Celeste se quitó el abrigo en el vestíbulo y notó que el rostro de Dave se apagaba;
– ¿Qué estás viendo? -le preguntó.
– Una película de vampiros -respondió, sin dejar de mirar la pantalla mientras se llevaba la Bud a los
– ¿Quiénes?
– Los asesinos de vampiros. ¡Joder! -exclamó Dave-. ¡Acaba de arrancarle la cabeza!
Celeste entró en la
– ¡Por el amor de Dios, Dave!
– ¿ Quién es James Woods?
– El jefe de los asesinos de vampiros. Es un cabronazo.
En ese momento apareció en pantalla: James Woods con una chaqueta de cuero y unos vaqueros ceñidos; cogía una especie de ballesta y apuntaba al vampiro. Pero el vampiro era demasiado rápido. Lo lanzó de un lado a otro de la habitación como si fuera una polilla; luego, otro tipo entró corriendo en el cuarto y empezó a disparar al vampiro con una pistola automática. No pareció surtir mucho efecto, ya que de repente empezaron a correr por delante del vampiro, como si se hubieran olvidado de dónde estaban.
– ¿Es ése uno de los hermanos Baldwin? -preguntó Celeste. Se sentó en el brazo del sofá y apoyó la cabeza en la pared. -Sí, creo que sÍ.
– ¿Cuál?
– No lo sé. He perdido el hilo.
Celeste les vio atravesar a toda prisa una habitación de motel con tantos cadáveres que Celeste nunca se habría podido imaginar que cupieran en un espacio tan pequeño. Su marido exclamó:
– ¡El Vaticano tendrá que entrenar a otro equipo entero de asesinos!
– ¿Por qué el Vaticano se interesa otra vez por los vampiros?
Dave sonrió y la miró con aquel rostro de niño y los bonitos ojos que le caracterizaban.
– Representan una gran amenaza, cariño. Es bien sabido que roban cálices.
– ¡Roban cálices! -exclamó, sintiendo un deseo irresistible de sentarse junto a él y acariciarle el pelo, ya que no deseaba que aquella tonta discusión pusiera fin al día tan horrible que había pasado-. ¡No lo sabía!
– ¡Y tanto! ¡Son un gran problema! -respondió Dave, apurando la cerveza mientras James Woods, el hermano Baldwin y una chica con aspecto de drogadicta conducían una camioneta a toda velocidad por una carretera vacía con el vampiro pisándoles los talones-. ¿Dónde has estado?
– He ido a dejar el vestido a la funeraria.
– De eso hace horas -replicó Dave.
– Después pensé que necesitaba sentarme en algún sitio para pensar, ¿sabes?
– Pensar -repitió Dave-. ¡Claro, claro! -Se levantó del sofá, se fue a la cocina y abrió la nevera-. ¿Quieres una?
En realidad no la quería, pero contestó: -Sí, vale.
Dave regresó a la sala de estar y le dio la cerveza. Si Dave le abría la lata solía indicar que estaba de buen humor; sin embargo, en aquel momento Celeste no lo tenía muy claro: Dave le había abierto la lata, pero no sabía con certeza si era buena o mala señal.
– ¿En qué has estado pensando? -preguntó.
Al abrir su propia lata hizo mucho más ruido que el rechinar de neumáticos de la camioneta al volcar. -¡ Ya lo sabes!
– No, no lo sé, Celeste.
– En cosas -contestó, tomando un trago de cerveza-. En el día que he pasado, en la muerte de Katie, en Jimmy y Annabeth, y cosas por el estilo.
– Cosas por el estilo -repitió Dave-. ¿Sabes en lo que pensaba yo mientras traía a Michael a casa, Celeste? Pensaba en lo violento que debía de haber sido para él ver cómo su madre se marchaba sin decirle a nadie adónde iba ni cuándo regresaría. Pensé mucho en eso.
– Te lo acabo de decir, Dave.
– ¿El qué? -Se volvió hacia ella y le sonrió de nuevo, pero esa vez no había nada de infantil en la sonrisa-. ¿Qué me has dicho, Celeste? -Que tenía ganas de pensar. Siento mucho no haber llamado, pero estos dos últimos días han sido muy duros para mí. No me reconozco a mí misma.
– Nadie se reconoce a sí mismo.
– ¿Qué?