– Evidentemente era adicto a la cocaína, ya que estamos hablando de la década de los ochenta, y entonces fue cuando su lista de delitos empezó a crecer. De un modo u otro, Raymond fue lo bastante listo para mantener en secreto lo que fuera que hiciera para pagarse la cocaína, pero no lo suficiente para que no le pillaran en sus intentos por obtener el mencionado narcótico. Violó la libertad condicional y se pasó un año entero en la cárcel.
– Donde aprendió a reconocer las faltas en que había incurrido.
– Según parece, no. Lo arrestó un equipo conjunto de la Unidad de Delitos Mayores y del FBI por traficar con mercancía robada en diversos estados. Esto te va a encantar. Adivina lo que robó. Piensa que estoy hablando del ochenta y cuatro.
– ¿No me das ninguna pista?
– Déjate guiar por el instinto.
– Cámaras.
Whitey le lanzó una mirada y añadió:
– ¡Cámaras, joder! ¡Ve a buscarme un poco de café, ya que has dejado de ser poli!
– ¿Qué robó?
– Juegos del Trivial Pursuit -contestó Whitey-. Nunca te lo habrías imaginado, ¿verdad?
– Cómics y Trivial Pursuit. No se puede negar que nuestro hombre tiene estilo.
– No obstante, también tiene su parte de fracasos. Robó el camión en Rhode Island, y lo condujo hasta Massachusetts.
– Por eso tiene antecedentes en varios estados.
– Por eso mismo -contestó Whitey mientras le lanzaba otra mirada-. Podemos decir que lo tenían bien pillado, pero no cumplió condena.
Sean se incorporó en el asiento, quitó los pies de encima de la mesa, y preguntó:
– ¿Crees que colaboró con la policía?
– Eso parece -respondió Whitey-. Después de eso, nunca más se le acusó de nada. El que se ocupaba de hacer el seguimiento de su libertad condicional afirma que no se saltó ninguna de las citas hasta que le dejaron en libertad a finales del ochenta y seis. ¿Qué dice el informe de su situación laboral?
Whitey miró a Sean por encima del informe.
– ¿Ya puedo hablar? -preguntó Sean, abriendo su propio informe-. Relación de empleos, informe fiscal, pagos a la Seguridad Social… Todo se interrumpe en agosto de 1987. ¡Puf, desaparecido!
– ¿Lo has verificado en el ámbito nacional?
– La solicitud se está tramitando en este mismo momento, buen hombre.
– ¿Qué posibilidades hay?
Sean volvió a apoyar los zapatos en la mesa, se reclinó en el sillón, y contestó:
– Primera, que esté muerto; segunda, que tenga protección policial por haber sido testigo; tercera, que estuviera muy bien escondido y sólo volviera al barrio para pegarle un tiro a la novia de diecinueve años de su hijo.
Whitey lanzó el informe encima de la mesa vacía y exclamó:
– ¡Ni siquiera sabemos si la pistola es suya! ¡No sabemos nada! ¿Qué estamos haciendo aquí, Devine?
– Nos estamos preparando para el combate, sargento. ¡Venga, hombre, no me desanime tan pronto! Tenemos al sospechoso principal de un atraco que se perpetró hace dieciocho años y en el que usaron la misma pistola que en el asesinato. El hijo del sospechoso salía con la víctima. El tipo tiene antecedentes penales. Quiero averiguar más cosas sobre él y sobre su hijo. Ya sabe a quién me refiero, al que no tiene coartada.
– El mismo que pasó con éxito el detector de mentiras y el que los dos decidimos que no tenía agallas para hacerlo.
– Quizá estuviéramos equivocados.
Whitey se frotó los ojos con las manos y exclamó:
– ¡Estoy harto de equivocarme!
– ¿Reconoces que te equivocaste con Boyle?
Whitey, sin apartar las manos de los ojos y negando con la cabeza, contestó:
– No he dicho eso. Sigo pensando que Boyle es una mierda de tío; no obstante, que pueda relacionarlo o no con la muerte de Katie Marcus es otro asunto. -Bajó las manos y dejó ver la piel hinchada y enrojecida de debajo de los ojos-. Pero el tema éste de Raymond Harris tampoco parece muy prometedor. De acuerdo, volvamos a interrogar al hijo, e intentemos averiguar el paradero del padre. Pero después, ¿qué?
– Averiguaremos a quién pertenece esa pistola -replicó Sean.
– Esa pistola bien podría estar en el fondo del mar. Al menos, eso es lo que yo habría hecho con ella.
Sean, inclinando la cabeza hacia él, le preguntó:
– ¿De verdad habrías hecho eso dieciocho años después de haber atracado una tienda?
– Sí.
– Pues nuestro hombre no lo hizo, y eso quiere decir…
– … que no es tan listo como yo -dijo Whitey.
– o como yo.
– Eso todavía está por ver.
Sean se reclinó en la silla, entrelazó los dedos, pasó los brazos por encima de la cabeza, y los elevó hacia el techo hasta que notó que los músculos se estiraban. Bostezó con estremecimiento y dejó caer la cabeza y las manos.
– Whitey… -dijo, intentando posponer al máximo la pregunta que sabía que acabaría haciéndole.
– ¿Qué?
– ¿Qué dice tu informe de los colegas de Harris?
Whitey cogió el informe de la mesa, lo abrió de golpe y pasó las primeras páginas.
– «Compañeros de delitos: Reginald (alias
Se volvió hacia Sean, pero éste ya se lo imaginaba: