Llevarse este pan a la boca es gesto fácil, excelente de hacer si el hambre lo reclama, por lo tanto alimento del cuerpo, beneficio del labrador, probablemente mayor beneficio de algunos que entre la hoz y los dientes supieron meter manos de llevar y traer y bolsas de guardar, y ésta es su regla. No hay en Portugal trigo que baste al perpetuo apetito que los portugueses tienen de pan, parece que no sepan comer otra cosa, por eso los extranjeros que aquí viven, doloridos de nuestras necesidades, que en mayor volumen fructifican que simientes de calabaza, mandan venir, de sus propias y de otras tierras, flotas de cien navíos cargados de cereal, como estos que vienen ahora Tajo adentro, salvando la Torre de Belem y mostrando al gobernador de ella los papeles al uso, y esta vez son más de treinta mil medidas de pan que vienen de Irlanda, y es la abundancia tal, hambre convertida al fin en hartura, y bien está mientras en hambre no se torne, que, hallándose llenos los tinglados del muelle e incluso almacenes particulares, andan por ahí alquilando silos a cualquier precio, y ponen escritos en las puertas de la ciudad para que conste a las personas que los tuvieron por alquilar, conque de esta vez van a tirarse de los pelos los que mandaron venir el trigo, obligados por el exceso a bajar precios, tanto más cuanto que se habla ya de la llegada inmediata de una flota de Holanda cargada del mismo género, pero de ésta se sabrá más tarde que la asaltó una escuadra francesa casi a la entrada de la barra, y así el precio, que iba a bajar, no baja, que si es preciso se prende fuego a un silo o a dos, mandando en seguida pregonar la falta que el trigo que ardió nos está haciendo cuando creíamos que había tanto y de sobra. Son misterios mercantiles que los de fuera enseñan y los de dentro van aprendiendo, aunque éstos sean normalmente tan estúpidos, hablamos de los mercaderes, que nunca mandan venir ellos mismos las mercancías de las otras naciones, y se contentan con comprarlas aquí a los extranjeros, que se forran con nuestra simplicidad y forran con ella los cofres, comprando a precios que ni sabemos y vendiendo a otros que sabemos demasiado, porque los pagamos con lengua de a palmo y la vida palmo a palmo.