Sin embargo, y a pesar de la claridad de su mente, Ish no estaba seguro de haber descubierto la verdad. Al mediodía, el incendio se había alejado para alimentarse de otras regiones todavía intactas. Ish y los tres muchachos dejaron la caverna y, evitando los sitios aún cubiertos de cenizas ardientes, descendieron la falda de la colina y fueron hacia el sur. Los jóvenes seguían evidentemente un itinerario ya establecido.
Ish no hizo preguntas; debía recurrir a todas sus fuerzas para poder seguirlos. Los muchachos lo esperaban pacientemente, y a menudo Ish se apoyaba en ellos. Cuando caía la tarde, e Ish ya no podía tenerse en pie, levantaron un campamento a orillas de un arroyo. Gracias a los caprichos del viento y la frescura de la vegetación, las llamas habían respetado aquellos sitios.
Por el lecho del arroyo corría un hilo de agua. El ganado y los ciervos habían huido ante el fuego, pero los conejos y las codornices se habían ocultado entre las hojas. Los jóvenes se dispersaron armados de sus arcos y volvieron con varias piezas. Uno de ellos, sin duda por costumbre, se puso a encender un fuego con una barrena de arco; los otros se rieron de él y trajeron algunas brasas del incendio.
La comida le ayudó a Ish a recobrar fuerzas. Miró a su alrededor, vio las ruinas de un gran edificio, y comprendió que habían acampado en el parque universitario. A pesar de su fatiga, se incorporó y distinguió los muros de la biblioteca, a un centenar de metros. El fuego había destruido los árboles de alrededor sin tocar las piedras. Todos los volúmenes, el archivo de la humanidad, estaban aún intactos. ¿Para quién? Ish no intentó responder a la pregunta. Las reglas del juego habían cambiado. ¿Para bien o para mal? No podía decirlo. En todo caso, poco le importaba ahora que la biblioteca se conservara o destruyera. ¿Sabiduría o vejez? ¿O simplemente desesperanza y resignación?
Se despertó varias veces durante la noche, tiritando de frío, y envidió a los jóvenes que dormían profundamente. Sin embargo, logró descansar algunas horas, y como estaba tan fatigado, no tuvo ningún sueño.
3
Despertó al amanecer, bastante débil pero con la mente despejada.
Es raro, pensó. En estos últimos años no entendía muy bien qué pasaba a mi alrededor, cosa común en un viejo. Y desde ayer, veo todo y oigo todo. ¿Qué significa esto?
Miró a los jóvenes, que preparaban el desayuno. El escultor silbaba alegremente la canción que le hablaba a Ish de campanas y felicidad. Y él, Ish, tenía la mente clara, «clara como el tañido de una campana».
Lo oí alguna vez, se dijo ordenando silenciosamente sus pensamientos, según una vieja costumbre que había crecido con los años. Sí, lo oí alguna vez, o más probablemente lo leí en algún libro. La mente de un hombre se aclara poco antes de la muerte. Pues bien, soy muy viejo, y no me quejaré. Si fuese católico, y no hubiesen desaparecido los sacerdotes y las iglesias, me gustaría confesarme.
Sentado a orillas del arroyo, sintiendo aún el olor acre del humo, y con los edificios de la universidad a su espalda, Ish revisó su vida e hizo una lista de sus pecados y virtudes. Antes de despedirse de la vida, aunque todo hubiera cambiado en el mundo, era necesario estar en paz consigo mismo, pensó, y preguntarse si se ha acercado uno a los propios ideales. Cualquier hombre puede juzgarse de este modo, sin necesidad de religión ni sacerdotes.
Al terminar su examen de conciencia, no se sintió perturbado. Había cometido errores, pero siempre había buscado la justicia. Llevado por el Gran Desastre a circunstancias sin precedentes, había dado pruebas de coraje, y su vida, así lo esperaba al menos, no había sido inútil.
En ese momento, uno de los muchachos le trajo un bocado de algo que habían asado al fuego.
—Toma, Ish —dijo el muchacho—, un ala de codorniz, tú bien lo sabes.
Ish le dio las gracias y comió la carne felicitándose de haber conservado los dientes. El humo de la leña había dado a la carne tierna un delicioso sabor.
¿Por qué pensaré que voy a morir?, se preguntó. La vida es hermosa, y soy el último americano.
No se unió a la conversación de los jóvenes y no hizo preguntas sobre los proyectos del día. En realidad se sentía como si ya no perteneciera a esta tierra, a la que sin embargo seguía queriendo.
Después del desayuno, se oyó un grito lejano, y al rato apareció otro personaje. Hubo entonces una larga discusión, que Ish no intentó seguir. Comprendió sin embargo que toda la Tribu se mudaba a una región lacustre que el incendio no había tocado. Era un sitio magnífico, según el recién venido. Los tres compañeros de Ish protestaban, pues no habían sido consultados. Pero el otro explicó que el proyecto, sometido a la asamblea de la Tribu, había sido aprobado por unanimidad. Los tres jóvenes cedieron.
Aquel mismo incidente alegró a Ish. Él había sido el iniciador de las reuniones de la Tribu. Pero recordó entonces a Charlie y sintió pena y remordimiento.