Читаем La Torre de Wayreth полностью

—No sé, seguramente Talent estaba vendiéndoles algo del mercado negro —dijo Iolanthe, encogiéndose de hombros—. Esos dos son Espirituales, un puesto alto en la jerarquía sacerdotal. Como muchos de los seguidores de su Majestad Oscura, han desarrollado el gusto por las cosas más delicadas de la vida, como los purasangres de Khur, el vino y la seda de Qualinesti y la joyería de los artesanos enanos de Thorbardin. Antes todas esas cosas se vendían en las tiendas, pero con las rutas comerciales cortadas y las deudas acumulándose, esos lujos son cada vez más escasos.

—Es interesante que Talent pueda conseguirlos —apuntó Raistlin.

—Tiene buena mano con la gente —dijo Iolanthe, sonriendo.

Volvió a tomar a Raistlin del brazo, lo que seguía resultándole incómodo. Se había imaginado que volverían hacia el corazón de la ciudad. La Torre de la Alta Hechicería no sería tan grandiosa e imponente como el Templo de la reina Oscura, eso estaba claro. Políticamente era imposible. Pero lo lógico sería que se encontrara cerca del Templo de Takhisis.

Le había sorprendido no encontrar ninguna descripción de la Torre de la Alta Hechicería en los escritos sobre Neraka del Esteta. No obstante, podía deberse a un sinfín de razones. Todas las Torres de la Alta Hechicería estaban protegidas por un bosque. La Torre de Palanthas estaba rodeada por el temido Robledal de Shoikan. La Torre de Wayreth se alzaba en el centro de un bosque encantado. Quizá los árboles que guardaban la Torre de Neraka la volvieran invisible.

Sin embargo, Iolanthe no se dirigía hacia el Templo de la reina Oscura. Había echado a caminar en dirección contraria, por una calle que llevaba a lo que parecía una zona de almacenes. Allí las calles no estaban tan abarrotadas, pues no era una zona que los soldados frecuentaran. Se veían trabajadores de los almacenes, empujando barriles, levantando cajas y descargando sacos de cereales de los omnipresentes carros.

—Creí que íbamos a la torre —dijo Raistlin.

—Así es.

Iolanthe dio la vuelta a una esquina, tirando de él, y luego se detuvo delante de un edificio de ladrillo de tres plantas. Parecía aprisionado entre el negocio de un tonelero y una herrería. La casa era negra, no porque se hubiera pintado de ese color, sino por toda la suciedad y hollín que la cubrían. En la fachada se abrían pocas ventanas y la mayoría de las que había estaban rotas o desvencijadas.

—¿Dónde está la torre? —preguntó Raistlin.

—La tienes delante —repuso Iolanthe.

10

Repollo cocido. El nuevo bibliotecario

Día sexto, mes de Mishamont, año 352 DC

—Esto tiene que ser... Tiene que ser un error —dijo Raistlin, con expresión consternada.

—No hay ningún error —aseguró Iolanthe—. Estás frente al emporio de la magia en el reino de la Reina Oscura. —Se volvió para mirarlo.

»¿Ahora ya lo entiendes? ¿Ahora ya comprendes por qué Nuitari se separó de su madre? Esto —hizo un ademán desdeñoso, señalando el edificio sucio, y decrépito— es la consideración que se merece la magia para la Reina Oscura.

Raistlin nunca había sufrido un desengaño tan amargo. Pensó en todo el dolor que había soportado, en los sacrificios que había hecho para llegar hasta ese lugar, y lágrimas de angustia y rabia anegaron sus ojos, enturbiando su mirada.

Iolanthe le dio una palmadita en el brazo.

—Lamento tener que decir que, a partir de aquí, las cosas no hacen más que empeorar. Todavía tienes que conocer a tus colegas Túnicas Negras.

Los ojos de color violeta de la hechicera lo miraban tan intensamente que parecía que lo traspasaran.

»Tienes que tomar una decisión, Raistlin Majere —le dijo en voz baja—. ¿Qué bando eliges? ¿La madre o el hijo?

—¿Y tú? —respondió Raistlin para ganar tiempo.

Iolanthe se echó a reír.

—Oh, eso es fácil. Yo siempre estoy de mi propio lado.

«Y ese lado parece incluir a mi hermana Kitiara —pensó Raistlin—. Eso también podría venirme bien a mí. O no. Yo no he venido a servir. Yo he venido a mandar.»

Suspirando, Raistlin recogió los despojos de su ambición y guardó los trozos. El camino que había recorrido no lo había conducido a la gloria, sino a una pocilga. Tendría que medir bien cada paso, mirar atentamente dónde ponía los pies.

La puerta de la Torre de la Alta Chifladuría, como a Iolanthe le gustaba llamarla en tono burlón, estaba protegida por una runa marcada a fuego. El hechizo mágico era muy rudimentario. Incluso un niño podría haberlo quitado.

—¿No os da miedo que la gente pueda forzar la entrada? —se sorprendió Raistlin.

Iolanthe dejó escapar un suave resoplido.

—Puedes hacerte una idea de lo poco que les preocupamos a los habitantes de Neraka si te digo que nadie ha intentado nunca forzar la entrada de la torre. Hacen bien en no perder el tiempo. Dentro no hay nada de valor.

—Pero tiene que haber una biblioteca —insistió Raistlin, sintiendo que su desesperanza crecía por momentos—. Libros de hechizos, pergaminos, objetos mágicos...

—Todo lo que tenía algún valor se vendió hace mucho para pagar el alquiler del edificio —repuso Iolanthe.

Перейти на страницу:

Все книги серии Las Crónicas Perdidas

Похожие книги