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—¿Qué pasa? —inquirió Ron.

—Es... ¡ah, qué ridículo...!

Le pasó la carta a Harry, que vio que no estaba escrita a mano, sino compuesta a partir de letras que parecían recortadas de El Profeta: eRes una ChicA malVAdA. HaRRy PottEr se merEce alGo MejoR quE tú.

vUelve a tU sitIO, mUggle.


—¡Son todas por el estilo! —dijo Hermione desesperada, abriendo una carta tras otra—. «Harry Potter puede llegar mucho más lejos que la gente como tú...» «Te mereces que te escalden en aceite hirviendo... » ¡Ay!

Acababa de abrir el último sobre, y un líquido verde amarillento con un olor a gasolina muy fuerte se le derramó en las manos, que empezaron a llenarse de granos amarillos.

—¡Pus de bubotubérculo sin diluir! —dijo Ron, cogiendo con cautela el sobre y oliéndolo.

Con lágrimas en los ojos, Hermione intentaba limpiarse las manos con una servilleta, pero tenía ya los dedos tan llenos de dolorosas úlceras que parecía que se hubiera puesto un par de guantes gruesos y nudosos.

—Será mejor que vayas a la enfermería —le aconsejó Harry al tiempo que echaban a volar las lechuzas—. Nosotros le explicaremos a la profesora Sprout adónde has ido...

—¡Se lo advertí! —dijo Ron mientras Hermione se apresuraba a salir del Gran Comedor, soplándose las manos—. ¡Le advertí que no provocara a Rita Skeeter! Fíjate en ésta. —Leyó en voz alta una de las cartas que Hermione había dejado en la mesa—.

«He leído en Corazón de bruja cómo has jugado con Harry Potter, y quiero decirte que ese chico ya ha pasado por cosas muy duras en esta vida. Pienso enviarte una maldición por correo en cuanto encuentre un sobre lo bastante grande.» ¡Va a tener que andarse con cuidado!

Hermione no asistió a Herbología. Al salir del invernadero para ir a clase de Cuidado de Criaturas Mágicas, Harry y Ron vieron a Malfoy, Crabbe y Goyle descendiendo la escalinata de la puerta del castillo. Pansy Parkinson iba cuchicheando y riéndose tras ellos con el grupo de chicas de Slytherin. Al ver a Harry, Pansy le gritó:

—Potter, ¿has roto con tu novia? ¿Por qué estaba tan alterada en el desayuno?

Harry no le hizo caso: no quería darle la satisfacción de que supiera cuántos problemas les estaba causando el artículo de Corazón de bruja.

Hagrid, que en la clase anterior les había dicho que ya habían acabado con los unicornios, los esperaba fuera de la cabaña con una nueva remesa de cajas. Al verlas, a Harry se le cayó el alma a los pies. ¿Les tocaría cuidar otra camada de escregutos? Pero, cuando llegaron lo bastante cerca para echar un vistazo, vieron un montón de animalitos negros de aspecto esponjoso y largo hocico. Tenían las patas delanteras curiosamente planas, como palas, y miraban a la clase sin dejar de parpadear, algo sorprendidos de la atención que atraían.

—Son escarbatos

—explicó Hagrid cuando la clase se congregó en torno a ellos—.

Se encuentran sobre todo en las minas. Les gustan las cosas brillantes... Mirad.

Uno de los escarbatos dio un salto para intentar quitarle de un mordisco el reloj de pulsera a Pansy Parkinson, que gritó y se echó para atrás.

—Resultan muy útiles como detectores de tesoros —dijo Hagrid contento—. Pensé que hoy podríamos divertirnos un poco con ellos. ¿Veis eso? —Señaló el trozo grande de tierra recién cavada en la que Harry lo había visto trabajar desde la ventana de la lechucería—. He enterrado algunas monedas de oro. Tengo preparado un premio para el que coja al escarbato que consiga sacar más. Pero lo primero que tenéis que hacer es quitaros las cosas de valor; luego escoged un escarbato y preparaos para soltarlo.

Harry se quitó el reloj, que sólo llevaba por costumbre, dado que ya no funcionaba, y lo guardó en el bolsillo. Luego cogió un escarbato, que le metió el hocico en la oreja, olfateando. Era bastante cariñoso.

—Esperad —dijo Hagrid mirando dentro de una caja—, aquí queda un escarbato.

¿Quién falta? ¿Dónde está Hermione?

—Ha tenido que ir a la enfermería —explicó Ron.

—Luego te lo explicamos —susurró Harry, viendo que Pansy Parkinson estaba muy atenta.

Era con diferencia lo más divertido que hubieran visto nunca en clase de Cuidado de Criaturas Mágicas. Los escarbatos entraban y salían de la tierra como si ésta fuera agua, y acudían corriendo a su estudiante respectivo para depositar el oro en sus manos.

El de Ron parecía especialmente eficiente. No tardó en llenarle el regazo de monedas.

—¿Se pueden comprar y tener de mascotas, Hagrid? —le preguntó emocionado, mientras su escarbato volvía a hundirse en la tierra, salpicándole la túnica.

—A tu madre no le haría gracia, Ron —repuso Hagrid sonriendo—, porque destrozan las casas. Me parece que ya deben de haberlas recuperado todas —añadió paseando por el trozo de tierra excavado, mientras los escarbatos continuaban buscando—. Sólo enterré cien monedas. ¡Ah, ahí está Hermione!

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