Pasó ya Sebastiana María de Jesús, pasaron todos los demás, dio vuelta entera la procesión, fueron azotados quienes este castigo tuvieron por sentencia, quemadas las dos mujeres, una agarrotada, primero por haber declarado que quería morir en la fe cristiana, la otra asada viva por contumacia hasta en la hora de morir, ante las hogueras se armó un baile, danzan hombres y mujeres, el rey se ha retirado, vio, comió y anduvo, con él los infantes, se recogió en palacio en su coche tirado por seis caballos, guardado por su guardia, la tarde va bajando con rapidez pero el calor sofoca aún, sol de garrote, sobre el Rossío caen las grandes sombras del convento del Carmen, bajan a las mujeres muertas sobre los tizones para que se acaben de consumir, y cuando sea ya noche, serán esparcidas sus cenizas, ni el Juicio Final las sabrá juntar, y la gente volverá a su casa, rehechos todos en su fe, llevando pegada a la suela de los zapatos alguna motita fuliginosa, pegajosa polvareda de carnes negras, sangre quizás aún viscosa si en las brasas no se ha evaporado. El domingo es el día del Señor, verdad trivial ésta, porque de Él son todos los días, y a nosotros nos vienen consumiendo los días si en nombre del mismo Señor no nos consumen más de prisa las llamas, con duplicada violencia, que es la de quemarme cuando por mi razón y voluntad recusé a dicho Señor huesos y carne, y el espíritu que me sustenta el cuerpo, hijo de mí y de mí, cópula directa de mí conmigo mismo, infuso del mundo sobre el rostro escondido, igual al mostrado y por eso ignorado. No obstante, es preciso morir.