—¿Recuerdas? Yo decía lo mismo hace mucho tiempo. Debemos crear, y no vivir del pillaje. No nos conviene, incluso psicológicamente. Lo decía antes de que naciese Jack.
—Sí, recuerdo. Lo repetiste bastantes veces. Sin embargo, es mucho más fácil abrir latas de conservas, mientras haya latas en almacenes y tiendas.
—Pero cualquier día se agotarán las reservas. ¿Qué harán entonces las gentes?
—Las gentes resolverán entonces ellas mismas el problema. Querido, te lo ruego, no te atormentes tanto. Sería distinto si hubiera aquí otros hombres como tú, hombres que prevén siempre el futuro. Pero todos somos gente común: Ezra, George, yo. Darwin, me parece, dijo que descendíamos del chimpancé o del orangután. Y creo que los chimpancés no piensan mucho en el porvenir. Si descendiéramos de abejas u hormigas seríamos más previsores, y si nuestros antepasados fueran las ardillas, almacenaríamos nueces para el invierno.
—Quizá. Pero en los viejos tiempos todos pensaban en el futuro. Piensa en la civilización que llegaron a edificar.
—Y disfrutaban con Dotty no sé cuántos y Charlie McCarthy, como dice Ezra. —Em cambió de tema—: Y ese pillaje, como lo llamas, ¿por qué te atormenta tanto? ¿Era tan diferente antes? Si necesitas cobre, entras en una ferretería y te lo llevas. En los viejos tiempos sacaban el cobre de las montañas. Mineral de cobre, es cierto, pero era lo mismo un pillaje. En cuanto a los alimentos, se explotaban las riquezas del suelo y se las transformaba en trigo. Nosotros obtenemos lo que necesitamos en los almacenes. No veo una gran diferencia.
Este razonamiento desconcertó por un rato a Ish. Pero en seguida volvió a la carga.
—No, no era así —dijo—. Nuestros predecesores creaban más que nosotros. El mundo estaba en continua actividad. Producían lo que consumían.
—No estoy tan segura —replicó Em—. Recuerdo haber leído en los suplementos dominicales de los diarios que un día se acabarían el cobre y el petróleo, y que se agotaría el suelo y no tendríamos qué comer.
Una larga experiencia le decía a Ish que Em deseaba dormir. No replicó. Pero no pudo conciliar el sueño y se puso a pensar. Recordó las horas que habían seguido al Gran Desastre, cuando imaginaba cómo resucitar la civilización. Y sus reflexiones filosóficas sobre la transformación del mundo. Unas veces el hombre luchaba tenazmente contra el medio; otras, el medio cambiaba al hombre. Sólo una inteligencia muy poderosa podía imponerse al mundo.
Recordó entonces al pequeño Joey, el niño precoz de clara mirada, el único que parecía comprenderlo enteramente. Imaginó a Joey adolescente, a quien podría hablarle sin reticencia. Y hasta preparó su discurso.
Tú y yo, Joey, le diría, somos de la misma rama. Ezra, George y todos los demás son buena gente. Gente simple y normal. La humanidad necesita muchos como ellos, pero les falta la chispa que enciende el fuego. ¡Nosotros somos esa chispa!
Y de Joey, la cima, Ish pasó revista, rápidamente, a los otros, hasta llegar a Evie, lo más bajo. ¿No se habían equivocado al conservar a Evie con ellos? Había un remedio para esos casos, recordó. La eutanasia. La muerte misericordiosa, como decían antes. Pero, en aquel grupito, ¿quién podía arrogarse el derecho de suprimir a un ser como Evie, aunque ella no conociese la felicidad, ni hiciera feliz a nadie? La responsabilidad de esta decisión sólo podía recaer sobre un jefe supremo. La simple autoridad de un padre americano, la opinión de un grupo de amigos no bastaban. El problema se resolvería más tarde. No con relación a Evie quizá. Pero nacería una organización, y se actuaría enérgicamente.
Vio con tanta claridad aquel mundo futuro, que se agitó bruscamente, como si ya ordenase hacer frente a alguna eventualidad.
Em no se había dormido aún, o el movimiento de Ish la había despertado.
—¿Qué te pasa, querido? —preguntó—. Das saltos como un cachorro que sueña con un león.
—Algún día cambiarán las cosas —dijo Ish, como si Em hubiera seguido sus pensamientos.
—Sí, ya lo sé —dijo ella—. Habrá que hacer algo. “Organizarse” creo que es la palabra. Prevenirse para el futuro.
—¿Adivinas el pensamiento?
—Bueno, querido, lo has dicho tantas veces… Es como una idea fija. Siempre que llega un nuevo año, George habla de la nevera y tú hablas de los cambios y los peligros. ¡Y nada ha cambiado aún!
—Sí, pero algo ocurrirá un día. Es inevitable. Verás como tengo razón.
—Tienes razón, querido. Sigue atormentándote. No puedes vivir sin preocupaciones. Y esta preocupación, me parece, no te hará daño.
Em no dijo nada más. Abrazó a Ish y lo apretó contra su cuerpo. Ish se tranquilizó y se durmió.