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– Utilizaron a tu hermano para dar salida a toda la droga -prosiguió Epkeen-, y cuando Stan se volvió demasiado llamativo, llenaron a tope la aguja para que pareciera una sobredosis. O, más bien, le dieron a elegir entre palmarla él sólito con una sobredosis o pasar un ratito con uno de esos encantadores bichitos… Hemos encontrado una migala en el aseo de vuestra casa -añadió-: una bien gorda.

Ramphele se frotó la cara con las manos. Las fotografías sobre la mesa formaban un calidoscopio siniestro en su cabeza; los últimos fragmentos de su mundo partían a la deriva, y él ya no tenía dónde agarrarse, sólo los ojos llorosos del poli canijo sentado frente a él.

– Muizenberg -dijo por fin-. La droga la vendíamos en la playa de Muizenberg…


***


Utilizadas desde hace cinco mil años por los pigmeos por sus virtudes medicinales, las raíces de la iboga contenían una docena de alcaloides, entre ellos la ibogaína, una sustancia próxima a las que están presentes en diferentes especies de hongos alucinógenos. Al actuar sobre la serotonina, la ibogaína supuestamente refuerza la confianza en uno mismo y el bienestar general. Si bien es cierto que la planta y varios de sus derivados presentaban propiedades psicoestimulantes, en dosis más elevadas podían provocar alucinaciones auditivas y visuales, a veces muy angustiosas, que podían llevar al suicidio. Etimológicamente derivada de un verbo que significa «cuidar, curar», la iboga era una planta iniciática cuyas propiedades terapéuticas y cuyo poder alucinógeno permitían establecer un vínculo con lo sagrado y con el conocimiento. La iboga se utilizaba en sesiones llamadas bwiti, ceremonias introspectivas dirigidas por un guía espiritual, un chamán llamado inyanga, una suerte de herborista. Aparte de esos rituales secretos, la raíz de iboga se empleaba como afrodisíaco o filtro de amor.

Los más partidarios aseguraban que la ibogaína provocaba erecciones que podían durar seis horas y placeres indescriptibles. En la medicina occidental, la ibogaína tenía un papel en las terapias psicológicas y en el tratamiento de la adicción a la heroína, pero los conocimientos relativos a sus virtudes afrodisíacas seguían siendo escasos por falta de pruebas científicas.

Un filtro de amor africano…

Neuman rumiaba como un viejo león inclinado sobre su reflejo. Nicole Wiese había tomado iboga pocos días antes de su asesinato, una fuerte dosis según los análisis del forense, probablemente en forma de esencia. ¿Los frasquitos encontrados en su bolso? ¿Su amigo Stan también traficaba con iboga?

Neuman se marchó corriendo al instituto médico-forense.


Tembo había sido el primer negro en dirigir la morgue de Durham Road. Su corta barba gris recordaba a la de un antiguo secretario de Naciones Unidas, y sus gafas indicaban que era miope, tan corto de vista como un topo. Soltero recalcitrante, a Tembo sólo le gustaban las cosas antiguas, la música barroca y los sombreros pasados de moda, y cultivaba una pasión exclusiva por los jeroglíficos egipcios. Los cadáveres eran para él pergaminos que había que descifrar, marionetas de las que él era el ventrílocuo, sólo él podía hacerlas hablar. No las dejaba de lado hasta haberles extraído todo el significado que encerraban. Era un tipo tenaz, en sintonía con el temperamento de Neuman.

Los dos hombres se instalaron en el laboratorio del jefe forense.

El resultado de la autopsia de Stan Ramphele concluía que la muerte se había debido a una sobredosis de metanfetamina. La hora de la misma era incierta, pero se remontaba a unos cuatro días, es decir, poco después del asesinato de Nicole. La arena que había en la alfombrilla de la camioneta se correspondía con los granos encontrados entre el cabello de la joven afrikáner. También se habían encontrado restos de sal en la piel del xhosa y polen de Dictes grandiflora, una flor más conocida bajo el nombre de wilde iris, lo cual confirmaba lo que ya sabían: Stan y Nicole estaban juntos en el Jardín Botánico…

– Pero lo más interesante lo hemos obtenido de los análisis toxicológicos -dijo el forense-. Para empezar la iboga. Ramphele también la tomó, pero su consumo es más reciente: tan sólo unas horas antes de morir. Es decir aproximadamente cuando se produjo el asesinato de Nicole Wiese. Esa misma esencia está en el interior de los frasquitos hallados en su bolso. Una fórmula muy concentrada, yo no había visto nada igual hasta ahora…

– ¿Una elaboración artesanal?

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