—Quitárnoslos de encima... perderlos de vista... —murmuraba cada vez que lo hacía.

No se detuvieron en todo el día para comer o beber. Al llegar la noche Dudley aullaba. Nunca había pasado un día tan malo en su vida. Tenía hambre, se había perdido cinco programas de televisión que quería ver y nunca había pasado tanto tiempo sin hacer estallar un monstruo en su juego de ordenador.

Tío Vernon se detuvo finalmente ante un hotel de aspecto lúgubre, en las afueras de una gran ciudad. Dudley y Harry compartieron una habitación con camas gemelas y sábanas húmedas y gastadas. Dudley roncaba, pero Harry permaneció despierto, sentado en el borde de la ventana, contemplando las luces de los coches que pasaban y deseando saber...

Al día siguiente, comieron para el desayuno copos de trigo, tostadas y tomates de lata. Estaban a punto de terminar, cuando la dueña del hotel se acercó a la mesa.

—Perdonen, ¿alguno de ustedes es el señor H. Potter? Tengo como cien de éstas en el mostrador de entrada.

Extendió una carta para que pudieran leer la dirección en tinta verde: Señor H. Potter

Habitación 17

Hotel Railview

Cokeworth


Перейти на страницу:

Похожие книги

Таня Гроттер и колодец Посейдона
Таня Гроттер и колодец Посейдона

Тибидохс продолжал жить, хотя это уже был не тот Тибидохс… Многим не хватало командных рыков Поклепа и рассеянного взгляда академика Сарданапала. Не хватало Ягге, без которой опустел магпункт. Не хватало сочного баса Тарараха и запуков великой Зуби. Вместо рыжеволосой Меди нежитеведение у младших курсов вела теперь Недолеченная Дама. А все потому, что преподаватели исчезли. В Тибидохсе не осталось ни одного взрослого мага. Это напрямую было связано с колодцем Посейдона. Несколько столетий он накапливал силы в глубинах Тартара, чтобы вновь выплеснуть их. И вот колодец проснулся… Теперь старшекурсникам предстояло все делать самим. Самим преподавать, самим следить за малышами, самим готовиться к матчу-реваншу с командой невидимок. И самим найти способ вернуть преподавателей…

Дмитрий Александрович Емец , Дмитрий Емец

Фантастика / Фантастика для детей / Фэнтези / Детская фантастика / Сказки / Книги Для Детей