Читаем La Ciudad maldita полностью

Ni él mismo sabía por qué se había quedado. Había sufrido algo así como un ataque de nostalgia. No se trataba de que añorara hablar en ruso, pues a su alrededor todos hablaban en ruso. Tampoco porque aquel barbudo le pareciera la encarnación de la patria, nada de eso. Pero había en él algo que no podía percibir en el cáustico Donald, en el alegre y ardiente, pero de todos modos algo ajeno Kensi, ni en Van, siempre bondadoso, siempre cortés, pero siempre asustado. Y mucho menos en Fritz, un hombre sobresaliente a su manera, pero enemigo mortal hasta el día anterior… Andrei no sospechaba cuánto añoraba aquel algo misterioso.

— ¿Qué, compatriota? — preguntó el barbudo mirándolo de reojo.

— De Leningrado — dijo Andrei, sintiéndose incómodo, y para ocultar aquella incomodidad, sacó el tabaco y convidó al barbudo.

— Vaya, vaya… — dijo el hombre, sacando un cigarrillo del paquete —. Así que eres un compatriota. Yo, hermanito, soy de Vologdá. ¿Has oído hablar de Cherepóviets? Pues de ahí mismo soy, de Cherepóviets.

— ¡Por supuesto! — replicó Andrei con alegría —. Ahora mismo acaban de inaugurar un enorme combinado metalúrgico, una planta gigantesca.

— ¡No me digas! — dijo el barbudo, con notable indiferencia —. Así que hasta allí han llegado. Está bien. ¿Y a qué te dedicas aquí? ¿Cómo te llamas? — Andrei se presentó. El barbudo siguió —: Como ves, soy campesino. Granjero, como dicen aquí. Me llamo Yuri Konstantinovich Davidov. ¿Quieres beber algo?

— Es demasiado temprano — dijo, dubitativo.

— Sí, puede ser — aceptó Yuri Konstantinovich —. Todavía tengo que ir al mercado. Yo llegué anoche y me fui directamente a los talleres, allí me habían prometido una ametralladora hace tiempo. Dimos unas vueltas, la probamos y les entregué un jamón, una garrafa de aguardiente, y cuando me di cuenta, habían desconectado el sol…

Mientras contaba aquello, Davidov había terminado de empaquetar toda su carga, había tomado las riendas, se había montado de lado en el carretón y los caballos habían echado a andar. Andrei caminaba a su lado.

— Sí — continuó Yuri Konstantinovich —. Habían desconectado el sol. Uno me dijo: «Vamos a un lugar que conozco». Fuimos allí, bebimos y comimos. Ya sabes que es difícil conseguir vodka en la ciudad, pero yo traigo aguardiente casero. Ellos ponían la música y yo la bebida. Por supuesto, había chicas… — Los recuerdos hicieron a Davidov sacudir la barba. Continuó, bajando la voz —: Hermanito, en las ciénagas hay muy pocas hembras. Hay una viuda, ¿entiendes? y vamos a verla… su marido se ahogó el año antepasado… Y ya sabes qué pasa: vas a verla, qué otra cosa puedes hacer, pero después tienes que arreglarle la cosechadora, o ayudarla a recoger la cosecha, o vaya usted a saber qué… ¡Menudo fastidio! — Espantó con el látigo a un babuino que seguía el carretón —. En general, hermanito, vivimos allí como si estuviéramos en combate. No es posible sobrevivir sin armas. ¿Y el rubio ese, quién era? ¿Un alemán?

— Sí, un alemán — respondió Andrei —. Antiguo suboficial, fue hecho prisionero en Konigsberg, y de allí vino para acá…

— Ya me parecía que tenía una jeta repugnante — explicó Davidov —. Esas malditas lombrices me hicieron retroceder hasta el mismo Moscú, terminé en el hospital de campaña, me volaron medio trasero. Pero después me desquité. Era tanquista, ¿entiendes? La última vez, ardí en las afueras de Praga… — Se retorció la barba —. ¡Mira qué casualidad! ¡Y nos hemos encontrado aquí!

— No es mala persona, es un tipo eficiente — dijo Andrei —. Y valiente. De vez en cuando monta un numerito, pero trabaja bien, con energías. En mi opinión, es una persona excelente para el Experimento. Un organizador.

Davidov se quedó callado un rato, chasqueando la lengua a los caballos.

— La semana pasada vino a las ciénagas uno de esos sujetos — comenzó a contar, tras la pausa —. Nos reunimos en casa de Kowalski, un granjero polaco que vive a diez kilómetros de mi granja; tiene una buena casa, amplia… Nos reunimos allí. Y el tío comienza a marearnos: que si entendemos bien las tareas del Experimento. Venía del ayuntamiento, del departamento agrícola. Y nos íbamos dando cuenta, claro, de que todo aquello llevaba a que si lo entendíamos bien, sería adecuado subir los impuestos… ¿Y tú, estás casado? — preguntó de repente.

— No.

— Te lo preguntaba porque hoy tendré que pasar la noche en alguna parte. Tengo un asuntito aquí mañana por la mañana.

— ¡Ni una palabra más! — respondió Andrei —. Mi piso está a su disposición. Venga, pase la noche allí, tengo mucho espacio, eso me alegra…

— Y a mí también me alegra — dijo Davidov, sonriendo —. Somos compatriotas.

— Anote la dirección. ¿Tiene dónde escribir?

— Simplemente dímela, la recordaré.

— Es muy sencilla: calle Mayor, número ciento cinco, piso dieciséis. La entrada es por el patio. Si por casualidad resulta que no estoy, busque al conserje, es un chino llamado Van, le dejaré la llave.

Davidov le caía muy bien a Andrei, aunque al parecer sus ideas no coincidían.

Перейти на страницу:

Похожие книги

Незаменимый
Незаменимый

Есть люди, на которых держится если не мир, то хотя бы организация, где они работают. Они всегда делают больше, чем предписано, — это их дар окружающим. Они придают уникальность всему, за что берутся, — это способ их самовыражения. Они умеют притянуть людей своим обаянием — это результат их человекоориентированности. Они искренни в своем альтруизме и неподражаемы в своем деле. Они — Незаменимые. За такими людьми идет настоящая охота работодателей, потому что они эффективнее сотни посредственных работников. На Незаменимых не экономят: без них компании не выжить.Эта книга о том, как найти и удержать Незаменимых в компании. И о том, как стать Незаменимым.

Агишев Руслан , Алана Альбертсон , Виктор Елисеевич Дьяков , Евгений Львович Якубович , Сет Годин

Современные любовные романы / Проза / Самосовершенствование / Социально-психологическая фантастика / Современная проза / Эзотерика