Читаем La Ciudad maldita полностью

— ¡A propósito! — dijo, volviéndose primero hacia Andrei, y después hacia Selma —. ¿No lo habéis oído? El consejo de representantes regionales estudia un proyecto de resolución. — Levantó un dedo y bajó la voz —. «Sobre la preservación del orden en la situación creada por la presencia en el casco urbano de grandes concentraciones de monos cinocéfalos». ¡Uf! Se propone la inscripción de todos los monos, a los que se les pondrá collares metálicos y placas con sus nombres propios, y a continuación serán adscritos a instituciones y ciudadanos particulares que, de ahí en adelante, serán responsables de ellos. — Soltó una risita, gruñó y comenzó a dar puñetazos con la mano derecha en la palma de su mano izquierda, mientras profería gemidos largos y agudos —. ¡Es grandioso! Lo han parado todo, en todas las fábricas se preparan con urgencia los collares y las placas. El señor alcalde adoptará personalmente a tres simios sexualmente maduros y llama a la población a imitar su ejemplo. ¿Adoptarás una mona, Andrei? ¡Selma se opondrá, pero el Experimento lo exige! Como todos saben, el Experimento es el Experimento. Espero que usted no ponga en duda, Selma, que el Experimento es precisamente un experimento, no un excremento, ni un exponente, ni un permanente, sino exactamente el Experimento…

— ¡Vaya charlatán! — logró intercalar Andrei, entre risotadas y gemidos.

Eso era lo que más temía. Ese nihilismo, ese pasotismo debía influir de manera desastrosa en los recién llegados. Por supuesto, era más divertido ir de casa en casa riéndose y burlándose de todo, en lugar de arremangarse y…

Izya dejó de reírse y, nervioso, comenzó a pasear por la habitación.

— Quizá no sea más que un rumor — dijo —. Es posible. Pero tú, Andrei, como siempre, no entiendes nada de la psicología de los jefes. En tu opinión, ¿a qué debe dedicarse la dirección?

— ¡A dirigir! — respondió Andrei, aceptando el reto —. A dirigir y no a parlotear, ni a difundir rumores. A coordinar las acciones de los ciudadanos y las organizaciones…

— ¡Detente! A coordinar las acciones, ¿con qué objetivo? ¿Cuál es el objetivo final de esa coordinación?

— Es elemental — respondió Andrei, encogiéndose de hombros —. El bienestar general, el orden, la creación de condiciones óptimas para el avance del progreso…

— ¡Oh! — Izya volvió a levantar el dedo. Entreabrió la boca y abrió mucho los ojos —. ¡Oh! — repitió y volvió a callar. Selma lo miraba con asombro —. ¡El orden! — proclamó Izya —. ¡El orden! — Sus ojos se abrieron todavía más —. Y ahora, imagina que en la ciudad que diriges aparecen incontables manadas de babuinos. No puedes echarlos, pues no cuentas con fuerzas suficientes para ello. Tampoco puedes alimentarlos de manera centralizada: no tienes suficiente comida, no te alcanzan las reservas. Los monos mendigan por las calles, creando un desorden insoportable: ¡aquí no hay ni puede haber mendigos! Los monos ensucian, no recogen sus desperdicios, y nadie tiene la intención de hacerlo por ellos. ¿Qué conclusión se saca de todo esto?

— Pues, en todo caso, nada de ponerles un collar — respondió Andrei.

— ¡Correcto! — dijo Izya, en tono aprobatorio —. Por supuesto, nada de ponerles un collar. La primera conclusión práctica: ocultar la existencia de los babuinos. Hacer como si no existieran. Pero, por desgracia, eso tampoco es posible. Son demasiados, y por el momento nuestro gobierno es asquerosamente democrático. Y de repente, surge una idea de una sencillez aplastante: ¡controlar la presencia de los babuinos! Legalizar el caos y el desorden, y convertirlos de esa manera en elementos de un orden riguroso, como corresponde al estilo de gobierno de nuestro bondadoso alcalde. En lugar de manadas de mendigos y gamberros, tendremos dulces mascotas domésticas. ¡Todos amamos a los animales! La reina Victoria amaba a los animales. Darwin amaba a los animales. Dicen que hasta Beria amaba a algunos animales, y qué decir de Hitler…

— Nuestro rey Gustavo también ama a los animales — intervino Selma —. Tiene gatos.

— ¡Excelente! — exclamó Izya, dándose puñetazos en la palma de la mano —. El rey Gustavo tiene gatos, y Andrei Voronin tiene un babuino personal. Y si ama lo suficiente a los animales, hasta dos babuinos…

Andrei se desentendió con un gesto y fue a la cocina, a revisar sus reservas. Mientras registraba los estantes, olisqueando con precaución y dando la vuelta a unos paquetes polvorientos con restos rancios y ennegrecidos, la voz de Izya seguía retumbando en la sala y de vez en cuando se oía la risa sonora de Selma y los gemidos y gruñidos del propio Izya.

No quedaba nada de comer: una patata ya germinada, una sospechosa lata de sardinas y una flauta de pan petrificada. Entonces, Andrei metió la mano en el cajón de la mesa de la cocina y decidió contar el dinero que le quedaba. Le llegaría exactamente hasta el día del cobro, siempre que ahorrara y no invitara a nadie sino, por el contrario, se dejara invitar.

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