Читаем Marina полностью

Ignoré sus protestas y me arrodillé para inspeccionar los cajones del escritorio. El primero contenía toda clase de herramientas oxidadas, cuchillas, púas y sierras de filo gastado. El segundo estaba vacío. Pequeñas arañas negras correteaban sobre el fondo, buscando refugio en los resquicios de la madera. Lo cerré y probé suerte con el tercer cajón. La cerradura estaba trabada.

– ¿Qué pasa? -escuché susurrar a Marina, su voz cargada de inquietud.

Tomé una de las cuchillas del primer cajón y traté de forzar la cerradura. Marina, a mi espalda, sostenía la linterna en alto, observando las sombras danzantes que resbalaban por los muros del invernadero.

– ¿Te falta mucho?

– Tranquila. Es un minuto.


Podía sentir el tope de la cerradura con la cuchilla. Rodeándolo, horadé el contorno. La madera seca, podrida, cedía con facilidad bajo mi presión. El carraspeo de la madera astillada crujía ruidosamente. Marina se agachó junto a mí y dejó la linterna sobre el suelo.

– ¿Qué es ese ruido? -preguntó de pronto.

– No es nada. Es la madera del cajón al ceder…

Ella posó su mano sobre las mías, deteniendo mi movimiento.

Durante un instante el silencio nos envolvió. Sentí el pulso acelerado de Marina sobre mi mano.

Entonces también yo advertí aquel sonido. El chasquido de las maderas en lo alto. Algo se estaba moviendo entre las figuras ancladas en la oscuridad. Forcé la vista, justo a tiempo de percibir el contorno de lo que me pareció un brazo moviéndose sinuosamente. Una de las figuras se estaba descolgando, deslizándose como un áspid entre las ramas. Otras siluetas empezaron a moverse al mismo tiempo.

Aferré la cuchilla con fuerza y me incorporé, temblando. En aquel instante, alguien o algo retiró la linterna de nuestros pies. Rodó hasta un ángulo y quedamos sumidos en la oscuridad absoluta. Fue entonces cuando escuchamos aquel silbido, acercándose.


Agarré la mano de mi compañera y echamos a correr hacia la salida.

A nuestro paso, la tramoya de figuras descendía lentamente, brazos y piernas rozando nuestras cabezas, pugnando por aferrarse a nuestras ropas. Sentí uñas de metal en la nuca. Escuché a Marina gritar a mi lado y la empujé frente a mí, impulsándola a través de aquel túnel infernal de criaturas que descendían de las tinieblas. Los haces de luna que se filtraban desde las grietas en la hiedra desvelaban visiones de rostros quebrados, ojos de cristal y dentaduras esmaltadas.

Blandí la cuchilla a un lado y a otro con fuerza. La sentí rasgar un cuerpo duro. Un fluido espeso me impregnó los dedos. Retiré la mano; algo tiraba de Marina hacia las sombras. Marina aulló de terror y pude ver el rostro sin mirada, de cuencas vacías y negras, de la bailarina de madera rodeando su garganta con dedos afilados como navajas. Su rostro estaba cubierto por una máscara de piel muerta.

Me lancé con todas mi fuerzas contra ella y la derribé sobre el suelo.

Pegado a Marina, corrimos hacia la puerta, mientras la figura decapitada de la bailarina se alzaba de nuevo, un títere de hilos invisibles blandiendo garras que chasqueaba como si fueran tijeras.


Al salir al aire libre advertí que varias siluetas oscuras nos bloqueaban el paso hacia la salida. Corrimos en dirección contraria hacia un cobertizo junto al muro que separaba el solar de las vías del tren. Las puertas de cristal del cobertizo estaban empañadas por décadas de mugre. Cerradas. Rompí el cristal con el codo y palpé la cerradura interior. Una manija cedió y la puerta se abrió hacia dentro. Entramos apresuradamente.

Las ventanas posteriores dibujaban dos manchas de claridad lechosa.

La telaraña del tendido eléctrico del tren podía adivinarse al otro lado. Marina se volvió un instante a mirar atrás. Formas angulosas se recortaban en la puerta del cobertizo.

– ¡Deprisa! -gritó.

Miré desesperadamente a mi alrededor buscando algo con que romper la ventana. El cadáver herrumbroso de un viejo automóvil se pudría en la oscuridad. La manivela del motor yacía al frente. La agarré y golpeé repetidamente la ventana, protegiéndome de la lluvia de cristales. La brisa nocturna me sopló en la cara y sentí el aliento viciado que exhalaba de la boca del túnel.

– ¡Por aquí! -Marina se aupó hasta el hueco de la ventana mientras yo contemplaba las siluetas reptando lentamente hacia el interior del garaje.

Blandí la manivela metálica con ambas manos. Súbitamente, las figuras se detuvieron y dieron un paso atrás. Miré sin comprender y entonces escuché aquel aliento mecánico sobre mí. Salté instintivamente hacia la ventana, al tiempo que un cuerpo se desprendía del techo. Reconocí la figura del policía sin brazos. Su rostro me pareció cubierto por una máscara de piel muerta, cosida burdamente.

Las costuras sangraban.

– ¡Oscar! gritó Marina desde el otro lado de la ventana.

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