– No, de nada. Están más cerrados que el monedero de mi madre. Pero la cosa va en serio, Jimmy. ¡Y tanto! Han cerrado el acceso a la calle Sydney desde todos los ángulos posibles; según he oído, han puesto polis y caballetes en Crescent, Harborview, Sudan, Romsey* y hasta en Dunboy. La gente que vive en esas calles no puede salir y está muy cabreada. Me han contado que están rastreando el canal y Boo Bear. Durkin me ha llamado y me ha dicho que desde su ventana ha visto hombres rana zambulléndose en el canal- Deveau señaló en aquella dirección-. ¡Mira todo el montaje que tienen ahí!
Jimmy siguió el dedo de Deveau y vio cómo tres polis hacían salir a un borracho de uno de los edificios de tres plantas más destrozados del final de la calle Sydney; al borracho no parecía gustarle mucho lo que le estaban haciendo y ofreció resistencia hasta que uno de los policías le pegó tal empujón que le hizo bajar de cabeza los pocos escalones derruidos que quedaban. Jimmy aún seguía pensando en la palabra que Ed acababa de pronunciar:
– Debe de tratarse de un asunto serio. -Deveau silbó y se quedó mirando la ropa de Jimmy-. ¿Dónde vas tan bien vestido?
– Vengo de la ceremonia de Primera Comunión de Nadine.
Jimmy vio cómo un poli recogía al borracho del suelo y le decía algo a la oreja, luego la llevaba a la fuerza hasta un sedán color verde oliva que tenía una sirena puesta a un lado del techo sobre el asiento del conductor.
– ¡Felicidades! -exclamó Deveau.
Jimmy se lo agradeció con una sonrisa.
– ¿Y qué demonios haces aquí?
Deveau recorrió la calle Roseclair con la mirada en dirección hacia Santa Cecilia; de repente Jimmy se sintió ridículo. ¿Qué coño estaba haciendo él ahí con su corbata de seda y su traje de seiscientos dólares, estropeándose los zapatos con los hierbajos que surgían desde debajo de la barandilla?
Katie, recordó.
Aun así, le seguía pareciendo ridículo. Katie no había asistido a la Primera Comunión de su hermanastra porque estaría durmiendo la borrachera de la noche anterior o en íntima conversación con su último novio. ¿Qué le hacía creer que Katie iba a ir a la iglesia si nadie la obligaba? El día que bautizaron a Katie, hacía más de diez años que Jimmy no entraba en una iglesia. E incluso después de ese día, Jimmy no empezó a ir a la iglesia con regularidad hasta que conoció a Annabeth. Así pues, ¿qué había de malo si había salido de la iglesia, había visto los coches patrulla girar a toda velocidad la esquina de la calle Roseclair y había tenido un… mal presentimiento? Era sólo porque estaba preocupado por Katie, y también cabreado con ella, y por tanto pensaba en su hija mientras contemplaba cómo los polis se dirigían hacia el Pen Channel.
Sin embargo, en aquel momento se sentía estúpido. Estúpido, demasiado bien vestido y realmente tonto por haberle dicho a Annabeth que se llevara a las chicas a Chuck E. Cheese´s y que el ya iría más tarde; Annabeth le había mirado a los ojos con una mezcla de exasperación, confusión y enfado a duras penas contenido.
Jimmy se volvió hacia Deveau y le respondió:
– Supongo que tenía curiosidad por ver qué pasaba, como todos los demás- le dio una palmadita en el hombro-. Pero ya me marcho, Ed.
Mientras bajaba por la calle Sydney, un poli le lanzó un juego de llaves a otro y éste entró en el furgón policial.
– De acuerdo, Jimmy. Cuídate.
– Tú también -dijo Jimmy despacio, sin dejar de observar la calle al tiempo que el furgón daba marcha atrás y se detenía para cambiar de marcha y girar las ruedas a la derecha.
Jimmy volvió a tener la certeza de que había sucedido algo malo.
Uno la sentía en el alma, pero en ningún otro lugar. Uno solía sentir la verdad allí mismo (más allá de toda lógica) y a menudo no se equivocaba, si era de ese tipo de verdad que no se quiere aceptar y que no se está seguro de poder asumir. Las mismas verdades que todos intentamos no ver y que hacen que la gente vaya al psiquiatra, pase demasiado tiempo en bares y se atonte delante del televisor para ocultar ciertas realidades duras y desagradables que el alma reconoce mucho antes de que la mente las capte.