Читаем La Tierra permanece полностью

La asamblea no tenía presidente. De cuando en cuando alguien le pedía consejo a Ish, reconociendo su superioridad intelectual, o simplemente por cortesía al dueño de casa. Nadie tomaba notas. Por otra parte, no se había presentado ninguna moción, ni se había votado ningún proyecto. La reunión era mundana más que parlamentaria. Ish escuchaba.

—Pero ¿cómo saber si el pozo dará agua?

—No sería un pozo si no diese agua.

—Bueno, ese agujero en la tierra, si prefieres.

—¡Es cierto!

—Quizá sea mejor traer un caño desde un río o un manantial y unirlo a nuestras viejas tuberías.

—¿Qué opinas, George? ¿Te parece bien?

—Sí, sí… supongo… Sí… creo que podría…

—Lo malo es que necesitamos agua ahora mismo.

—Sería necesario levantar una represa de tierra para contener las aguas del manantial.

—No es imposible.

—No, pero sería un buen trabajo.

La conversación saltaba de un tema a otro, e Ish se sentía cada vez más perturbado. Aquel día se había dado un paso atrás, quizá definitivo. De pronto advirtió que se había incorporado y que estaba dirigiendo un verdadero discurso a las diez personas del grupo.

—Este accidente no debería haber ocurrido —declaró—. Nos hemos dejado sorprender. En estos últimos seis meses deberíamos haber advertido que el agua bajaba en los depósitos, pero no nos molestamos en mirar. Y aquí estamos, atrapados. Hemos retrocedido varios siglos, y quizá no podamos nunca recuperar lo perdido. Hemos cometido demasiados errores. Es necesario que los niños aprendan a leer y escribir. Nadie me ha apoyado. Es necesario enviar una expedición para saber qué ocurre en el mundo. No es prudente ignorar qué sucede del otro lado de la montaña. Deberíamos tener más animales domésticos, gallinas por ejemplo. Deberíamos producir lo que comemos…

En ese momento, cuando Ish empezaba a sentirse arrebatado por su propia oratoria, alguien aplaudió. Ish calló complacido. Pero oyó entonces que todos reían alegremente y comprendió otra vez que el aplauso era puramente irónico.

—¡El bueno del viejo! ¡Otra vez con su discurso! —dijo uno de los muchachos.

Y otro entonó:

—¡George va a hablar de la nevera!

Ish rió con los demás. Esta vez no se sentía irritado, pero le apenaba haberse repetido. Había fracasado otra vez. Ezra se apresuró a tomar la palabra. El bueno de Ezra, siempre dispuesto a ayudar a sus amigos.

—Sí —dijo—, es el viejo discurso, pero con algo nuevo. ¿Qué os parece lo de enviar una expedición?

Ante la sorpresa de Ish, se inició una acalorada discusión. Decididamente, pensó Ish, las reacciones de los seres humanos, sobre todo cuando pertenecen a un grupo, son imprevisibles. La idea de la expedición se le había ocurrido espontáneamente, y había nacido quizá de los acontecimientos del día y los tristes resultados del descuido general. Era, para él, la menos importante de sus sugerencias, pero había despertado la imaginación del grupo. Todos la aceptaron, e Ish se unió a ellos. Era, por lo menos, un modo de sacudir la apatía de la Tribu.

Pronto se dejó ganar por el entusiasmo. Su idea original era simplemente la de explorar la región en unos ciento cincuenta kilómetros cuadrados, pero los otros le habían atribuido proyectos más ambiciosos, y él los apoyó. Pronto todos hablaban de una expedición transcontinental.

Lewis y Clark al revés, pensó Ish, pero no dijo nada. ¿Cuántos de los presentes conocían los nombres de Lewis y Clark?

La conversación continuó animadamente.

—¡Demasiado lejos para ir a pie!

—O aun con los perros.

—Los caballos serían más útiles, si tuviéramos alguno.

—Seguramente hay muchos en el valle.

—Habría que capturarlos y domarlos.

De pronto, Ish recordó su sueño habitual, el que había tenido aquella misma tarde. ¿Cómo podían saber realmente si el gobierno había desaparecido? Quizá se había formado otra vez. Pequeño y débil, no había podido comunicarse con la costa oeste. Pero la Tribu podía intentar algún contacto.

Curiosamente, todos querían ir. Los hombres, al parecer, no podían estarse quietos, siempre ansiosos por ver nuevos escenarios. Pero era necesario elegir. Ish fue eliminado, y no protestó, pues desde que lo había lastimado el puma le costaba moverse. George tenía demasiados años. Ezra, a pesar de sus protestas, no fue aceptado, pues no sabía disparar un fusil e ignoraba el arte de vivir en el campo. En cuanto a los muchachos, todos, excepto ellos mismos, declararon a coro que sus mujeres y sus hijos los necesitaban. Al fin la elección recayó en Robert y Richard, aún adolescentes, pero capaces de cuidar de sí mismos. Las madres, Em y Molly, no parecían muy convencidas, pero el entusiasmo general borró cualquier objeción. Robert y Richard estaban contentísimos.

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