En el sueño de Sean, la calle se movía. Observaba la puerta abierta del coche que olía a manzanas, y la calle le asía los pies y tiraba de él. Dave estaba dentro, acurrucado en uno de los extremos del asiento junto a la puerta, con la boca abierta y profiriendo un grito inaudible, mientras la calle se llevaba a Sean hacia el coche. Todo lo que alcanzaba a ver en el sueño era esa puerta abierta y el asiento trasero. No podía ver al tipo que tenía aspecto de poli. Tampoco podía ver al compañero que se había quedado sentado en el asiento de al Iado. Era incapaz de ver a Jimmy, a pesar de que éste no se había movido de su lado ni un instante. Sólo podía ver en aquel asiento a Dave, la puerta y la basura que había en el suelo. Se dio cuenta de que aquél era el timbre de la alarma que no había oído: que había basura en el suelo. Envoltorios de comida rápida, bolsas arrugadas de patatas fritas, latas de cerveza y de gaseosa, tazas de poliestireno para el café y una camiseta sucia de color verde. Hasta que no se despertó y analizó el sueño no se percató de que el suelo del asiento trasero en el sueño era idéntico al suelo del coche en la vida real, y de que no se había acordado de la basura hasta ese momento. Ni siquiera cuando los polis fueron a su casa y le pidieron que hiciera todo lo posible para intentar recordar cualquier detalle que podría habérsele pasado por alto, se le ocurrió que la parte trasera del coche estaba sucia, pues no lo recordaba. Sin embargo, en el sueño habia vuelto a la memoria, y aquello, más que cualquier otra cosa, era lo que le había hecho percatarse, en cierto modo, de que había algo que no encajaba con el «poli», «su compañero» y el coche. Sean nunca había visto el asiento trasero de un coche patrulla en la vida real, al menos desde tan cerca, pero en cierta forma intuía que no estaría lleno de basura. Tal vez debajo de toda la basura había corazones de manzana medio comer, y por eso el coche olía de aquel modo.
Un año después de la desaparición de Dave, su padre entró en su dormitorio para decirle dos cosas.
Lo primero que le dijo fue que le habían aceptado en la escuela Latin, y que empezaría allí los estudios de séptimo curso en septiembre. Le confesó que tanto él como su madre estaban muy orgullosos de él. Latin era la escuela a donde uno iba si quería llegar a ser algo en la vida.
Lo segundo que le dijo a Sean, como quien no quiere la cosa y cuando ya estaba saliendo por la puerta fue:
– Han cogido a uno, Sean.
– ¿Qué?
– A uno de los tipos que se llevó a Dave. Le pillaron y ahora está muerto. Se ha suicidado en la celda.
– ¿De verdad?
Su padre le miró de nuevo y añadió:
– De verdad. Ahora ya no tendrás más pesadillas.
Sin embargo, Sean le preguntó:
– ¿Y el otro?
– El tipo al que cogieron -prosiguió su padre- contó a la policía que su compañero había muerto, que había perdido la vida en un accidente de coche el año anterior, ¿de acuerdo? -Le miró de tal forma que Sean tuvo la certeza de que aquélla sería la última vez que hablaría del tema-. Así que, arréglate un poco antes de bajar a cenar.
Su padre salió de la habitación y Sean se sentó en la cama; el colchón estaba un poco hundido en el lado en que había colocado su nuevo guante de béisbol con una pelota dentro, muy bien envuelto con gruesas cintas elásticas de color rojo.
El otro también había muerto. En un accidente de coche. Sean albergaba la esperanza de que hubiera ido conduciendo el coche que olía a manzanas, de que se hubiera caído por un precipicio y que, tanto él como el coche, hubieran ido a parar directamente al infierno.
II. SINATRAS DE OJOS TRISTES
(2000)
3. LAGRIMAS EN EL PELO
Brendan Harris amaba a Katie Marcus con locura; era como un amor de película, con una orquesta que le hacía bombear la sangre y que le anegaba los oídos. La amaba cuando se despertaba, cuando se iba a dormir, las veinticuatro horas del día y segundo a segundo. Brendan Harris amaría a Katie Marcus aunque ésta fuera gorda y fea. La amaría aunque tuviera un cutis repugnante, vello sobre el labio superior y aunque careciera de pechos. Seguiría queriéndola incluso sin dientes y calva.
Katie. La vibración que le recorría el cerebro cada vez que pronunciaba su nombre era suficiente para que Brendan sintiera que sus miembros estaban repletos de óxido nitroso, como si fuera capaz de andar sobre el agua, levantar un tractor del suelo y lanzarlo al otro lado de la calle cuando hubiera acabado de usarlo.