Lo más parecido a una presencia dominante en el barrio desde la época en que los federales y el Grupo Anticorrupción arrestaron a la banda de Louie Jello había sido… ¿qué? ¿Bobby O'Donnell? Bobby O'Donnell y Roman Fallow. Un par de traficantes de pacotilla, que se habían dedicado a cobrar por proteger establecimientos, a la usura y a la extorsión. Jimmy había oído rumores de que habían hecho un trato con las bandas vietnamitas de Rome Basin para evitar que los amarillos se introdujeran en el negocio, y, de ese modo, no tener que compartir su territorio. Después habían celebrado la alianza reduciendo la floristería de Connie a cenizas, como advertencia a cualquiera que se negara a pagar las primas de protección.
Las cosas no se hacían así. Uno hacía sus negocios fuera del barrio, y no convertía al barrio en un negocio. Uno debía mantener a su gente protegida y a salvo, y ellos, en agradecimiento, te cubrían las espaldas y te avisaban de posibles peligros. Y, si de vez en cuando, su gratitud se expresaba en un sobre, en un pastel o en un coche, era porque querían, como recompensa por haberles protegido.
Así era cómo debía dirigirse un barrio. Con benevolencia. Con un ojo puesto en sus intereses y el otro en los propios. No se podía permitir que los Bobby O'Donnell y aquellos mafiosos de ojos rasgados pensaran que podían, simplemente, entrar allí y tomar cuanto les viniera en gana. Como mínimo, si querían salir del barrio por su propio pie.
Jimmy salió del dormitorio y encontró el piso vacío. La puerta del final del pasillo estaba abierta; oía la voz de Annabeth desde el piso de arriba y los diminutos pies de sus hijas correteando sobre las tablas de madera del suelo mientras perseguían al gato de Val. Entró en el cuarto de baño y abrió el grifo de la ducha; se metió dentro cuando el agua empezó a salir caliente y expuso la cara al chorro.
La única razón por la que O'Donnell y Farrow nunca se habían preocupado por la tienda de Jimmy era porque sabían que era amigo de los Savage. Y al igual que cualquier persona que tuviera un poco de cerebro, O'Donnell les tenía miedo. Y si él y Roman temían a los Savage, eso quería decir, por asociación, que también tenían miedo a Jimmy.
Le temían. A él, a Jimmy de las marismas. Porque, como Dios bien sabe, la cabeza le funcionaba muy bien. Y con los Savage cubriéndole las espaldas, tendría todos los músculos y todas las pelotas, toda la audacia ilimitada que pudiera necesitar. Jimmy Marcus y los hermanos Savage juntos podrían…
¿Qué?
Hacer que el barrio fuera un lugar tan seguro como se merecía. Controlar la ciudad entera.
Ser sus dueños.
«¡Por favor, no lo hagas, Jimmy! ¡Por el amor de Dios! Quiero ver a mi mujer. Quiero vivir mi vida. Jimmy, no me prives de eso. ¡Mírame!» Jimmy cerró los ojos, y dejó que el agua dura y caliente le perforara el cráneo.
«¡Mírame!»
«Ya te estoy mirando, Dave. Te estoy mirando.»
Jimmy vio el rostro suplicante de Dave; la baba de sus labios no era muy diferente de la que le había caído a Ray Harris por el labio inferior y por la mandíbula trece años atrás.
«¡Mírame!»
«Ya te estoy mirando, Dave. Ya te estoy mirando. Nunca deberías haber salido de ese coche, ¿sabes? No deberías haber vuelto. Regresaste aquí, a tu hogar, pero las partes más importantes de tu ser habían desaparecido. Nunca conseguiste volver a encajar, Dave, porque te habían envenenado y ese veneno sólo estaba esperando la oportunidad de poder derramarse de nuevo.»
«No maté a tu hija, Jimmy. No maté a Katie. No lo hice. No lo hice.»
«Quizá no lo hicieras, Dave. Ahora ya sé que no. De hecho, parece ser que ni siquiera tuviste nada que ver con su muerte. Todavía existe una posibilidad remota de que la policía se equivocara al detener a esos niños, pero, con todo, debo admitir que todo parece indicar que no fuiste culpable del asesinato de Katie.»
«¿Así pues?»
«Aun así, mataste a alguien, Dave. Mataste a una persona. Celeste tenía razón. Además, ya sabes lo que pasa con los niños de quienes han abusado sexualmente.»
«¿No, Jim? ¿Por qué no me lo cuentas?»
«Tarde o temprano, ellos a su vez abusan sexualmente de niños.
Llevan el veneno dentro y tiene que salir. No he hecho más que proteger a alguna pobre víctima futura de tu veneno, Dave. Tal vez de tu propio hijo.»
«¡No metas a mi hijo en esto!»
«De acuerdo, entonces quizá algún amigo de tu hijo; pero Dave, en algún momento, habrías acabado por mostrar tu verdadera naturaleza.»
«¿Es eso lo que piensas?»
«Después de subirte a aquel coche, nunca deberías haber regresado. Eso es lo que pienso. Habías dejado de ser uno de los nuestros. ¿No lo entiendes? Un barrio es eso precisamente: un lugar en el que vive la gente que es de allí. ¡Los demás no encajan, joder!»
La voz de Dave atravesó el agua y se grabó en el cráneo de Jimmy a fuerza de repetírselo: «Ahora vivo dentro de ti, Jimmy. No podrás librarte de mí».
«Sí, Dave, sí que podré.»