Читаем La Tierra permanece полностью

Ish estaba entonces a unos diez pasos de Charlie. Se detuvo. Algunos de los niños lo habían visto, pero la historia que contaba Charlie era demasiado interesante para interrumpirlo. Aunque Ish estuviese allí en carne y hueso, su presencia no había sido reconocida oficialmente.

Dejó pasar unos instantes, que le parecieron siglos. Sin embargo, el corazón no le latió más que unas tres o cuatro veces. Ya no sentía aquel sudor frío. Se encontraba preparado para actuar. Era casi feliz. Sus temores se transformaban en realidad, y la peor de las dificultades, cuando adquiere forma visible, es preferible a una sombra vaga y confusa. No se puede luchar contra un mal que es mera apariencia.

Esperó aún, el tiempo de algunos latidos. La crisis había estallado de pronto, como ocurría a menudo en aquella nueva vida. En los viejos tiempos, las crisis se arrastraban interminablemente y uno leía los diarios semanas y meses antes que los obreros se declararan en huelga o que los aviones dejaran caer sus bombas. Pero en esta sociedad minúscula, el drama estallaba en unas pocas horas.

Evie estaba en el centro del grupo, aunque habitualmente se mantenía apartada. Comúnmente apenas prestaba atención a sus compañeros. Esta vez contemplaba a Charlie con admiración, y parecía beber sus palabras, aunque probablemente no comprendía ni la mitad. No era la historia lo que la atraía. Su cuerpo rozaba el cuerpo de Charlie.

¿Y para esto, se preguntó Ish amargamente, habían cuidado de Evie? Ezra la había encontrado sucia, desgreñada, viviendo como una bestia, y con apenas la inteligencia necesaria para abrir las latas de conserva. ¿No hubiera sido mejor poner a su alcance algún veneno azucarado? Y bien, la habían cuidado durante años, y su existencia no había sido una alegría para ellos, y sin duda tampoco para ella. La compasión que Evie inspiraba era una reliquia de otro tiempo.

Evie, tal como la veía ahora, en el centro el grupo, parecía una extraña. Ocurría a menudo: uno no se fija en el cuadro que tiene siempre delante de las narices, y la gente a quien se ve durante años parece perder sus características más personales. Evie, advirtió de pronto, era una notable belleza rubia. Desde luego, los ojos parecían vacíos y su rostro carecía de expresión. Pero para un hombre como Charlie esos detalles no debían de tener gran importancia. Sí, como había dicho Ezra, Charlie sabía lo que quería, y lo obtenía rápidamente. ¿Y por qué iba a esperar?

Los dedos de Ish se crisparon sobre el mango del martillo. Era tranquilizador, pero hubiese preferido un revólver.

Un coro de carcajadas saludó unas palabras de Charlie. Evie se rió, con breves chillidos. Charlie se inclinó hacia ella y le pellizcó el talle. La joven lanzó un gritito agudo, de niña. Ish se acercó, su presencia se hizo de pronto oficial, y todos se volvieron hacia él. Esperaban, advirtió Ish en seguida. Aquella inesperada situación los sorprendía, y no sabían qué actitud adoptar. Ish se acercó a Charlie, con el martillo en la mano derecha y tratando de no apretar el puño izquierdo, a pesar de su cólera.

Mientras Ish se acercaba, Charlie, con movimientos despreocupados, tomó a Evie por el talle. Sorprendida, ella cedió. Charlie se volvió entonces hacia Ish y lo miró desafiante. Ish aceptó el desafío, y se serenó. La necesidad de actuar le aclaraba las ideas.

—Dejadnos solos unos instantes —ordenó en voz alta. No había necesidad de pretextos. Todos sabían qué iba a ocurrir—. Quiero hablar con Charlie. Ezra, llévate a Evie a casa de Molly. Necesita que la peinen.

Nadie protestó. Se dispersaron con una prisa en la que había algo de temor. Dejar partir a Ezra era perder su mejor aliado, pero intentar retenerlo hubiera sido una confesión de debilidad ante todos, incluso ante Charlie.

Se quedaron solos frente a frente, Ish de pie, Charlie sentado. Charlie no hizo ademán de levantarse, e Ish también se sentó. No podía quedarse de pie mientras el otro siguiese indolentemente sentado. Charlie no llevaba chaqueta y se había desabotonado el chaleco, lo que le daba un aspecto de descuido. Se miraron, separados por unos dos metros.

Ish pensó que era mejor no andarse por las ramas.

—Sólo quiero decirle esto: deje tranquila a Evie.

Charlie fue también categórico.

—¿Quién ordena eso?

Ish pensó un momento. ¿Nosotros? Era demasiado vago. ¿Nosotros, la Tribu? Charlie se reiría. Al fin se decidió.

—Yo lo ordeno.

Charlie no respondió. Recogió unos guijarros del suelo y los hizo saltar en la mano izquierda. Nada hubiera podido indicar mejor su despreocupación.

—Podría contestarle con alguna de las viejas frases —dijo al fin—. Usted ya las conoce. No insistamos. Pero soy razonable. ¿Por qué quiere que deje tranquila a Evie? ¿Es su amiguita?

—Por algo muy simple —dijo Ish rápidamente—. En nuestro grupo no hay seguramente genios, pero tampoco imbéciles. No queremos cargar con unos cuantos niños idiotas, como lo serían fatalmente los hijos de Evie.

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