Читаем La Ciudad maldita полностью

«Izya Katzman. Charlatán. Siempre parloteando. Lengua malvada, venenosa. Cínico. Y al mismo tiempo, y eso es imposible negarlo, no tiene nada suyo, es bondadoso, desinteresado hasta el absurdo, y en la vida cotidiana está indefenso… Pero el caso del Edificio. Y la Anticiudad. Demonios… Bien, lo investigaremos.»

Regresó a su despacho y sintió cierta perplejidad al encontrarse allí a Fritz, sentado tras su mesa, fumando un cigarrillo y revisando con atención sus casos, que había sacado de la caja fuerte.

— ¿Qué, te han dado un buen repaso? — preguntó, levantando la mirada hacia Andrei.

Éste, sin responder, cogió un cigarrillo, lo encendió y le dio varias caladas. Después miró a su alrededor buscando dónde sentarse, y vio el taburete vacío.

— ¿Y dónde está ese tipo?

— En el calabozo — respondió Fritz, despectivo —. Lo mandé a pasar la noche en el calabozo y ordené que no le dieran de comer, de beber ni de fumar. Lo confesó todito, hasta el menor detalle, y además dio los nombres de otros dos, de los que no sabíamos nada. Pero es bueno darle una lección a ese llorón. El acta… — Cambió de lugar varias carpetas —. Yo mismo la grapé al expediente, ya la encontrarás. Lo puedes enviar mañana a la fiscalía. Me contó algo curioso, quizá pueda utilizarlo en alguna ocasión…

Andrei fumaba y contemplaba aquella cara larga y bien cuidada, los ojos claros e inquietos. Admiraba involuntariamente los movimientos seguros de aquellas manos grandes, masculinas de verdad. Fritz había crecido en los últimos tiempos. En él no quedaba ya casi nada de aquel suboficial estirado. El descaro brutal había dejado paso a una seguridad en sí mismo bien definida, ya no lo enojaban las bromas, no se quedaba pasmado y no se comportaba como un asno. En una época comenzó a visitar a Selma, pero provocaron un escándalo; Andrei le dijo un par de cosas. Y Fritz se apartó tranquilamente.

— ¿Qué me miras? — preguntó Fritz, bonachón —. ¿No te recuperas del enema? Pues no es nada, amigo, un enema puesto por la superioridad es una fiesta del corazón para el subordinado.

— Oye — dijo Andrei —. ¿con qué objetivo armaste toda esa escena? Himmler, la Gestapo… ¿Qué, se trata de algún método nuevo de investigación?

— ¿Escena? — Fritz levantó la ceja derecha —. Amigo, eso funciona como un cañón. — Cerró el expediente abierto y salió de detrás de la mesa —. Me asombra que no lo hayas utilizado. Te aseguro que si le hubieras dicho que habías trabajado en la Cheka o en la GPU, y hubieras sacudido delante de su nariz unas tijeras, ese bribón te hubiera dado un beso… Oye, me llevo algunos casos tuyos, tienes aquí una montaña tal que no podrás rebajarla ni en un año. Así que me los llevo y después me lo compensas de alguna manera.

Andrei lo miró agradecido y Fritz le respondió con un guiño amistoso. Era un tipo trabajador ese Fritz. Y un buen camarada. Quién sabe si sería así como habría que trabajar. ¿Por qué hay que ser delicado con esa escoria? Es verdad, en Occidente les han dado un susto de muerte habiéndoles de los sótanos de la Cheka, y con la carroña asquerosa como el tal Coxis cualquier medio es bueno…

— ¿Quieres hacerme alguna pregunta? ¿No? Entonces me marcho. — Se metió las carpetas bajo el brazo y salió de detrás de la mesa.

— ¡Sí! — Andrei cayó en cuenta —. Oye, ¿no te llevarás el caso del Edificio? ¡Déjamelo!

— ¿El caso del Edificio? Querido amigo, mi altruismo no llega tan lejos. Del caso del Edificio ocúpate tú mismo, como…

— Aja — dijo Andrei, en tono serio y decidido —. Yo mismo… A propósito — recordó —, ¿qué caso es ése, el de las Estrellas Fugaces? El nombre me suena, pero no tengo la menor idea de qué se trata, ni de qué son esas estrellas.

— Hay un caso con ese nombre — dijo Fritz con la frente llena de arrugas, mirando a Andrei con curiosidad —. No me digas que te lo han asignado. Entonces, estás acabado. Lo lleva Chachua. Algo totalmente sin esperanzas.

— No — dijo Andrei, suspirando —. Nadie me lo ha asignado. Sencillamente, el jefe me aconsejó que le echara un vistazo. ¿No se tratará de una serie de asesinatos rituales?

— No, no se trata de eso. Aunque quién sabe. Es un caso que se prolonga hace varios años, amigo. De vez en cuando, aparecen al pie de la Pared cuerpos totalmente destrozados de personas que obviamente han caído desde gran altura, quizá de la Pared…

— ¿Cómo que de la Pared? — se asombró Andrei —. ¿Acaso es posible treparse allá arriba? Pero si es totalmente lisa… ¿Y con qué fin? Si no se ve la cima.

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