Читаем Rio Mistico полностью

Celeste se cabreaba cada vez que pensaba en que todo se diseñaba para romperse con facilidad (videos, coches, ordenadores, teléfonos inalámbricos), mientras que los utensilios de la época de sus padres habían sido ideados para que duraran mucho tiempo. Dave y ella aún utilizaban la plancha y la licuadora de su madre, y seguían teniendo su antiguo y achaparrado teléfono negro junto a la cama. Y sin embargo, en los años que llevaban juntos, habían tenido que tirar muchas adquisiciones que habían dejado de funcionar antes de lo que parecería lógico: televisores con tubos de imagen fundidos, una aspiradora que echaba humo azul y una cafetera que elaboraba un líquido que salía sólo un poco más caliente que el agua de la bañera. Ésos y otros aparatos habían acabado en el cubo de la basura, ya que casi era más barato comprarlos nuevos que repararlos. Casi. Por lo tanto, uno acababa gastándose el dinero en el último modelo que acababa de salir al mercado, lo cual era, sin lugar a dudas, lo que pretendían los fabricantes. A veces, Celeste se encontraba a sí misma intentando eludir de modo consciente una idea que le rondaba por la cabeza: no eran tan sólo las cosas que poseía, sino su vida en sí, la que carecía de peso o consecuencias duraderas, sino que estaba programada, de hecho, para que se estropeara a la primera oportunidad que se presentara, a fin de que cualquier otra persona pudiera reciclar las pocas piezas buenas que sobrasen, mientras el resto de ella desaparecería.

Allí estaba pues, planchando y pensando en sus partes desechables cuando, a los diez minutos de haber comenzado el telediario, el presentador miró con seriedad a la cámara y comunicó que la policía estaba buscando al responsable de un crimen atroz que se había perpetrado en las cercanías de uno de los bares del barrio. Celeste se acercó al televisor para subir el volumen y el presentador anunció:

– Esta historia y la información meteorológica después de la publicidad.

A continuación, Celeste se encontró mirando las manos muy cuidadas de una mujer que intentaba fregar una bandeja que tenía toda la pinta de que la hubieran sumergido en caramelo caliente; una voz pregonaba las ventajas de utilizar ese líquido lavavajillas nuevo y mejor, y a Celeste entraron ganas de ponerse a gritar. De alguna manera, las noticias eran como aquellos aparatos desechables: ideados para engañar y engatusar, para reírse de la credulidad de la gente sin que ésta se diera cuenta, ya que la gente creía, una vez más, que cumplirían con lo prometido.

Graduó el volumen y reprimió el deseo de arrancar el botón barato de la televisión de mierda que tenían; después volvió a la tabla de planchar. Hacía una media hora que Dave había salido con Michael para comprarle unas rodilleras y una máscara. Le había dicho que ya oiría las noticias por la radio, pero Celeste ni se había molestado en mirarle a los ojos para ver si le mentía. Michael, con lo bajo y delgado que era, había demostrado ser un receptor excelente; su entrenador, el señor Evans, lo había calificado de «portento» y le había dicho que, considerando su edad, tenía un «misil balístico» por brazo. Celeste pensó en los niños que había conocido en su propia infancia y que jugaban en la misma posición; solían ser niños corpulentos, con nariz chata y sin incisivos, y le expresó sus temores a Dave.

– Las máscaras que fabrican hoy en día, cariño, son como jaulas para tiburón. Si las golpearas con una carretilla, sería ésta la que se rompiera.

Había tardado un día en pensárselo y en comunicarle a Dave lo que había decidido. Michael podría jugar de receptor o en cualquier otra posición siempre que tuviera el mejor equipo posible y, ahí estaba el punto clave, si nunca se dedicaba al rugby profesional.

Dave, que nunca había jugado al rugby, asintió después de una discusión superficial de tan sólo diez minutos.

Así pues, habían salido a comprar el equipo para que Michael pudiera seguir los pasos de su padre; mientras tanto, Celeste no apartaba los ojos del televisor, y mantenía la plancha en alto sobre una camisa de algodón en el instante en que terminaba un anuncio de comida para perros y que volvían las noticias.

Ayer por la noche en AlIston -declaró el presentador y a Celeste le dio un vuelco el corazón-, una estudiante de segundo curso de la Universidad de Boston fue agredida por dos hombres a la salida de un local nocturno muy popular. Las fuentes dicen que la víctima, Carey Whitaker, fue atacada con una botella de cerveza y en este momento se encuentra en estado crítico en…

En aquel momento, mientras le llovían hacia adentro del escote terroncitos de arena húmeda, tuvo la sensación de que no iban a decir nada sobre la agresión o el asesinato de un hombre delante del Last Drop. Y cuando empezaron con la información meteorológica y anunciaron que después pasarían a los deportes, ya no tenía ninguna duda.

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