Читаем Rio Mistico полностью

Ray no estaba mirando a su hermano cuando se lo dijo, pero empezó a andar de todas maneras; Jimmy recordó una vez más lo que la gente solía olvidar acerca de Ray: no era sordo, sólo mudo. Jimmy estaba convencido de que había muy pocas personas del barrio o en los alrededores que conocieran a alguien como él.

– ¡Eh, Jimmy! -exclamó Pete cuando los hermanos se hubieron marchado-. ¿Puedo hacerte una pregunta?

– Dispara.

– ¿Por qué odias tanto a ese chico?

Jimmy se encogió de hombros y respondió:

– La verdad, no sé si lo que siento es odio, pero… ¡Venga, hombre, no me digas que ese cabroncete mudo no te parece un poco horripilante!

– ¿Ah, es él? -preguntó Pete-. Sí. Es una mierdecilla extraña, siempre mirándote fijamente como si viera algo en tu cara que deseara arrancar. ¿Sabes? Pero yo hablaba del otro. Yo me refería a Brendan. Hombre, el chico parece majo, Tímido, pero amable, ¿sabes lo que te quiero decir? ¿Te has dado cuenta de cómo utiliza el lenguaje de signos con su hermano aunque no tenga que hacerlo? Es como si quisiera que el chico no se sintiera solo; es un gesto muy bonito. Pero Jimmy, tío, cada vez que le miras tengo la sensación de que quieres cortarle la nariz y hacérsela comer.

– ¿Que dices?

– Sí.

– ¿De verdad?

·-Tal como lo oyes.

Jimmy miró por la polvorienta ventana que había encima de la máquina de la Loto y vio que la avenida Buckingham aparecía gris y húmeda bajo el sol de la mañana. Notó aquella maldita sonrisa tímida de Brendan Harris en su propia sangre, como si le picara.

– ¿Jimmy? Sólo estaba jugando contigo. No tenía ninguna intención de…

– ¡Ahí viene Sal! -exclamó Jimmy, de espaldas a Pete y sin apartar la mirada de la ventana, mientras veía al viejo arrastrar los pies y atravesar la avenida camino de la tienda-. ¡Ya era hora, joder!

6. TE DUELE PORQUE ESTÁ ROTO

El domingo de Sean Devine, el primer día de trabajo después de una semana de suspensión de empleo, empezó cuando el sonido del despertador lo sacó de modo repentino de un sueño y le arrancó de él, para darse cuenta luego como se saca a un bebé del útero, al que no le permitirían regresar. No recordaba muy bien los pormenores, tan sólo unos cuantos detalles inconexos, pero tenía la sensación de que en ningún caso había habido un hilo conductor. Sin embargo, el esbozo general del sueño se le había quedado clavado como un alfiler en la parte trasera del cráneo y dejado nervioso durante el resto de la mañana.

Su mujer, Lauren, había aparecido en su sueño, aún podía olerle su piel. Llevaba el pelo despeinado y del color de la arena mojada, más oscuro y más largo que en la vida real; también llevaba puesto un bañador húmedo blanco. Estaba muy bronceada y tenía polvo brillante de arena esparcido por los tobillos desnudos y por los pies. Olía a mar ya sol y, sentada en el regazo de Sean, le besaba la nariz y le hacía cos quillas en la garganta con sus largos dedos. Se encontraban en la terraza de una casa junto a la playa y a pesar de que Sean oía el sonido de las olas, no llegaba a divisar el mar. En el lugar en el que debería haber estado el mar, había una pantalla de televisión en blanco con la anchura de un campo de fútbol. Cuando miró el centro de la pantalla Sean sólo llegó él ver su propio reflejo, pero no el de Lauren, como si estuviera allí sentado flotando en el aire.

Sin embargo, había carne en sus manos, carne cálida.

Lo siguiente que recordaba es que estaba de pie en el tejado de la casa pero el cuerpo de Lauren había sido sustituido por una veleta lisa de metal. La asió y debajo de él, al pie de la casa, un enorme agujero negro le abría la boca, con un velero del revés anclado al fondo. Después se encontraba desnudo en la cama con una mujer a la que nunca había visto, y la acariciaba con la sensación, según la lógica de algunos sueños, de que Lauren estaba en otra habitación de la casa, mirándoles por el vídeo; una gaviota se estrelló contra la ventana y los trozos de cristal salieron disparados hacia la cama como si fueran cubitos de hielo; Sean, totalmente vestido de nuevo, se puso en pie sobre la cama.

La gaviota, que respiraba con dificultad, le decía: «Me duele el cuello», y Sean se despertó antes de poder responderle: «Te duele porque esta roto».

Al despertar, el sueño empezó a escurrírsele entero desde la parte trasera del cerebro, y las hilas y la pelusa se le quedaban enganchadas en la cara inferior de los párpados y en la parte superior de la lengua. Siguió con los ojos cerrados mientras sonaba el despertador, con la esperanza de que no fuese más que otro sueño y de que podría seguir durmiendo, como si el ruido sólo sonara en su mente.

Al cabo de un rato, abrió los ojos, con el tacto del sólido cuerpo de la mujer desconocida y el olor a mar de la carne de Lauren todavía fijado a su tejido cerebral; se percató de que no era un sueño, ni una película, ni una canción excesivamente triste.

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