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La Tierra permanece

En esta novela, que fue calificada como verdadera suma antropológica de un posible futuro, Stewart narra con admirable verosimilitud y una minuciosa precisión —donde la ciencia aparece a veces en breves intermedios de insólito y poético dramatismo— la historia de una colonia humana en una Tierra de pronto casi desierta. El mundo antiguo carece de significado, es un mundo mítico que inspira nuevas cosmogonías: y sin embargo, aunque las generaciones pasan, "la tierra permanece".

George R. Stewart

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George R. Stewart

La Tierra permanece

Los hombres van y vienen

pero la Tierra permanece

ECLESIASTÉS, 1, 4

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MUNDO SIN FIN

Si hoy apareciera por mutación un nuevo virus mortal… nuestros rápidos transportes podrían llevarlo a los más alejados rincones de la tierra, y morirían millones de seres humanos.

W.M. Stanley,Chemical and Engineering News,22 de diciembre de 1947

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Y, en esta emergencia cesa desde ahora, excepto en el distrito de Columbia, el Gobierno de los Estados Unidos. Los funcionarios y los oficiales de las Fuerzas Armadas pasan a depender de los gobernadores de Estado, o de cualquier otra autoridad local. Por orden del Presidente. Dios salve al pueblo de los Estados Unidos…

Es un comunicado del Consejo de Emergencia del Territorio de la Bahía. El Centro de hospitalización de Oakland ha sido abandonado. Sus funciones, comprendidos los sepelios en el mar, se concentran ahora en el Centro de Berkeley.

Sintonicen esta estación, actualmente la única en el norte de California. Informaremos a ustedes mientras sea posible.


Subía apoyándose en el borde de la roca, cuando oyó el cascabeleo. El colmillo se le hundió en la carne. Instantáneamente retiró la mano derecha; se volvió y vio la serpiente, enroscada, amenazadora. No era muy grande. Llevándose la mano a los labios, succionó con fuerza la base del dedo índice, donde asomaba una gota roja.

No perder tiempo en matar a la serpiente, recordó.

Se dejó caer, succionándose el dedo. Vio el martillo al pie de la roca, y pensó si lo dejaría allí. Pero aquello se parecía al pánico. Lo recogió con la mano izquierda y avanzó por el áspero sendero.

No se apresuró. La prisa le aceleraba el corazón, y el veneno circulaba entonces con mayor rapidez. Aunque el corazón le latía de tal modo, por la excitación o el miedo, que apresurarse o no parecía indiferente. Al llegar a unos árboles, sacó el pañuelo y se lo ató en la muñeca derecha. Con una ramita arrolló el pañuelo en un torniquete.

Echó a caminar, y se sintió más tranquilo. El corazón se le apaciguaba. No debía preocuparse demasiado. Era un hombre joven, y sano y fuerte. La mordedura no sería fatal.

Al fin la cabaña apareció ante él. La mano le colgaba dura e insensible. Poco antes de llegar, se detuvo y soltó el torniquete. Dejó que la sangre le circulara por la mano, y luego volvió a atársela.

Abrió la puerta con el hombro, dejando caer el martillo. La herramienta se balanceó un momento sobre su pesada cabeza, y al fin se detuvo, con el mango hacia arriba.

En el cajón de la mesa buscó el botiquín. Rápidamente siguió las instrucciones. Con la hoja de afeitar trazó unas cruces sobre la marca de los colmillos, y aplicó la bomba de succión. Luego se tendió en el camastro y observó la ampolla de goma que la sangre hinchaba lentamente.

No temía morir. Todo aquello era sólo una molestia. La gente le había dicho y repetido que no anduviese solo por las montañas. «Lleve un perro por lo menos», añadían. Siempre se había reído. Los perros peleaban constantemente con los jabalíes o los zorrillos, y además no le gustaban. Ahora los consejeros se sentirían satisfechos.

Se revolvió en la cama, como afiebrado. «Quizá», les diría, «me atrae el peligro». Eso parecería heroico. Podía decir también, más sinceramente: «Amo esta soledad, lejos de los problemas de la vida en común».

Sin embargo, por lo menos ese año último sólo el trabajo lo había llevado a las montañas. Preparaba una tesis: La Ecología de la zona de Black Creek. Debía investigar las relaciones, pasadas y presentes, entre los hombres, plantas y animales de la región. Buscar un compañero ideal le hubiese llevado demasiado tiempo. Además, nunca le pareció que hubiese allí grandes peligros. Aunque en un radio de ocho kilómetros no vivía un solo ser humano, difícilmente pasase un día sin que se apareciera algún pescador que subía en coche por la carretera rocosa, o simplemente remontaba la corriente.

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