—¡Pobre Hocicos! —dijo Ron, suspirando—. Tiene que quererte mucho, Harry...
¡Imagínate, vivir a base de ratas!
28
La locura del señor Crouch
El domingo después de desayunar, Harry, Ron y Hermione fueron a la lechucería para enviar una carta a Percy, preguntándole, como Sirius les había sugerido, si había visto a Crouch recientemente. Utilizaron a
Los elfos domésticos les dispensaron una cálida acogida, haciendo reverencias y apresurándose a prepararles un té. Dobby se emocionó con el regalo.
—¡Harry Potter es demasiado bueno con Dobby! —chilló, secándose las lágrimas de sus enormes ojos.
—Me salvaste la vida con esas branquialgas, Dobby, de verdad —dijo Harry.
—¿No hay más pastelitos de nata y chocolate? —preguntó Ron, paseando la vista por los elfos domésticos, que no paraban de sonreír ni de hacer reverencias.
—¡Acabas de desayunar! —dijo Hermione enfadada, pero entre cuatro elfos ya le habían llevado una enorme bandeja de plata llena de pastelitos.
—Deberíamos pedir algo de comida para mandarle a Hocicos —murmuró Harry.
—Buena idea —dijo Ron—. Hay que darle a
—¿Dónde está Winky, Dobby? —quiso saber Hermione, que había estado buscándola con la mirada.
—Winky está junto al fuego, señorita —repuso Dobby en voz baja, abatiendo un poco las orejas.
—¡Dios mío!
Harry también miró hacia la chimenea. Winky estaba sentada en el mismo taburete que la última vez, pero se hallaba tan sucia que se confundía con los ladrillos ennegrecidos por el humo que tenía detrás. La ropa que llevaba puesta estaba andrajosa y sin lavar. Sostenía en las manos una botella de cerveza de mantequilla y se balanceaba ligeramente sobre el taburete, contemplando el fuego. Mientras la miraban, hipó muy fuerte.
—Winky se toma ahora seis botellas al día —le susurró Dobby a Harry.
—Bueno, no es una bebida muy fuerte —comentó Harry.
Pero Dobby negó con la cabeza.
—Para una elfina doméstica sí que lo es, señor —repuso.
Ella volvió a hipar. Los elfos que les habían llevado los pastelitos le dirigieron miradas reprobatorias mientras volvían al trabajo.
—Winky está triste, Harry Potter —dijo Dobby apenado—. Quiere volver a su casa. Piensa que el señor Crouch sigue siendo su amo, señor, y nada de lo que Dobby le diga conseguirá persuadirla de que ahora su amo es Dumbledore.
Harry tuvo una idea brillante.
—Eh, Winky —la llamó, yendo hacia ella e inclinándose para hablarle—, ¿tienes alguna idea de lo que le pasa al señor Crouch? Porque ha dejado de asistir al Torneo de los tres magos.
Winky parpadeó y clavó en Harry sus enormes ojos. Volvió a balancearse ligeramente y luego dijo:
—¿El... el amo ha... dejado... ¡hip!... de asistir?
—Sí —dijo Harry—, no lo hemos vuelto a ver desde la primera prueba.
Winky se volvió a balancear, mirando a Harry con ojos enturbiados por las lágrimas.
—El amo... ¡hip!... ¿enfermo?
Le empezó a temblar el labio inferior.
—Pero no estamos seguros de que sea cierto —se apresuró a añadir Hermione.
—¡El amo necesita a su... ¡hip!... Winky! —gimoteó la elfina—. El amo no puede
¡hip! apañárselas ¡hip! él solo.
—Hay quien se las arregla para hacer por sí mismo las labores de la casa, ¿sabes, Winky? —le dijo Hermione severamente.
—¡Winky... ¡hip!... no sólo le hacía... ¡hip!... las cosas de la casa al señor Crouch!
—chilló Winky indignada, balanceándose más que antes y derramando cerveza de mantequilla por su ya muy manchada blusa—. El amo le... ¡hip!... confiaba a Winky todos sus... ¡hip!... secretos más importantes.
—¿Qué secretos? —preguntó Harry.
Pero Winky negó rotundamente con la cabeza, derramándose encima más cerveza de mantequilla.
—Winky le guarda... ¡hip!... los secretos a su amo —contestó con brusquedad, balanceándose más y poniéndole a Harry cara de pocos amigos—. Harry Potter quiere...
¡hip!... meter las narices.
—¡Winky no debería hablarle de esa manera a Harry Potter! —la reprendió Dobby enojado—. ¡Harry Potter es noble y valiente, y no quiere meter las narices en ningún lado!
—Quiere meter las narices... ¡hip!... en las cosas privadas y secretas... ¡hip!... de mi amo... ¡hip! Winky es una buena elfina doméstica... ¡hip! Winky guarda sus secretos...
¡hip!... aunque haya quien quiera fisgonear... ¡hip!... y meter las narices. —Winky cerró los párpados y de repente, sin previo aviso, se deslizó del taburete y cayó al suelo delante de la chimenea, donde se puso a roncar muy fuerte. La botella vacía de cerveza de mantequilla rodó por el enlosado.