– El tipo ése solía llevar diez pavos en monedas dentro de los bolsillos. Nadie sabía por qué. Sencillamente le gustaba llevar muchas monedas en los bolsillos, supongo que por si un día tenía que llamar por teléfono a Libia o un sitio así. ¿Quién sabe? Pero solía pasearse con las manos en los bolsillos, haciendo tintinear las monedas el día entero. Lo que te quiero decir es que el tipo era un ladrón, y ¿quién no le iba a oír llegar? Pero según parece, dejaba las monedas en casa cuando se iba a trabajar. -Val suspiró-. ¡Mira que llegaba a ser raro!
Val apartó el brazo del hombro de Dave y se encendió otro cigarrillo. El humo subió en espiral hasta el rostro de Dave, y éste sintió cómo le avanzaba por las mejillas para acabar abriéndose camino en su pelo. A través del humo, veía cómo Jimmy le observaba con aquella expresión insípida y resuelta; los ojos de Jimmy expresaban algo que no le gustaba, algo que le resultaba familiar.
Se dio cuenta de que era la mirada característica de los policías. La del sargento Powers. La sensación de que podía leerle los pensamientos. La sonrisa volvió al rostro de Jimmy, subiendo y bajando cual lancha neumática, y Dave sintió que su estómago iba al mismo son, botando como si estuviera montado en una ola.
Tragó saliva varias veces y respiró profundamente.
– ¿Te encuentras bien? -le preguntó Val.
Dave alzó una mano. Si todo el mundo se callara, se encontraría perfectamente.
– Sí -respondió.
– ¿Estás seguro? -le preguntó Jimmy-. Se te ha puesto la cara verde.
Sintió que una sensación nauseabunda le invadía el cuerpo y que se le cerraba la tráquea como un puño, para luego abrírsele de golpe. Le bajaban gotas de sudor por las cejas; exclamó:
– ¡Mierda!
– Dave.
– Creo que vaya vomitar -advirtió, sintiendo náuseas de nuevo. De verdad.
– De acuerdo -asintió Val, apartándose de la mesa a toda velocidad-. Sal por la puerta trasera. A Huey no le gusta tener que limpiar vómitos del cuarto de baño. ¿Entendido?
Dave se puso en pie, y Val le cogió los hombros y le hizo dar la vuelta para que viera la puerta trasera que había en un extremo de la barra, un poco más allá de la mesa de billar.
Dave se dirigió hacia la puerta, intentando andar en línea recta, un pie después de otro, un pie después de otro, pero seguía viendo la puerta inclinada. Era una puerta oscura y pequeña, y aunque la habían pintado de negro, la madera de roble estaba rota y astillada por el paso de los años. De repente, Dave sintió el calor del lugar. El ambiente era bochornoso y denso, y el aire le golpeaba mientras intentaba llegar hasta la puerta. Asió el pomo de bronce, agradecido por lo frío que estaba; a continuación lo giró y abrió la puerta.
Lo primero que vio fueron malas hierbas, luego agua. Tropezó, sorprendido por lo oscuro que estaba allí fuera y, en el momento justo, la luz de encima de la puerta se encendió e iluminó el alquitrán deteriorado que había delante de él. Oía las bocinas de los coches y los sonidos estridentes procedentes del puente que tenía encima y, de repente, se le pasaron las ganas de vomitar. Después de todo, quizá se encontrara bien. Inspiró el aire de la noche. A su izquierda, alguien había apilado plataformas de madera podridas y trampas de langosta oxidadas, y algunas de ellas tenían agujeros desiguales, como si hubieran sido atacadas por los tiburones. Dave se preguntó qué demonios debían de hacer esas trampas de langosta cerca de un río y en un lugar tan alejado del mar, pero después decidió que, de todos modos, estaba demasiado borracho para intentar hallar una respuesta. Un poco más lejos había una valla de tela metálica, tan oxidada como las trampas de langosta, recubierta de hierbajos. A su derecha, una hilera de malas hierbas más alta que la mayoría de la gente se extendía unos dieciocho n1etros a lo largo del pavimento roto y agujereado.
Dave volvió a sentir náuseas, las más desagradables que había tenido hasta entonces, y notó cómo le recorrían el cuerpo. Tropezó, cayó junto a la orilla del agua, y bajó la cabeza en el preciso instante en que el miedo, el Sprite y la cerveza salían a borbotones para ir a caer al grasiento río Mystic. Era líquido puro. No tenía nada más dentro. Era incapaz de recordar la última vez que había comido. Pero cuando se limpió la boca y se pasó un poco de agua se encontró mejor. Sintió el frescor de la noche en el pelo. Una ligera brisa se elevaba desde el río. Esperó, de rodillas, por si le entraban más ganas de devolver, aunque lo dudaba. Era como si le hubieran purificado.