Preguntó el rey, Es verdad lo que acaba de decirme su eminencia, que si yo prometo levantar un convento en Mafra tendré hijos, y el fraile respondió, Es verdad, señor, pero sólo si el convento es franciscano, y volvió el rey, Cómo lo sabéis, y fray Antonio dijo, Lo sé, no sé cómo he llegado a saberlo, yo soy sólo la boca de que la verdad se vale para hablar, la fe no tiene más que responder, construya vuestra majestad el convento y en seguida tendrá sucesión; no lo construya y Dios decidirá. Con un gesto mandó el rey al fraile que se retirase, y luego preguntó a Don Nuno da Cunha, Es virtuoso este fraile, y el obispo respondió, No hay otro que lo sea más en su orden. Entonces Don Juan, el V de su nombre, seguro así sobre el mérito del empeño, levantó la voz, para que claramente lo oyese quien allí estaba y mañana lo supieran ciudad y reino, Prometo, por mi palabra real, que haré construir un convento de franciscanos en la villa de Mafra si la reina me da un hijo en el plazo de un año a contar de este día en que estamos, y todos dijeron, Dios oiga a vuestra majestad, y nadie allí sabía quién iba a ser puesto a prueba, si el mismo Dios, si la virtud de fray Antonio, si la potencia del rey, o, al fin, la dificultosa fertilidad de la reina.