Читаем La Tierra permanece полностью

Ish se dirigió entonces a una casa de las afueras que (le había parecido) era la mejor de la ciudad. Saltó del coche, con el martillo en la mano. Esta vez no vaciló un instante. Golpeó tres veces con fuerza, y la puerta cedió. Tal como suponía, había en el vestíbulo un gran aparato de radio. Inspeccionó rápidamente la planta baja y el piso de arriba. No encontró a nadie, y regresó al vestíbulo. La electricidad todavía funcionaba. Esperó unos instantes y luego buscó cuidadosamente. Sólo oyó unos débiles ruidos parásitos. Probó la onda corta, pero sin éxito. Metódicamente, exploró todas las longitudes. Desde luego, pensó, si alguna estación funciona aún, no transmitirá probablemente las veinticuatro horas del día.

Dejó la radio en una longitud que correspondía —o había correspondido— a una potente emisora. Luego se echó en el sofá.

A pesar de aquellos horrores, sentía la curiosidad desinteresada de un espectador, como si asistiese al último acto de una tragedia. Seguía siendo lo que era, o había sido —el tiempo de verbo no importaba—: un intelectual, un sabio incipiente, más inclinado a observar los acontecimientos que a participar en ellos.

Así ocurrió que llegase a contemplar la catástrofe —con una satisfacción irónica, aunque momentánea— como la demostración de un aforismo, enunciado un día por su profesor de economía política: «El desastre temido no llega nunca, la teja cae donde menos se espera». Se había temido una guerra destructora, la pesadilla de ciudades arrasadas, hecatombes de hombres y animales, tierras estériles. Pero, en realidad, sólo la humanidad había sido suprimida, y casi con limpieza, con un mínimo de trastornos. Los sobrevivientes, si los había, serían los reyes de la tierra.

Se instaló cómodamente en el sofá. La noche era cálida. Agotado físicamente por la enfermedad y tantas emociones, no tardó en dormirse.


Allá arriba, en el cielo, la luna, los planetas y las estrellas recorren sus largas y tranquilas órbitas. No tienen ojos, y no ven. Sin embargo, el hombre había imaginado alguna vez que miraban la tierra.

Pero si viesen realmente, ¿qué verían esta noche?

Ningún cambio. Aunque el humo de las chimeneas ya no enturbia la atmósfera, pesadas humaredas surgen aún de los volcanes y los bosques incendiados. Visto desde la luna, el planeta tendrá esta noche su resplandor de costumbre; ni más brillante, ni más oscuro.


Se despertó en pleno día. Abrió y cerró la mano. El dolor de la mordedura era ahora una pequeña molestia local. Sentía la cabeza despejada, y comprendió que la otra enfermedad, si había habido otra enfermedad, también desaparecía. Se le ocurrió algo. La explicación era evidente: había padecido aquella enfermedad, combatiéndola con el veneno que tenía en la sangre. Microbio y veneno se habían destruido mutuamente. Aquello, por lo menos, explicaba que siguiese vivo.

Siguió en el sofá, tranquilo e inmóvil, y los fragmentos aislados del rompecabezas comenzaron a ordenarse. Los hombres que había visto en la cabaña… eran sólo unos pobres fugitivos, que huían de la peste. El coche que había subido por la carretera, en medio de la noche, llevaba quizás a otros fugitivos, posiblemente los Johnson. El excitado ovejero había intentado comunicarle los sucesos de la central.

Sin embargo, la idea de ser el único sobreviviente no le perturbaba demasiado. Había vivido solo durante un tiempo. No había asistido a la tragedia, ni había visto morir a sus semejantes. A la vez no podía creer (y no había por qué creerlo) que fuese el último hombre sobre la tierra. Según el periódico, la población había disminuido en un tercio. El silencio que reinaba en Hutsonville demostraba solamente que sus habitantes se habían dispersado o refugiado en otra ciudad. Antes de llorar el fin del mundo, y la muerte del hombre, tenía que descubrir si el mundo ya no existía, y si el hombre había muerto. Ante todo, evidentemente, debía volver a la casa paterna. Quizá sus padres vivían aún. Así, con un plan definido para el día, sintió la tranquilidad que seguía siempre a sus decisiones, aun temporales.

Al levantarse, buscó otra vez en ambas ondas de la radio, sin resultado.

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