— Tenemos entonces que la grandeza, como categoría, surgió a partir de la creación, ya que sólo es grande quien crea, quien da origen a lo nuevo, a lo que no ha existido. Pero preguntémonos, señores míos, entonces ¿quién les va a restregar el hocico en la mierda? ¿Quién les dirá; animalito, dónde pretendes meterte? ¿Quién se convertirá en sacerdote del creador? Y no temo esa palabra. Pues será aquel, señores míos, que no sea capaz de dibujar la ya mencionada chuleta, y tampoco a Afrodita, pero que tampoco quiere comerciar con conchas, será el creador-organizador, el creador que los pone a todos en fila, el creador que exige dones y que después los distribuye… Y aquí estamos ya ante el problema relativo al papel de dios y del diablo en la historia. Ante un problema, digámoslo con sinceridad, complejo, enredadísimo, ante un problema en el que, de acuerdo con nuestro punto de vista, todos mienten… Pues hasta un bebé incrédulo tiene claro que Dios es una buena persona, y el diablo, por el contrario, mala. ¡Pero, señores, eso es el delirio de un macho cabrío! ¿Qué sabemos en realidad sobre ellos? Que Dios tomó el caos en sus manos y lo organizó, mientras que el diablo, a su vez, intenta en todo momento destruir esa organización, hacerla regresar al caos. ¿No es verdad? Pero, por otra parte, toda la historia nos enseña que el hombre, como personalidad individual, tiende precisamente al caos. Quiere ser independiente. Quiere hacer sólo aquello que desea. Se pasa todo el tiempo proclamando que él, por naturaleza, es libre. No tenemos que buscar mucho para hallar ejemplos, tomemos de nuevo al famoso Chñoupek. Espero que comprendan hacia dónde me dirijo. Porque les pregunto: ¿a qué se han dedicado los tiranos más feroces a lo largo de la historia? Precisamente, han intentado que el caos antes mencionado, propio del ser humano, esa amorfa cualidad caótica de los Chñoupek y las Lagartas, se organizara de manera conveniente, se formulara, se estructurara, preferiblemente en una fila, se concentrara en un punto y él crearía su contrapunto. O, en palabras más sencillas, los eliminaría. Y, por cierto, como regla general lo conseguían. Aunque, hay que decirlo, sólo durante corto tiempo y sólo con un gran derramamiento de sangre. Pues ahora les pregunto: ¿quién es el bueno en realidad? ¿El que intenta realizar el caos considerándolo libertad, igualdad y fraternidad, o el que pretende reducir esa cualidad de los Chñoupek y las Lagartas (léase entropía social) al mínimo? ¿Quién? ¡Pues ésa es la cuestión!
El párrafo había sido magnífico. Seco, preciso y a la vez no carente de pasión. ¿Y qué rezonga ese otro, en aquel extremo? ¡Vaya, qué descarado! No deja trabajar, y en general…
Con un sentimiento muy adverso, Andrei detectó de repente en las filas de atentos oyentes a algunos que se habían vuelto de espaldas a él. Los miró con atención. No había dudas, eran sus nucas. Uno, dos… seis nucas. Tosió con todas sus fuerzas, golpeó secamente con los nudillos sobre la superficie de zinc. Pero no sirvió de nada.
«Está bien, aguarden — pensó, amenazante —. ¡Ahora me ocuparé de ustedes! ¿Cómo se dice eso en latín?»
—
En aquel momento veía frente a él más de diez nucas. Eso resultaba ofensivo. Y Katzman, al otro extremo de la mesa, seguía mugiendo, cada vez más alto, cada vez con mayor insistencia, pero tan ininteligible como antes.