Jimmy se sentía como si estuviera aplastado bajo bloques de granito-. ¡Para!
Ella negó con la cabeza una vez, envolviéndole con su serena mirada. -Dije a Nadine que no, que nunca tendríamos que preocuparnos, porque papá no era un príncipe, sino un rey. Y los reyes saben lo que se tiene que hacer, por difícil que sea, para arreglar las cosas. Papá es un rey y hará…
– Anna…
– … lo que deba hacer por aquellos a los que ama. Todo el mundo comete errores. Todos. Los grandes hombres intentan solucionar las cosas, y eso es lo que cuenta. De eso trata el gran amor. Ésa es la razón por la que papá es un gran hombre.
Jimmy se sintió cegado.
– No -dijo.
– Ha llamado Celeste -espetó Annabeth, y sus palabras fueron entonces dardos para él.
– No…
– Quería saber dónde estabas. Me contó que te había explicado sus propias sospechas sobre Dave.
Jimmy se secó los ojos con la palma de la mano, y observó a su mujer como si fuera la primera vez que la viera.
– Me lo contó, Jimmy, y yo pensé: «¿Qué clase de mujer va contando cosas así de su marido? ¡Qué despiadado se ha de ser para ir contando esas historias por ahí como quien no quiere la cosa!». ¿y por qué te lo contó a ti? ¿Eh, Jimmy? ¿Por qué a ti precisamente?
Jimmy se lo imaginaba; siempre lo había pensado por la forma en que a veces le miraba, pero no dijo nada.
Annabeth sonrió, como si pudiera adivinar la respuesta en su rostro.
– Podría haberte llamado al móvil. Podría haberlo hecho. Cuando me contó lo que sabías y recordé que estabas con Val, adiviné lo que estabas haciendo, Jimmy. No soy estúpida.
Nunca lo había sido.
– Sin embargo, no te llamé. No te detuve.
La voz de Jimmy se entrecortó al preguntar:
– ¿Por qué no lo hiciste?
Annabeth inclinó la cabeza hacia él, como si la respuesta hubiera sido obvia. Se puso en pie, le contempló con una mirada de curiosidad, y se quitó los zapatos de golpe. Se bajó la cremallera de los vaqueros y los deslizó pantorrillas abajo, se dobló por la cintura y los hizo bajar hasta los tobillos. Se los pasó por las piernas al tiempo que se quitaba la blusa y el sujetador. Levantó a Jimmy de la silla y estrechó su cuerpo contra el de ella; luego besó sus mejillas húmedas.
– Son débiles -espetó Annabeth.
– ¿Quiénes?
– Todos -respondió-. Todos, salvo nosotros.
Le quitó la camisa de los hombros, y Jimmy vio su rostro reflejado en el Pen Channel la primera noche que habían salido juntos. Ella le había preguntado si llevaba el crimen en la sangre, y Jimmy la había convencido de que no era así, porque había pensado que ésa era la respuesta que ella había esperado oír. Sólo entonces, doce años y medio más tarde, entendió que todo lo que ella había querido de él era la verdad. Cualquiera que hubiera sido su respuesta, ella se habría adaptado. Le habría apoyado. Habrían construido sus vidas de acuerdo con ello.
– Nosotros no somos débiles -declaró ella, y Jimmy sintió que el deseo se apoderaba de él, como si hubiera estado aumentando desde el día en que nació.
Si hubiera podido comérsela viva sin causarle ningún dolor, le habría devorado los órganos y le habría clavado los dientes en la garganta.
– Nunca seremos débiles.
Annabeth se sentó sobre la mesa de la cocina, con las piernas colgando a los lados.
Jimmy miró a su mujer mientras se quitaba los pantalones, a sabiendas de que aquello era temporal, que tan sólo estaba aliviando el dolor del asesinato de Dave, eludiéndolo para adentrarse en la fuerza y en la carne de su mujer. Pero ello bastaría para aquella noche. Quizá no para el día siguiente y los días venideros. Pero, sin lugar a dudas, para esa noche sería más que suficiente. ¿Y no era así cómo uno empezaba a recuperarse? ¿Poco a poco?
Annabeth le puso las manos sobre las caderas, y le clavó las uñas en la carne, junto a la columna vertebral.
– Cuando acabemos, Jimmy…
– ¿Sí?
Jimmy se sentía embriagado de ella.
– No te olvides de dar el beso de buenas noches a las niñas.
EPILOGO. JIMMY DE LAS MARISMAS
Domingo
28. TE GUARDAREMOS UN SITIO
El domingo por la mañana, Jimmy se despertó con el lejano sonido de tambores.