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Pero Ron no se movió.

—¿A quién le hacéis chantaje? —inquirió.

La sonrisa desapareció de la cara de Fred. George le dirigió una rápida mirada a su gemelo antes de sonreír a Ron.

—No seas tonto, estábamos de broma —dijo con naturalidad.

—No lo parecía —repuso Ron.

Fred y George se miraron. Luego Fred dijo abruptamente:

—Ya te lo he dicho antes, Ron: aparta las narices si te gusta la forma que tienen.

No es que sean una preciosidad, pero...

—Si le estáis haciendo chantaje a alguien, es asunto mío —replicó Ron—. George tiene razón: os podríais meter en problemas muy serios.

—Ya te he dicho que estábamos de broma —dijo George. Se acercó a Fred, le arrancó la carta de las manos y empezó a atarla a una pata de la lechuza que tenía más cerca—. Te estás empezando a parecer a nuestro querido hermano mayor. Sigue así, y te veremos convertido en prefecto.

—Eso nunca.

George llevó la lechuza hasta la ventana y la echó a volar. Luego se volvió y sonrió a Ron.

—Pues entonces deja de decir a la gente lo que tiene que hacer. Hasta luego.

Los gemelos salieron de la lechucería. Harry, Ron y Hermione se miraron.

—¿Creéis que saben algo? —susurró Hermione—, ¿sobre Crouch y todo esto?

—No —contestó Harry—. Si fuera algo tan serio se lo dirían a alguien. Se lo dirían a Dumbledore.

Pero Ron estaba preocupado.

—¿Qué pasa? —le preguntó Hermione.

—Bueno... —dijo Ron pensativamente—, no sé si lo harían. Últimamente están obsesionados con hacer dinero. Me di cuenta cuando andaba por ahí con ellos, cuando...

ya sabes.

—Cuando no nos hablábamos. —Harry terminó la frase por él—. Sí, pero el chantaje...

—Es por lo de la tienda de artículos de broma —explicó Ron—. Creí que sólo lo decían para incordiar a mi madre, pero no: es verdad que quieren abrir una. No les queda más que un curso en Hogwarts, así que opinan que ya es hora de pensar en el futuro. Mi padre no puede ayudarlos. Y necesitan dinero para empezar.

Hermione también se mostró preocupada.

—Sí, pero... no harían nada que fuera contra la ley para conseguirlo, ¿verdad?

—No lo sé... —repuso Ron—. Me temo que no les importa demasiado infringir las normas.

—Ya, pero ahora se trata de la ley —dijo Hermione, asustada—, no de una de esas tontas normas del colegio... ¡Por hacer chantaje pueden recibir un castigo bastante más serio que quedarse en el aula! Ron, tal vez fuera mejor que se lo dijeras a Percy...

—¿Estás loca? ¿A Percy? Lo más probable es que hiciera como Crouch y los entregara a la justicia. —Miró la ventana por la que había salido la lechuza de Fred y George, y luego propuso—: Vamos a desayunar.

—¿Creéis que es demasiado temprano para ir a ver al profesor Moody? —preguntó Hermione bajando la escalera de caracol.

—Sí —respondió Harry—. Seguramente nos acribillaría a encantamientos a través de la puerta si lo despertamos al alba: creería que queremos atacarlo mientras está dormido. Será mejor que esperemos al recreo.

La clase de Historia de la Magia nunca había resultado tan lenta. Como Harry ya no llevaba su reloj, a cada rato miraba el de Ron, el cual avanzaba tan despacio que parecía que se hubiera parado también. Estaban tan cansados los tres que de buena gana habrían apoyado la cabeza en la mesa para descabezar un sueño: ni siquiera Hermione tomaba sus acostumbrados apuntes, sino que tenía la barbilla apoyada en una mano y seguía al profesor Binns con la mirada perdida.

Cuando por fin sonó la campana, se precipitaron hacia el aula de Defensa Contra las Artes Oscuras, y encontraron al profesor Moody que salía de allí. Parecía tan cansado como ellos. Se le caía el párpado de su ojo normal, lo que le daba a la cara una apariencia más asimétrica de lo habitual.

—¡Profesor Moody! —gritó Harry, mientras avanzaban hacia él entre la multitud.

—Hola, Potter —saludó Moody. Miró con su ojo mágico a un par de alumnos de primero, que aceleraron nerviosos; luego giró el ojo hacia el interior de la cabeza y los miró a través del cogote hasta que doblaron la esquina. Entonces les dijo—: Venid.

Se hizo atrás para dejarlos entrar en el aula vacía, entró tras ellos cojeando y cerró la puerta.

—¿Lo encontró? —le preguntó Harry, sin preámbulos—. ¿Encontró al señor Crouch?

—No. —Moody fue hacia su mesa, se sentó, extendió su pata de palo con un ligero gemido y sacó la petaca.

—¿Utilizó el mapa? —inquirió Harry.

—Por supuesto —dijo Moody bebiendo un sorbo de la petaca—. Seguí tu ejemplo, Potter: lo llamé para que llegara hasta mí desde mi despacho. Pero Crouch no aparecía por ningún lado.

—¿Así que se desapareció? —preguntó Ron.

—¡Nadie se puede desaparecer en los terrenos del colegio, Ron! —le recordó Hermione—. ¿Podría haberse esfumado de alguna otra manera, profesor?

El ojo mágico de Moody tembló un poco al fijarse en Hermione.

—Tú también valdrías para auror —le dijo—. Tu mente funciona bien, Granger.

Hermione se puso colorada de satisfacción.

—Bueno, no era invisible —observó Harry—, porque el mapa muestra también a los invisibles. Por lo tanto debió de abandonar los terrenos del colegio.

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