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—añadió cuando pasó tras ella un chico—. ¿Y qué hacéis vosotros dos? —preguntó al toparse de improviso con Ron y Harry.

Karkarov, según notó Harry, pareció asustado de verlos allí. Se llevó nerviosamente la mano a la perilla y empezó a ensortijarse el pelo con un dedo.

—Estamos paseando —contestó Ron lacónicamente—. No va contra las normas,

¿o sí?

—¡Seguid paseando, entonces! —gruñó Snape, y los rozó al pasar con su larga capa negra, que se hinchaba tras él.

Karkarov lo siguió apresuradamente. Harry y Ron prosiguieron su camino.

—¿Por qué estará tan preocupado Karkarov? —le cuchicheó Ron.

—¿Y desde cuándo él y Snape se tratan de tú? —dijo Harry pensativamente.

Acababan de llegar hasta una estatua grande de piedra que representaba a un reno del que salían los surtidores de una alta fuente. Sobre un banco de piedra se veía la oscura silueta de dos personas muy grandes que contemplaban el agua a la luz de la luna. Y luego Harry oyó hablar a Hagrid:

—Lo supe en cuanto te vi —decía él, con la voz extrañamente ronca.

Harry y Ron se quedaron de piedra. Daba la impresión de que no debían interrumpir aquella escena... Harry miró a su alrededor y hacia atrás por el camino, y vio a Fleur Delacour y Roger Davies medio ocultos en un rosal cercano. Le dio una palmada a Ron en el hombro y los señaló con un gesto de cabeza, indicándole que podrían escabullirse fácilmente por aquel lado sin ser notados (Fleur y Davies parecían muy entretenidos), pero Ron, horrorizado al ver a Fleur y poniendo los ojos como platos, negó vigorosamente con la cabeza y tiró de Harry para ocultarse más entre las sombras, tras el reno.

—¿Qué es lo que supiste, «Hagguid»? —le preguntó Madame Maxime, con un evidente ronroneo en su suave voz.

Decididamente, Harry no quería escuchar aquello: sabía que a Hagrid le horrorizaría que lo oyeran (porque a él le pasaría lo mismo). Si hubiera podido, se habría tapado los oídos con los dedos y se habría puesto a canturrear bien fuerte, pero no era posible. En vez de eso, intentó interesarse en un escarabajo que caminaba por la espalda del reno, pero el escarabajo no conseguía ser lo bastante atrayente para que se dejaran de oír las palabras de Hagrid.

—Supe... supe que eras como yo... ¿Fue tu madre o tu padre?

—Eh... no entiendo lo que «quiegues decig», Hagrid.

—En mi caso fue mi madre —explicó Hagrid en voz baja—. Fue una de las últimas de Gran Bretaña. Naturalmente, no la recuerdo muy bien... Me abandonó, ya ves.

Cuando yo tenía unos tres años. No era lo que se dice del tipo maternal. Bueno, lo llevan en su naturaleza, ¿no? No sé qué fue de ella... Tal vez haya muerto.

Madame Maxime no decía nada. Y Harry, a pesar de si mismo, apartó los ojos del escarabajo y echó un vistazo por encima de las astas del reno, escuchando... Nunca había oído a Hagrid hablar de su infancia.

—A mi padre se le partió el corazón cuando ella se fue. Mi padre era muy pequeño.

Con seis años yo ya podía levantarlo y ponerlo encima del aparador si me enfadaba.

Solía hacerlo reír... —La voz de Hagrid era profunda, pero de repente cambió porque lo embargó la emoción. Madame Maxime escuchaba sin moverse, según parecía con la vista fija en la fuente plateada—. Mi padre me crió... pero murió, claro, justo después de que yo vine al colegio. Entonces, me las tuve que apañar por mí mismo. Aunque Dumbledore fue una gran ayuda: fue muy bueno conmigo... —Hagrid sacó un pañuelo grande de seda de lunares y se sonó la nariz muy fuerte—.

Bueno... en fin... basta de hablar de mí. ¿Y tú? ¿De qué parte te viene?

Pero Madame Maxime acababa de ponerse repentinamente en pie.

—Hace demasiado «fguío» —dijo, pero el tiempo no era tan frío como su voz—.

Me «paguece» que voy a «entgag».

—¿Eh? —exclamó Hagrid, sin entender—. ¡No, no te vayas! ¡Yo no... nunca había conocido a otro!

—¿«Otgo» qué, exactamente? —preguntó Madame Maxime, con un tono gélido.

Harry le hubiera aconsejado a Hagrid que no respondiera. Oculto en la sombra, apretó los dientes, esperando contra toda esperanza que no lo hiciera, pero de nada valía.

—¡Otro semigigante, por supuesto! —repuso Hagrid.

—¡Cómo te «atgueves»! —gritó Madame Maxime. Su voz resonó en el silencioso aire de la noche como la sirena de un barco. Tras él, Harry oyó a Fleur y Roger caerse de su rosal—. ¡Jamás en mi vida me han insultado así! ¿Semigigante? Moi? Yo... ¡yo soy de esqueleto grande!

Se marchó furiosa. A medida que pasaba, apartando enojada los arbustos, se levantaban en el aire enjambres de hadas multicolores. Hagrid permaneció sentado en el banco, mirándola. Estaba demasiado oscuro para ver su expresión. Luego, aproximadamente un minuto después, se levantó y se fue a grandes zancadas, no de regreso al castillo sino atravesando los oscuros terrenos de camino a su cabaña.

—Vamos —le dijo Harry a Ron en voz muy baja—, vámonos.

Pero Ron no se movió.

—¿Qué pasa? —preguntó Harry mirándolo.

Ron tenía una expresión realmente muy seria.

—¿Lo sabías —susurró—, lo de que Hagrid fuera un semigigante?

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