Читаем La Tierra permanece полностью

Probablemente, pensó Ish, alguna enfermedad había contribuido a su desaparición, pero esto era sólo una conjetura. Gracias a su ferocidad fratricida, los cadáveres eran poco numerosos. Ish sospechaba que las ratas habían servido de tumbas vivientes a muchos seres humanos víctimas de la epidemia.

Le asombraba la discreción de los ratones. Primero habían aparecido las hormigas, luego las ratas. Entre los dos, podían haberse presentado los ratones. Las circunstancias los favorecían, y se reproducían más rápidamente que las ratas. Ish nunca se explicó el fenómeno y se contentó con felicitarse.

Tanto a Ish como a Em les costó recobrarse de aquel horror. Decidieron al fin que Princesa no había contraído la rabia. La soltaron, y la vida recuperó su normalidad, y olvidaron el continuo ajetreo de aquellos cuerpos grises.


Las fábulas nos han inducido a error. El rey de los animales no era el león, sino el hombre. Y su reino fue a menudo cruel y tiránico.

Pero cuando se oyó el grito de «El rey ha muerto», nadie respondió: «¡Viva el rey!».

En otro tiempo, cuando un monarca moría sin dejar herederos, sus capitanes se disputaban el trono, y si alguno de ellos no superaba en fuerza a los otros, el reino se desmembraba. Y así pasaba ahora, pues la hormiga, la rata, el perro y la abeja son de inteligencia similar. Durante cierto tiempo, habrá luchas, rápidos encumbramientos, bruscas caídas, luego la tierra disfrutará de una calma y una paz que no conoce desde hace veinte mil años.


Otra vez la cabeza de Em se apoyaba en el hueco del brazo de Ish, y él miraba tiernamente los ojos negros.

—Bueno —dijo ella—, es hora de que empieces con esos libros de medicina.

Ish no tuvo tiempo de decir una palabra. Em se estremeció y se echó a llorar. Él nunca había imaginado que el miedo pudiera dominarla. Sintió de pronto su propia debilidad. ¿Qué ocurriría si ella se acobardaba?

—Querida —dijo Ish—. Quizás hay tiempo aún de hacer algo. ¿Por qué sufrir esa prueba?

—Oh, no es eso, ¡no es eso! —protestó Em, estremeciéndose aún—. Te he mentido. No con mis palabras, sino con mi silencio. Pero es lo mismo. Eres tan bueno… Me dices que tengo manos hermosas. Ni siquiera te has fijado en el azul de las lúnulas.

Ish no pudo ocultar su desconcierto. Ahora todo se explicaba: la tez morena, la limpidez de los ojos negros, la blancura de los dientes, la sonoridad de la voz, la flexibilidad del carácter.

—Sí —susurró ella—, al principio no parecía importante. No eres el primer hombre que ama a una mulata. Pero la raza de mi madre nunca tuvo mucha suerte en la tierra. No quisiera que los niños que deben repoblar la tierra lleven esa maldición. Aunque siento, sobre todo, que no he sido leal contigo.

Ish ya no la oía; las convenciones del mundo civilizado parecían ahora una farsa desopilante. No pudo dominarse y se echó a reír, y entonces ella se rió con él, abrazándolo.

—Querida —dijo Ish al fin—, todo ha acabado. Nueva York es un desierto, y ya no hay gobierno en Washington. Senadores, jueces y presidentes no son más que polvo. Los que perseguían a judíos y negros se pudren con ellos. Somos sólo dos pobres náufragos, que viven de los restos de la civilización e ignoran si no serán presa de las hormigas, las ratas u otras bestias. Quizá dentro de mil años la gente pueda ofrecerse el lujo de preocuparse y molestarse otra vez por esas cosas. Pero lo dudo. Por ahora, sólo somos dos, o quizá tres.

Ish besó a Em, que seguía llorando en silencio. Y comprendió que esta vez, por lo menos, había sido más perspicaz, y más fuerte, que ella.

8

Al día siguiente fue a la universidad y detuvo el coche frente a la biblioteca. No había estado allí desde el Gran Desastre, y se había contentado con los libros de la biblioteca municipal. El edificio estaba intacto. Los arbustos y árboles de alrededor no habían crecido apreciablemente en aquellos meses. Los tubos de desagüe parecían estar en perfecto estado, pues no se veía una mancha en los blancos muros de granito. Ish, sin embargo, tuvo una impresión general de suciedad, desorden y abandono.

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