Читаем FUEGO.PDF полностью

—No importa —contestó Harry con premura. Sabía que, si decía la verdad, Hagrid se vería en apuros—. Pero no soy el único que lo sabe. A estas horas Fleur y Krum ya se habrán enterado, porque Maxime y Karkarov también los vieron.

Cedric se levantó con los brazos llenos de plumas, pergaminos y libros manchados de tinta y la bolsa rasgada colgando y balanceándose de un hombro. Miró a Harry con una mirada desconcertada y algo suspicaz.

—¿Por qué me lo has dicho? —preguntó.

Harry lo miró, sorprendido de que le hiciera aquella pregunta. Desde luego, Cedric no la habría hecho si hubiera visto los dragones con sus propios ojos. Harry no habría dejado ni a su peor enemigo que se enfrentara a aquellos dragones sin previo aviso.

Bueno, tal vez a Malfoy y a Snape...

—Es justo, ¿no te parece? —le dijo a Cedric—. Ahora todos lo sabemos... Estamos en pie de igualdad, ¿no?

Cedric seguía mirándolo con suspicacia cuando Harry escuchó tras él un golpeteo que le resultaba conocido. Se volvió y vio que Ojoloco Moody salía de un aula cercana.

—Ven conmigo, Potter —gruñó—. Diggory, entra en clase.

Harry miró a Moody, temeroso. ¿Los había oído?

—Eh... profesor, ahora me toca Herbología...

—No te preocupes, Potter. Acompáñame al despacho, por favor...

Harry lo siguió, preguntándose qué iba a suceder. ¿Y si Moody se empeñaba en saber cómo se había enterado de lo de los dragones? ¿Iría a ver a Dumbledore para denunciar a Hagrid, o simplemente lo convertiría a él en un hurón? Bueno, tal vez fuera más fácil burlar a un dragón siendo un hurón, pensó Harry desanimado, porque sería más pequeño y mucho menos fácil de distinguir desde una altura de quince metros...

Entró en el despacho después de Moody, que cerró la puerta tras ellos, se volvió hacia Harry y fijó en él los dos ojos, el mágico y el normal.

—Eso ha estado muy bien, Potter —dijo Moody en voz baja.

No supo qué decir. Aquélla no era la reacción que él esperaba.

—Siéntate —le indicó Moody.

Harry obedeció y paseó la mirada por el despacho. Ya había estado allí cuando pertenecía a dos de sus anteriores titulares. Cuando lo ocupaba el profesor Lockhart, las paredes estaban forradas con fotos del mismo Lockhart, fotos que sonreían y guiñaban el ojo. En los tiempos de Lupin, lo más fácil era encontrarse un espécimen de alguna nueva y fascinante criatura tenebrosa que el profesor hubiera conseguido para estudiarla en clase. En aquel momento, sin embargo, el despacho se encontraba abarrotado de extraños objetos que, según supuso Harry, Moody debía de haber empleado en sus tiempos de auror.

En el escritorio había algo que parecía una peonza grande de cristal algo rajada.

Harry enseguida se dio cuenta de que era un chivatoscopio, porque él mismo tenía uno, aunque el suyo era mucho más pequeño que el de Moody. En un rincón, sobre una mesilla, una especie de antena de televisión de color dorado, con muchos más hierrecitos que una antena normal, emitía un ligero zumbido. Y en la pared, delante de Harry, había colgado algo que parecía un espejo pero que no reflejaba el despacho. Por su superficie se movían unas figuras sombrías, ninguna de las cuales estaba claramente enfocada.

—¿Te gustan mis detectores de tenebrismo? —preguntó Moody, mirando a Harry detenidamente.

—¿Qué es eso? —preguntó a su vez Harry, señalando la aparatosa antena dorada.

—Es un sensor de ocultamiento. Vibra cuando detecta ocultamientos o mentiras...

No lo puedo usar aquí, claro, porque hay demasiadas interferencias: por todas partes estudiantes que mienten para justificar por qué no han hecho los deberes. No para de zumbar desde que he entrado aquí. Tuve que desconectar el chivatoscopio porque no dejaba de pitar. Es ultrasensible: funciona en un radio de kilómetro y medio.

Naturalmente, también puede captar cosas más serias que las chiquilladas —añadió gruñendo.

—¿Y para qué sirve el espejo?

—Ese es mi reflector de enemigos. ¿No los ves, tratando de esconderse? No estoy en verdadero peligro mientras no se les distingue el blanco de los ojos. Entonces es cuando abro el baúl.

Dejó escapar una risa breve y estridente, al tiempo que señalaba el baúl que había bajo la ventana. Tenía siete cerraduras en fila. Harry se preguntó qué habría dentro, hasta que la siguiente pregunta de Moody lo sacó de su ensimismamiento.

—De forma que averiguaste lo de los dragones, ¿eh?

Harry dudó. Era lo que se había temido, pero no le había revelado a Cedric que Hagrid había infringido las normas, y desde luego no pensaba revelárselo a Moody.

—Está bien —dijo Moody, sentándose y extendiendo la pata de palo—. La trampa es un componente tradicional del Torneo de los tres magos y siempre lo ha sido.

—Yo no he hecho trampa —replicó Harry con brusquedad—. Lo averigüé por una especie de... casualidad.

Moody sonrió.

Перейти на страницу:

Похожие книги