En el escenario que había debajo de la pantalla, Krauser hizo un gesto de asentimiento y Friel volvió la cabeza y estuvo mirando a su alrededor hasta que encontró a Sean. En ese momento Sean supo que el caso era de él y de Whitey. Sean vio gotas de sangre en algunas hojas que conducían a la parte inferior de la pantalla, y unas cuantas más en las escaleras que llevaban a la puerta.
Connolly y Souza dejaron de observar las gotas de sangre de las escaleras, miraron a Sean con gesto ceñudo, y volvieron a examinar las grietas que había entre los escalones, Karen Hughes abandonó la posición de cuclillas y Sean oyó el zumbido de su cámara cuando apretó un botón con el dedo y el carrete se rebobinó hasta el final. Metió la mano en el bolso para sacar un carrete nuevo y abrió la parte trasera de la cámara de un golpe; Sean se percató de que el pelo rubio ceniza se le había oscurecido en la sien y en el flequillo. Le dirigió una mirada inexpresiva, dejó caer el carrete usado dentro del bolso y colocó el nuevo en la cámara.
Whitey estaba de rodillas junto al ayudante del médico forense y Sean oyó que decía «¿qué?», con un penetrante susurro.
– Lo que ha oído.
– Ahora está seguro, ¿verdad?
– No al cien por cien, pero casi.
– ¡Mierda!
Whitey se dio la vuelta al tiempo que Sean se acercaba, negó con la cabeza e hizo un gesto de asentimiento con el dedo pulgar al ayudante del forense.
Al subir las escaleras y colocarse tras ellos, Sean contempló el lugar con más claridad. Observó la puerta de entrada y el cadáver que estaba allí dentro, apretujado; entre pared y pared no debía de haber más de un metro de anchura y el cadáver estaba apoyado de espaldas contra la pared a su izquierda, con los pies levantados y empujando la pared de su derecha, por lo que la primera impresión que tuvo Sean fue la de ver un feto a través de la pantalla de un sonograma. El pie izquierdo estaba al descubierto y cubierto de barro. Lo que quedaba del calcetín le colgaba alrededor del tobillo, arrugado y rasgado. Llevaba un zapato negro sencillo y sin tacón, en el pie derecho, y estaba cubierto de barro seco. Incluso después de haber perdido un zapato en el jardín, había seguido con el otro puesto. Era muy probable que el asesino le hubiera ido pisando los talones todo el rato. Y aun así, había ido hasta allí para esconderse, lo que hacía pensar que debió de despistarle en algún momento a causa de algo que le hiciera reducir la marcha.
– Souza -gritó.
– ¿Sí?
– Llama a algunos policías para que vengan a examinar el camino que llega hasta aquí. Mirad entre los arbustos para ver si encontráis jirones de ropa, trozos de piel o cosas por el estilo.
– Ya tenemos a un tipo que se encarga de buscar huellas dactilares.
– Sí, pero necesitamos más gente. ¿Te encargas tú?
– De acuerdo.
Sean volvió a mirar el cadáver. Llevaba unos ligeros pantalones de color oscuro y una blusa azul marino con cuello ancho. La chaqueta era de color rojo
Y de alguna manera había acabado encajada en aquel pasillo estrecho; lo último que vio fueron las paredes mohosas, y con toda seguridad también fueron lo último que olió.
Parecía que hubiera llegado hasta allí para escapar de una lluvia roja, y, sin embargo, el aguacero le había cubierto el pelo y las mejillas, y le manchaban la ropa húmedas hileras de sangre. Tenía las rodillas apretadas contra el pecho, el codo derecho apoyado en la rodilla derecha, el puño apretado contra la oreja, por lo que, una vez más, a Sean le hizo pensar en una niña más que en una mujer, acurrucada e intentando mantener a raya algún estridente sonido. «Pare, pare -decía el cuerpo-. Pare, por favor.»
Whitey se apartó del camino y Sean se agachó junto a la puerta. A pesar de toda la sangre que le cubría el cuerpo, de los charcos que se habían formado debajo de éste y del moho de las paredes que había alrededor, Sean descubrió el perfume de Katie, muy fugazmente, algo dulce, algo sensual, un aroma muy ligero que le hizo recordar las citas y los coches oscuros de la época de instituto, el vacilante manoseo por encima de la ropa y el roce eléctrico de la carne. Por debajo de la lluvia roja, Sean vio que tenía varios morados oscuros en la muñeca, el antebrazo y los tobillos, y supo que en esos lugares la habían golpeado con algo.
– ¿Le pegaron?-preguntó Sean.
– Eso parece. Toda esa sangre de la cabeza fue causada por un corte en la coronilla. Es probable que el tipo acabara por romper lo que estaba usando para pegarla, al golpearla tan fuerte.