Jimmy cogió una botella y se fue a la calle Gannon. Al final de la calle había una residencia de ancianos, un edificio de dos plantas típico de los sesenta, de piedra caliza y granito que se extendía media manzana más allá de Heller Court, la calle que empezaba donde Gannon acababa. Jimmy se sentó en los escalones blancos de la parte delantera y se dispuso a contemplar la calle. De hecho, había oído rumores de que habían empezado a echar ancianos de allí, pues el barrio se había vuelto tan popular que el propietario del edificio había decidido vendérselo a un tipo que se dedicaba a la construcción de pisos pequeños para parejas jóvenes. En realidad, el barrio de la colina había desaparecido. Siempre había sido el pariente rico del barrio de las marismas, pero entonces ni siquiera parecía pertenecer a la misma familia. Con toda probabilidad, muy pronto redactarían un estatuto, le cambiarían el nombre y lo borrarían del mapa de Buckingham.
Jimmy sacó la botella de medio litro de su chaqueta, echó un trago de whisky y contempló el lugar en el que habían visto a Dave Boyle por última vez el día que aquellos hombres se lo llevaron, mirando atrás por la ventanilla trasera, oscurecido por las sombras y alejándose en la distancia.
«Ojalá no lo hubieras hecho tú, Dave. De verdad.»
Brindó por Katie. «Papá le ha pillado, cariño. Papá ha acabado con él.»
– ¿Estás hablando solo?
Jimmy alzó los ojos y vio a Sean saliendo del coche. Sean, que llevaba una cerveza en la mano, sonrió al ver la botella de Jimmy, y le preguntó:
– ¿ Qué excusa tienes tú?
– Ha sido una noche muy dura -respondió Jimmy.
Sean asintió con la cabeza y añadió:
– Para mí también. No me han matado de milagro. Jimmy se hizo a un lado y Sean se sentó junto a él.
– ¿Cómo has sabido que estaba aquí?
– Tu mujer me ha dicho que probablemente te encontrarías aquí.
– ¿Mi mujer?
Jimmy nunca le había contado que solía ir a la calle Gannon. ¡Realmente era una mujer fuera de lo corriente!
– Sí. Jimmy, hemos arrestado a alguien.
Jimmy tomó un largo trago de la botella; el pecho le latió con fuerza. Repitió:
– Arrestado.
– Así es. Hemos cogido a los asesinos de tu hija y les hemos encerrado.
– ¿Asesinos? -preguntó Jimmy-. ¿Hay más de uno?
Sean hizo un gesto de asentimiento y contestó:
– En efecto, son unos chavales de trece años. Se trata del hijo de Ray Harris, Ray hijo, y de un chico llamado Johnny O'Shea. Confesaron hace media hora.
Jimmy sintió cómo un cuchillo le atravesaba el cerebro de un extremo a otro. Un cuchillo afilado que le cortaba el cráneo en pedazos.
– ¿Estáis seguros?
– Del todo.
– ¿Por qué?
– ¿Que por qué lo hicieron? Ni siquiera lo saben. Estaban jugando con una pistola y vieron que se acercaba un coche. Uno de ellos se plantó en medio de la carretera, el coche se desvió bruscamente, y frenó de golpe. Johnny O'Shea se dirigió a toda velocidad hacia el coche, pistola en mano. Nos ha dicho que sólo tenía intención de asustarla, pero que el arma se le disparó. Katie le golpeó con la puerta, y los chavales dicen que se asustaron. La persiguieron porque no querían que contara a nadie que tenían una pistola.
– ¿Y la paliza que le dieron? -preguntó Jimmy, después de tomar otro trago.
– Ray hijo tenía un palo de hockey. No ha respondido a las preguntas. Es mudo, ¿sabes? Ha estado allí sentado pero no ha dicho nada. Sin embargo, Johnny O'Shea nos contó que la golpearon porque al ponerse a correr les había hecho enfadar -se encogió de hombros como si todos esos excesos le sorprendieran a él mismo-. ¡Chiquillos gilipollas! ¡La mataron porque tenían miedo de que los castigaran!
Jimmy se puso en pie. Abrió la boca para tragar un poco de aire, pero las piernas le flaquearon, y se encontró de nuevo sobre el escalón. Sean le colocó una mano en el codo.
– ¡Tómalo con calma, Jim! ¡Respira profundamente!
Jimmy vio a Dave sentado en el suelo, tocándose la raja que Jimmy le había hecho de punta a punta del abdomen. Oyó su voz: «Mírame, Jimmy. Mírame».
– He recibido una llamada de Celeste Boyle -añadió Sean-. Me ha dicho que su marido ha desaparecido. Me ha contado que ella se había trastocado un poco estos últimos días y que quizá tú, Jimmy, sabrías dónde estaba Dave.
Jimmy intentó hablar. Abrió la boca, pero la tráquea se le llenó de algo parecido a trozos húmedos de algodón.
– Nadie más sabe dónde puede estar Dave -recalcó Sean-. Es muy importante que hablemos con él, Jim, porque podría saber algo de un tipo que fue asesinado la otra noche delante del Last Drop.
– ¿Un tipo? -consiguió preguntar Jimmy antes de que su tráquea se cerrara de nuevo.
– Sí -contestó Sean, con un brusco tono de voz-. Un pederasta que ya había sido arrestado tres veces. Un cabronazo de la peor calaña. Creemos que alguien le pilló mientras se lo estaba montando con un niño, y se lo cargó. Bien, de todos modos -prosiguió Sean-, desearíamos hablar de ello con Dave. ¿Sabes dónde está, Jim?
Jimmy negó con la cabeza. Tenía problemas para ver más allá de lo que le rodeaba, le parecía que se había erigido un túnel ante sus ojos.