Читаем Memorial Del Convento полностью

Casi tan grande como Dios es la basílica de San Pedro de Roma que el rey está levantando. Es una construcción sin fosos ni fundamentos, asentada en el tablón de una mesa que no precisaría ser tan sólida para la carga que soporta, miniatura de basílica dispersa en pedazos por encajar según el antiguo sistema del machihembrado, que, con mano reverente, van siendo cogidos por los cuatro gentileshombres de servicio. El arca de donde los retiran huele a incienso, y los terciopelos carmesíes que los envuelven, separadamente para que no se raye el rostro de la estatua con la arista del pilar, refulgen a la luz de los grosísimos blandones. Va la obra adelantada. Ya todas las paredes están firmes en los goznes, aplomadas se ven las columnas bajo la cornisa recorrida por latinas letras que explican el nombre y el título de Paulo V Borghese y que el rey hace mucho dejó de leer, aunque aún sus ojos se complazcan en el número ordinal de aquel papa, por vía de igualdad con el suyo propio. En rey sería defecto la modestia. Va ajustando en los orificios adecuados de la cornisa las figuras de los profetas y los santos, y por cada una hace reverencia el camarero, abre las dobleces preciosas del terciopelo, ahí está una estatua ofrecida en la palma de la mano, un profeta boca abajo, un santo que cambió los pies por la cabeza, pero en estas involuntarias irreverencias nadie repara, tanto más cuanto que el rey, inmediatamente, reconstituye el orden y la solemnidad que conviene a las cosas sacras enderezando y poniendo en su lugar las vigilantes entidades. Desde lo alto de la cornisa lo que ellas ven no es la Plaza de San Pedro, sino al rey de Portugal y a los gentileshombres de cámara que lo sirven. Ven el entarimado de la tribuna, las celosías que dan a la capilla real, y mañana, a la hora de la misa primera, si entre tanto no han regresado a los terciopelos y al arca, verán al rey devotamente acompañando el santo sacrificio, con su séquito, del que ya no serán parte estos hidalgos que aquí están porque se acaba la semana y entran otros de servicio. Bajo esta tribuna en que estamos, otra hay también velada por celosías, pero sin construcción de armar, fuese capilla o ermitorio, donde apartada asiste la reina al oficio, ni siquiera la santidad del lugar ha sido propicia a la gravidez. Ahora sólo falta colocar la cúpula de Miguel Ángel, aquel arrebato de piedra, aquí en fingimiento, que, por sus excesivas dimensiones, está guardado en arca aparte, y siendo ése el remate de la construcción le será dado diferente aparato, que es el de ayudar todos al rey, y con un ruido retumbante se ajustan los dichos machos y hembras en sus mutuos encajes, y la obra queda lista. Si el poderoso son, que resonará por toda la capilla, llega, por salas y extensos corredores, al cuarto o cámara donde la reina espera, sepa ella que su marido viene ahí.

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