Читаем La Tierra permanece полностью

—Al fin ella murió —explicó—. Llevábamos muchos años juntos, diez o doce. Bueno, no quise quedarme allí un minuto más; como los muchachos me gustaron, me vine con ellos.

Ish sintió que cambiaba de opinión. Los muchachos, que habían pasado un tiempo con Charlie, lo apreciaban realmente. Quizás este hombre fuerte y alegre sería un elemento útil para la Tribu. Miró a Charlie y vio que la transpiración le bañaba la frente.

—Charlie —dijo—, se sentiría más cómodo sin el chaleco.

Charlie se sobresaltó, pero no dijo nada.

—Lo siento. No sé qué me pasa. Quizá sea mejor que me vaya y me acueste —dijo Ezra, pero no se movió.

—No puede ser un resfriado —dijo Em—. Nadie se ha resfriado nunca aquí.

Charlie aceptó alejarse del fuego con su botella de coñac, pero no se quitó el chaleco.

Los dos perros de la casa se acercaron a olfatearlo. Todo olor nuevo los excitaba. Al principio parecieron indiferentes, pero cuando Charlie les acarició el lomo y las orejas, se revolvieron alegremente, moviendo la cola.

Ish, que nunca se había sentido cómodo con gente desconocida, titubeaba. Unas veces, seducido por fuerza y la simpatía de Charlie, le parecía un hombre muy agradable; otras, esa misma fuerza y simpatía le desagradaban. Quizá temía ver amenazado su prestigio en la Tribu. Charlie se le aparecía entonces como la misma encarnación del mal.

Al fin George despertó, se desperezó pesadamente y anunció que se iba a acostar. Los otros se prepararon a partir con él. Ish advirtió que Ezra quería decirle algo y lo llevó a la cocina.

—¿Te sientes mal?

—¿Yo? —dijo Ezra—. Nunca estuve mejor en mi vida.

Sonrió e Ish empezó a entender.

—No tenías frío.

—Nunca tuve menos frío —replicó Ezra—. Quería ver si Charlie se sacaba el chaleco. Me hubiese asombrado, por otra parte. Es un hombre precavido, y confirmó mis sospechas. Ha agrandado un bolsillo del chaleco y lleva uno de esos juguetes que se hacían antes para las carteras de las mujeres. Sólo un juguete.

Ish se sintió aliviado. Un revólver. Algo simple, concreto, conocido, fácil de manejar. La alegría no le duró mucho.

—Desearía saber a qué atenerme —prosiguió Ezra—. Tengo a veces la impresión de que hay algo sucio y vil en ese hombre. Otras veces me parece que será mi mejor amigo. En fin, es alguien que sabe lo que quiere, y lo obtiene siempre.

Volvieron a la sala. George se despedía.

—Hemos tenido suerte —le decía a Charlie—. Necesitábamos otro hombre fuerte en la Tribu. Espero que se quede con nosotros.

Hubo un coro general de aprobación, y luego todos, incluso Charlie y Ezra, salieron.

Ish se quedó a solas con sus pensamientos. Había intentado unirse al coro, pero la lengua no le había obedecido. Y se repitió las palabras de Ezra: Hay algo sucio y vil en ese hombre.

7

Más tarde, Ish recordó una costumbre de otros tiempos, ya abandonada. Fue hasta la puerta de la cocina y descubrió que había un candado. Recordó que lo había puesto su madre, que no confiaba en las cerraduras comunes. Cerró la puerta con el candado. Luego examinó la cerradura de la puerta de delante. Aún funcionaba.

Nunca, desde el Gran Desastre, se le había ocurrido cerrar con llave. En la Tribu no había nadie sospechoso. Un extraño no hubiese podido escapar a la vigilancia de los perros. Y he aquí que aparecía un hombre que no era de fiar, y que se había ganado la confianza de los perros. ¿Los habría acariciado con premeditación?

Ish se acostó y comunicó sus temores a Em. Ella no se interesó mucho. Ish pensó, como otras veces, que en Em había una inercia peligrosa.

—¿Y por qué no ha de tener un revólver en el bolsillo? —preguntó ella—. Tú también llevas un arma cuando sales.

—No la oculto, y no temo quitarme el chaleco y quedarme un momento desarmado.

—Es cierto, pero quizá tú mismo lo pusiste nervioso. Te es antipático, y quizás él piensa lo mismo de ti. Está entre gente extraña… solo.

Ish sintió otra vez rabia, casi cólera. Charlie, ese intruso.

—Sí —dijo—, pero estamos aquí en nuestra casa. Él es quien debe adaptarse, no nosotros.

—Tienes razón, querido, quizá. Pero no hablemos ahora. Tengo sueño.

Si algo envidiaba Ish a Em, era su facilidad para dormirse en el momento mismo en que decía tener sueño. El sueño huía de él cuando más lo llamaba, y no podía dejar de pensar. Justamente se le acababa de ocurrir una nueva idea. Se vio envuelto en una pelea con Charlie. Si hubiera habido entre los miembros de la Tribu una unión verdadera o simbólica, la llegada de un extraño, por más fuerte que fuese, habría presentado pocos peligros. Ahora era quizá demasiado tarde. El extraño estaba allí, y se encontraba ante individuos aislados.

Y Charlie no era un adversario despreciable. Ya se había ganado la amistad de Dick y Bob, sin contar los más chicos. George parecía admirarlo. Ezra titubeaba. ¿Qué era ese raro encanto, que parecía apoyarse en la fuerza física?

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