– ¿Ves al tipo de tu izquierda, Johnny? -le preguntó Sean-. ¿El que hay junto a la puerta?
Johnny dirigió los ojos con rapidez hacia la puerta y respondió:
– Sí.
– No quiere dispararte. De verdad que no.
– Si me dispara, me da igual-replicó Johnny, pero Sean se percató de que había surtido efecto, ya que el chico empezó a mover los ojos nerviosamente arriba y abajo.
– Pero si tú me disparas, no le quedará más remedio que hacerlo.
– No me da miedo la muerte.
– Ya lo sé. Pero no te creas que te pegará un tiro en la cabeza o algo así. No tenemos por costumbre matar a niños. Pero si te dispara desde donde está, ¿sabes a dónde irá a parar la bala?
Sean siguió con la mirada puesta en Johnny, a pesar de que su cabeza parecía estar clavada a la pistola que el chaval sostenía en la mano, y deseaba mirarla y ver dónde estaba el gatillo, y si el chico pensaba apretarlo. Sean pensaba: «No quiero que me dispare, y mucho menos morir a manos de un niño». No se le ocurría otra forma más patética de morir. Tenía la sensación de que Brendan, paralizado, a unos tres metros a su izquierda, debía de estar pensando lo mismo.
Johnny se lamió los labios.
– Te atravesará la axila y la columna vertebral. Te quedarás paralítico. Serás como uno de esos niños de los anuncios. Ya sabes. Sentado en una silla de ruedas, con un lado paralizado, y la cabeza colgando fuera de la silla. No pararás de babear, Johnny. La gente tendrá que sostenerte el vaso para que bebas con una pajita.
Johnny tomó una decisión. Sean lo notó, como si una luz se hubiera encendido en el oscuro cerebro del chaval, y entonces Sean sintió que el miedo se apoderaba de él, y supo que el chico iba a apretar el gatillo aunque sólo fuera para oír el ruido que hacía al disparar.
– ¡Mi nariz! -exclamó Johnny, volviéndose hacia Brendan.
Sean oyó, sorprendido, cómo su propia respiración le salía de la boca, y al bajar los ojos vio el arma que se apartaba de su cuerpo, como si diera vueltas en lo alto de un trípode. Extendió los brazos con tanta rapidez que parecía que otra persona le controlara los movimientos de los brazos. Asió la pistola al tiempo que Whitey entraba en la habitación, apuntando con la Glock al pecho del chico. La boca del chico emitió un sonido, un grito de asombro y decepción, como si hubiera abierto un regalo de Navidad y se hubiera encontrado con un calcetín sucio; Sean le apoyó la frente contra la pared y le quitó la pistola.
– ¡Cabronazo! -exclamó Sean, mientras le guiñaba un ojo a Whitey a través del sudor que le empapaba.
Johnny empezó a llorar como un niño de trece años, como si el mundo entero descansara sobre su cabeza.
Sean lo colocó de espaldas a la pared, le puso las manos detrás, y vio que Brendan finalmente respiraba profundamente aliviado, con labios y brazos temblorosos. Ray estaba de pie tras él en una cocina que parecía haber sido arrollada por un ciclón. Whitey se acercó a Sean, le puso una mano en el hombro y le preguntó:
– ¿Cómo estás?
– Ha estado a punto de hacerlo -respondió Sean, sintiendo el sudor que le empapaba la ropa, incluso los calcetines.
– No es verdad -protestó Johnny-. Sólo bromeaba.
– ¡Que te jodan! -le espetó Whitey, y acercó su cara a la del chico-. A excepción de tu madre, a nadie le importan tus lágrimas, desgraciado. Así que ya te puedes ir acostumbrando.
Sean le colocó las esposas a Johnny O'Shea y lo cogió de la camisa; a continuación lo llevó a la cocina y lo dejó caer en una silla.
– Ray, por el aspecto que tienes -apuntó Whitey-, cualquiera diría que te han tirado desde la parte trasera de un camión.
Ray se volvió hacia su hermano.
Brendan se apoyó en el horno, y su cuerpo se tambaleó de tal modo que Sean se imaginó que la más ligera de las brisas le haría caer al suelo.
– Lo sabemos -declaró Sean.
– ¿Qué es lo que saben? -preguntó Brendan en un susurro.
Sean observó al chaval que lloriqueaba y al otro, mudo, que les miraba con la esperanza de que se marcharan pronto para poder volver a su habitación y jugar al
– ¿Qué es lo que saben? -repitió Brendan, con una voz ronca y monótona.
Sean se encogió de hombros. Deseaba tener una respuesta para Brendan, pero contemplando a aquellos dos chavales, no se le ocurrió nada. Nada en absoluto.