Se había pasado por el Last Drop a última hora del domingo, y vio que había un coche aparcado junto al Cadillac, pero que el resto del aparcamiento estaba vacío. Sabía que el otro coche pertenecía a Reggie Damone, uno de los camareros. El Cadillac parecía inocente, olvidado. El mismo día había vuelto al lugar un poco más tarde, y casi tuvo un ataque al corazón cuando vio que el Cadillac ya no estaba. Era evidente que no podía ir haciendo preguntas sobre el coche, ni siquiera de forma casual: «Reggie, ¿llamáis a la grúa si un coche lleva demasiado tiempo en el aparcamiento?», pero después se dio cuenta de que al margen de lo que hubiera sucedido con el coche, no había ningún indicio que guardara relación con él.
Nada, a excepción del niño pelirrojo.
Pero a medida que pasaba el tiempo, se le ocurrió que aunque el niño se había asustado, también se había sentido complacido, emocionado. Estaba de parte de Dave. No tenía por qué preocuparse.
La policía no tenía nada. No había testigos. No habían conseguido pruebas del coche de Dave, o como mínimo, pruebas que pudieran usar ante un tribunal. Por lo tanto, Dave podía relajarse. Podría hablar con Celeste y contárselo todo, dejar que las cosas siguieran su curso, y ofrecer a su mujer la posibilidad de que lo aceptara de nuevo, con defectos pero con intención de cambiar. Como si fuera un buen hombre que ha hecho una cosa mala por un buen motivo. Como un hombre que hacía todo lo posible por eliminar al vampiro que le corrompía el alma.
«Dejaré de merodear por los parques y las piscinas públicas- se dijo Dave a sí mismo mientras apuraba la tercera cerveza-. Esto también lo dejaré», pensó mientras sostenía la lata vacía.
Pero hoy no. Ya llevaba tres, pero, qué demonios, no daba la impresión de que Celeste se fuera a presentar pronto en casa. Tal vez al día siguiente. Eso estaría bien. Les daría un poco de espacio y de tiempo para que pudieran recuperarse del disgusto. Cuando Celeste regresara a casa, se encontraría con un hombre nuevo, un Dave mucho mejor que ya no tenía secretos.
– Porque los secretos son venenosos -dijo en voz alta en la misma cocina en la que había hecho el amor con su mujer por última vez-. Los secretos son como muros -y luego sonrió-. Me he quedado sin cerveza.
Mientras salía de casa para ir a la licorería Eagle, se sentía bien, casi alegre. Era un día precioso y el sol inundaba las calles. Cuando eran niños, el tren elevado solía pasar por allí, partiendo la calle Crescent por la mitad, llenándola de hollín y tapando la luz del sol. No hacía más que aumentar la sensación de que las marismas era un lugar apartado del resto del mundo, arrinconado como una tribu desterrada, libre de vivir como quisiera, siempre que lo hiciera en el exilio.
Cuando arrancaron las vías del tren, la luz volvió, y durante cierto tiempo pensaron que era bueno. Con menos hollín y más sol, la piel recobraría un aspecto más saludable. Pero sin el manto que les cubría, todo el mundo podía verles, apreciar las hileras de casas de ladrillo, la vista del canal y la proximidad al centro de la ciudad. De repente, habían dejado de ser una tribu desterrada para pasar a ser unas propiedades muy valoradas.
Cuando llegara a casa, Dave tendría que reflexionar sobre cómo habían llegado a aquella situación; tendría que formular una teoría con la ayuda de la caja de doce cervezas. O también podría buscar un bonito bar, sentarse a la sombra en un día soleado, pedirse una hamburguesa y hablar con el camarero, para ver si entre los dos podían averiguar en qué momento las marismas había empezado a desintegrarse, y el mundo entero había empezado a girar a su alrededor.
Tal vez debería hacer eso. ¡Claro! Escogería un asiento de piel en un bar color caoba, y así pasaría la tarde. Haría planes para el futuro. Planearía el futuro de su familia. Pensaría en todas las formas posibles de expiar sus culpas. Era sorprendente lo bien que podían sentar tres cervezas después de un día largo y duro. Llevaban a Dave de la mano mientras éste subía la colina en dirección a la avenida Buckingham. Le decían: «¿No estás encantado de que te acompañemos? ¿No te parece maravilloso empezar una vida nueva, desenterrar los secretos, dispuesto a renovar las promesas a tus seres queridos y a convertirte en el hombre que siempre sabías que podías ser? ¿No te parece estupendo?»
«Y mira a quién tenemos ahí delante, ganduleando en la esquina junto a su reluciente coche deportivo. Nos está sonriendo. Val Savage, todo sonrisas, indicándonos con la mano que vayamos hacia él. ¡Venga! ¡Vamos a decirle hola!».
– ¡Dandi Dave Boyle! -exclamó Val mientras Dave se acercaba al coche-. ¿Cómo va todo, colega?
– Muy bien -respondió Dave, agachándose junto al coche. Apoyó los codos en la ventanilla de la puerta y se quedó mirando a Val. ¿Qué haces?
Val se encogió de hombros y contestó:
– Poca cosa, la verdad. Buscaba a alguien para ir a tomarme una cerveza, o para comer algo.
Dave no se lo podía creer. Era lo mismo que había estado pensando él.