Celeste se dio la vuelta y se puso boca arriba; sólo entonces se dio cuenta de que estaba desnuda y de que había dormido hasta pasadas las diez. Era algo que no había sucedido a menudo, si es que había sucedido alguna vez desde que Michael había aprendido a andar. Notó como una oleada de culpabilidad le inundaba el pecho, para luego desaparecer en la boca del estómago a medida que recordaba cómo había besado la piel que había alrededor de la nueva cicatriz de Dave a las cuatro de la madrugada y en la cocina, arrodillada, probando el miedo y la adrenalina de sus poros, olvidándose de cualquier preocupación por el sida o por la hepatitis al sentir ese deseo repentino de saborearle y abrazarse a el lo más estrechamente posible. Había dejado que la bata de baño le cayera de los hombros mientras continuaba recorriéndole la piel con la lengua, arrodillada con una camiseta y en ropa interior de color negro, sintiendo como la noche se adentraba por debajo de la puerta del porche y le helaba los tobillos y las rótulas. El miedo había provocado que la piel de Dave adquiriera un sabor medio amargo y medio dulce; le pasaba la lengua desde la cicatriz hasta la garganta y le rodeaba las pantorrillas con las manos mientras notaba que se endurecía y que se le intensificaba la respiración. Deseaba que todo eso durara para siempre: el hecho de saborearlo, el poder que de repente sentía en su cuerpo; por lo tanto, se levantó y le rodeó con
Dave le mordió el pecho con los dientes y, aunque le dolía y se lo chupaba con demasiada dureza, aún se le acercó más a la boca y recibió el dolor con los brazos abiertos. Aunque le hubiera chupado la sangre no le habría importado porque la
Cuando empezó a salir con Dave, su vida sexual se había caracterizado por una carencia total de límites. Solía llegar al piso que compartía con Rosemary llena de morados, de mordiscos y de arañazos en la espalda, que le llegaban hasta los mismísimos huesos a causa de esa especie de agotamiento apremiante que se imaginaba que debían sentir los adictos entre chute y chute. Desde el momento en que nació Michael, en realidad desde que Rosemary fuera a vivir con ellos después del cáncer número uno, Celeste y Dave habían caído en esa especie de rutina predecible de pareja casada de la que se reían tanto en las comedias; es decir, la pareja que o bien suele estar demasiado cansada o que no tiene suficiente intimidad y que se tiene que contentar con algunos minutos de caricias rutinarias y un poco de sexo oral, hasta pasar al acontecimiento principal, que, con el paso de los años, deja de ser tan importante y cada vez se parece más a una forma de matar el tiempo entre la información meteorológica y
Sin embargo, la noche anterior había sido sin lugar a dudas ese tipo de pasión que merecía llamarse
Solo al volver a oír la voz de Dave procedente del jardín, repitiéndole a Michael que hiciera el favor de concentrarse, fue capaz de recordar lo que le había estado preocupando, antes de las tuberías, antes del recuerdo del sexo loco en la cocina, tal vez incluso antes de que se metiera en la cama a altas horas de la madrugada: Dave le había mentido.
Lo había sabido desde el primer momento en que él entró en el cuarto de baño; sin embargo, había decidido cerrar los ojos ante la evidencia. Después, tumbada en el suelo de linóleo, y arqueando la espalda y el culo para que él pudiera penetrarla, lo había vuelto a saber. Le examinó los ojos, algo vidriosos, mientras se introducía dentro de ella y mientras tiraba de sus pantorrillas con fuerza para colocarlas encima de sus caderas; aceptó sus primeras embestidas con el convencimiento de que la historia que le acababa de contar no tenía ningún sentido.