Jimmy se encogió de hombros. Era inútil hablar con Annabeth cuando se trataba de Katie. Annabeth sólo tenía dos maneras de tratar a su hijastra: o estaba enfadada con ella y se mantenía distante o estaba eufórica porque eran las mejores amigas del mundo. No había punto medio y Jimmy sabía, con un pequeño sentimiento de culpa, que casi toda la confusión era consecuencia de que Annabeth apareciera en escena cuando Katie tenía siete años, y apenas se había recuperado de la muerte de su madre. Katie agradeció sin tapujos y con sinceridad que hubiera una presencia femenina en el piso solitario que había compartido con su padre. Sin embargo, la muerte de su madre también le había afectado. Jimmy sabía que, aunque no era irreparable, le había afectado mucho, y cada vez que, a lo largo de todos aquellos años, el sentimiento de pérdida se deslizaba de nuevo por las paredes de su corazón, Katie solía desahogarse con Annabeth que, como madre, nunca estuvo a la altura de lo que el fantasma de Marita era o habría sido.
– ¡Por el amor de Dios, Jimmy! -exclamó Annabeth, mientras Jimmy se ponía una sudadera por encima de la misma camiseta con la que había dormido e iba en busca de sus vaqueros-. ¡No me digas que te vas a la tienda!
– Sólo una hora -Jimmy encontró sus pantalones enrollados alrededor de la pata de la cama-. Dos, como máximo. De todos modos, Sal tenía que sustituir a Katie a las diez. Pete ya le está llamando para ver si puede ir antes.
– Sal tiene más de setenta años.
– Por eso mismo. ¿Te crees que va a estar durmiendo? Estoy convencido de que la vejiga lo despertó a las cuatro de la madrugada y que ha estado viendo Clásicos del Cine desde entonces.
– ¡Mierda! -Annabeth acabó de apartar las sábanas y salió de la cama-. ¡Joder con Katie! ¿También va a fastidiarnos un día como hoy?
Jimmy notó que el cuello se le tensaba, y le preguntó:
– ¿Cuándo fue la última vez que Katie nos fastidió un día? Annabeth le mostró el dorso de la mano al tiempo que se dirigía hacia el cuarto de baño y le preguntó:
– ¿Tienes alguna idea de dónde puede estar?
– En casa de Diane o de Eve -respondió Jimmy, pensando todavía en el gesto despectivo que le había hecho al pasar la mano por encima del hombro. Annabeth, el amor de su vida, sin duda, no tenía ni idea de lo fría que podía llegar a ser a veces, ni idea (y eso era característica de toda la familia Savage) de hasta qué punto sus momentos y esta dos de ánimo negativos podían afectar a los demás-. Quizá esté en casa de algún novio.
– ¿Tú crees? ¿Con quien sale últimamente?
Annabeth abrió el grifo de la ducha, se echo un poco para atrás y espero a que el agua saliera caliente.
– Me imaginaba que tú lo sabrías mejor que yo.
Annabeth revolvió el botiquín en busca de la pasta de dientes, negó con la cabeza y añadió:
– Dejó de salir con el Pequeño César en noviembre. Eso ya me provocó
Jimmy, que se estaba poniendo los zapatos, sonrió. Annabeth siempre llamaba a Bobby O'Donnell «Pequeño César», a no ser que le llamara algo peor, y no sólo porque quisiera parecer un gánster y tuviera una mirada fría, sino porque era bajito y gordo como Edward G. Robinson. Aquéllos habían sido unos meses muy tensos; Katie había empezado a salir con él el verano anterior y los hermanos Savage habían dicho a Jimmy que, si era necesario, le cortarían la polla; Jimmy no estaba muy seguro de si era debido a que sentían repulsión moral por hecho de que su estimada sobrina saliera con semejante cabronazo, o porque Bobby O'Donnell se había convertido en un rival demasiado importante.
Sin embargo, Katie fue la que decidió poner fin a la relación, y aparte de de un montón de llamadas a las tres de la madrugada y de una escena un poco violenta en Navidades, cuando Bobby y Roman Fallow se presentaron en el porche delantero, las secuelas de la ruptura no habían sido demasiado dolorosas.
El odio que Annabeth sentía por Bobby O'Donnell divertía a Jimmy en cierta manera, ya que a veces se preguntaba si Annabeth odiaba a Bobby no sólo porque se pareciera a Edward G. y porque se hubiera acostado con su hijastra, sino porque era un criminal de pacotilla en comparación con sus hermanos, que Annabeth creía que eran sin duda profesionales; además, sabía que Jimmy también lo había sido antes de que Marita muriera.