—Es raro que reine la paz en una taberna donde comen los soldados —comentó Raistlin.
—Talent aprendió pronto que las peleas de borrachos no son buenas para el negocio, sobre todo cuando hay religiosos —dijo Iolanthe—. Esos peregrinos oscuros son capaces de presenciar sin inmutarse el más sangriento de los sacrificios en honor a su reina, pero si un tipo le revienta a otro la nariz durante la cena, se desmayan del susto.
La camarera les llevó la comida, que era, como había escrito el Esteta, sencilla pero sabrosa. Iolanthe dio cuenta con apetito de su pastel de carne con guarnición de patatas y verduras. Raistlin picoteó un poco de pollo guisado. Iolanthe se encargó de terminar lo que dejó en el plato.
—Deberías comer más —le recomendó—. Acumula fuerzas. Esta tarde vas a necesitarlas.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Raistlin, alarmado por su tono, que no presagiaba nada bueno.
—La Torre de la Alta Hechicería de Neraka es toda una sorpresa —repuso ella tranquilamente.
Raistlin estaba dispuesto a sonsacarle más información, pero justo en ese momento Talent Orren se unió a ellos. Arrastró una silla de otra mesa, la giró y se sentó a horcajadas, apoyando los brazos en el respaldo.
—¿Qué puedo hacer por ti, mi encantadora bruja? —dijo, dedicando una sonrisa picara a Iolanthe—. Ya sabes que daría mi vida por servirte.
—Sé que darías tu vida por cautivar a todas las damas —contestó Iolanthe, sonriente.
Raistlin hizo el gesto de sacar su monedero, pero Iolanthe lo detuvo sacudiendo la cabeza.
—Mi señor Ariakas tendrá el placer de pagar esta comida. Apunta lo que debemos en la cuenta del emperador, ¿quieres, Talent? Y añade algo para la muchacha y para ti.
—Tus deseos son órdenes —dijo Talent—. ¿Puedo hacer algo más por ti?
—Quiero una habitación en la posada para mi amigo —continuó Iolanthe—. Una habitación pequeña, nada especial. No necesita gran cosa.
—Normalmente estamos completos, pero da la casualidad de que tengo una habitación disponible —respondió Orren—. Quedó libre esta mañana. —Y añadió, sin darle importancia—: El anterior ocupante murió mientras dormía.
Mencionó un precio. Raistlin calculó rápidamente y negó con la cabeza.
—Me temo que no puedo permitírmelo...
Iolanthe lo interrumpió, poniendo su mano sobre la de él.
—Kitiara lo pagará por él. Al fin y al cabo, es su hermano.
Talent dio una palmada en el respaldo de la silla.
—En ese caso, todo está arreglado. Puedes mudarte cuando quieras, Majere. Me temo que notarás un olor muy fuerte a pintura, ya que tuvimos que dar varias capas para tapar las salpicaduras de sangre. Recoge la llave al salir. Número treinta y nueve. En el tercer piso, giras a la derecha y, al llegar al final del pasillo, giras a la izquierda. ¿Algo más?
Iolanthe dijo algo en voz baja. Talent la escuchó atentamente, lanzó una mirada a Raistlin, enarcó una ceja y por fin sonrió.
—Por supuesto. Esperad aquí.
—Eso también puedes ponerlo en la cuenta de Ariakas —le dijo Iolanthe, alzando la voz.
Talent rió mientras volvía hacia la barra.
—No te preocupes —dijo Iolanthe, atajando las protestas de Raistlin—. Yo hablaré con Kit. Se pondrá contentísima cuando sepa que estás en Neraka. Y lo de tu habitación se lo puede permitir sin ningún problema.
—No importa —repuso Raistlin con firmeza—. No voy a deber nada a nadie, ni siquiera a mi hermana. Se lo devolveré en cuanto pueda.
—Qué noble por tu parte —dijo Iolanthe, divertida por sus escrúpulos—. Y ahora, si ya te sientes mejor, podemos visitar la torre y te presentaré a tus estimados colegas.
Iolanthe se disponía a coger su bolsa cuando se acercó la camarera. Iolanthe se levantó y las dos chocaron. A Iolanthe se le cayó la bolsa y todo lo que llevaba se esparció por el suelo. La hechicera regañó a la muchacha de mal humor, mientras la camarera se disculpaba una y otra vez, y recogía las monedas y las fruslerías que se habían caído. Raistlin reconoció algún ingrediente para hechizos.
Cuando Raistlin se levantó, Iolanthe lo tomó de la mano y deslizó en su palma un papel enrollado. Él lo escondió en la amplia manga de su túnica y, disimuladamente, lo metió en una de sus bolsitas. La cera negra del «sello oficial» todavía estaba caliente.
Raistlin le pidió la llave de la habitación treinta y nueve a uno de los camareros, el cual le explicó que, una vez que se hubiera mudado, tenía que devolverla cada vez que salía y recogerla cuando volviera. Iolanthe hizo un gesto de despedida a Talent Orren, que estaba sentado a una mesa con dos peregrinos oscuros, un hombre y una mujer. Talent le besó la mano, para el evidente disgusto de los peregrinos, y después volvió a concentrarse en la conversación.
—Puedo conseguir lo que queréis —estaba diciendo Talent—, pero no será barato.
Los peregrinos oscuros se miraron y la mujer sonrió y asintió. El hombre sacó un pesado monedero.
—¿De qué iba todo eso? —quiso saber Raistlin cuando ya habían salido de la posada.